En tanto el hermano se ocupaba de su deporte favorito, la pesca al borde de la costa sumergido hasta las rodillas en el agua surcada de olas inofensivas, se propuso hacer un paseo largo que le proporcionase un poco de ejercicio y contagiase el entusiasmo necesario para liberarse del aburrimiento. A la postre eligió encaminar sus pasos hacia un bosque no lejano, allende los infinitos médanos que festonean la inmensidad del océano. Lo animaba también un afán infantil por protagonizar una módica aventura y a lo mejor sorprenderse ante lo imprevisto de la naturaleza.
Tras incursionar entre largos montículos de arena arribó a una zona de pastizales limitada por un extenso alambrado demarcatorio de una propiedad privada. Dudó unos instantes pero la curiosidad pudo más. Sorteó la valla de alambres y caminó unos metros sin rumbo aunque grabando in mente las referencias elementales. Un pájaro enorme, amarillo de pico rojo, parado sobre una rama alta llamó su atención. Bastó que se acercara un pequeño tramo para que levantara vuelo entre chillidos estridentes. Lo siguió con la vista extasiado por su belleza sin advertir que estaba rodeado de tres perros enormes que le mostraban los dientes, listos a consumirlo como una miserable hamburguesa.
- Amigo ¿qué está haciendo por aquí? , inquirió detrás de él una montaña de carne. No le tenga miedo a los perros ; en mi presencia hacen lo que yo les ordene pero antes usted tiene que darme una explicación de su presencia.
Era el típico paisano de boina negra, cara tallada a pico, camisa amplia arremangada, pañuelo al cuello, bombachas y alpargatas. Ancho, alto y con un enorme cuchillo cruzado en la cintura no destinado precisamente a dispensar hostias. Tenía el aspecto de un titán destinado a un soneto heroico.
- Estoy con mi hermano cerca de aquí, en la playa… levantamos un pequeño campamento. A él le gusta pescar y le da a la caña y el anzuelo horas y horas. A mi me aburre un poco y por eso decidí dar un paseo y me metí aquí sin la intención de faltar el respeto al dueño del establecimiento. Le pido disculpas y ya me voy.
- Así que su hermano está pescando, mire usted…Es un poco temprano.
- Ah sí… hasta dentro de tres horas por lo menos no larga. Es un fanático de la pesca.
- Tres horas. Mire usted…Así que usted tiene algún tiempito sin que él se ponga nervioso por su ausencia ¿no?
- Y bueno…si. Le dije que tardaría un rato en volver.
- Esta bueno…Entonces me va a hacer un favor compañero.
- ¿Un favor?... ¿Qué favor?
Emitió un sonoro chiflido tras el cual los perros se perdieron silenciosamente en la penumbrosa arboleda.
- Yo soy monteador sabe usted y mi vida es talar y cuidar el predio con los perros. No tengo familia y aunque quisiera no podría entreverarme entre la gente ricachona. Esto es bravo y hay que acostumbrarse ¿sabe? Se vive muy solo.
- Bueno…si…me, me imagino que debe ser un poco tedioso ¿no?
- Y… ¿Qué le parece? Más cuando uno tiene algunas debilidades y se tiene que aguantar fiero.
- (¿)
- Usted es un varón muy lindo y perdone si lo lisonjeo demasiado. Y tiene pinta de hombre bueno por eso como le digo me va a hacer un favor.
- ¿Un favor? >
- Si…un favorcito digamos en prenda por haber entrado sin permiso a este lugar.
- Bueno, si está a mi alcance…cuente conmigo.
- Y…yo digo que sí. De lo contrario se lo comen los perros. Usted elije.
- No, no…diga nomás en qué lo puedo servir.
- Ahí está…me va a servir. Eso: me va a servir.
El monteador se da vuelta y apoya su cara recia contra un árbol bajo como si fuera a orinar. Lentamente se va desabrochando la bombacha descansando el cuchillo en el piso. Hace lo mismo con los calzoncillos de franela rayada. Se toma fuertemente de unas ramas bajas.
Con el mismo tono sobrio y respetuoso que había utilizado hasta ese momento para comunicarse con el muchacho le espeta sin reparos, meneando suavemente el trasero desnudo:
- Proceda.
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LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
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