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LOS PATITOS, DON NICANOR Y SU TAMBOR.

Lo que más me gustaba, siendo yo niño,
era ir a la Calleja, cerca de la Plaza Mayor,
a ver unos Patitos,
a Don Nicanor y su tambor.
En un barreño de lata con agua,
chapoteaban unos patitos verde, amarillo,
parecían ser de cartón fuerte,
yo diría de cristal.

En el barreño, se les notaba alegres en su nadar,
dando vueltas y vueltas.
Un día los vi TRISTES.
No se podían escapar.
Les tomé cariño a los patitos,
y sin decir a nadie nada,
corrí a la Alamedilla,
y allí vi los patos de verdad.

Cómo corren, cómo cantan,
salen de vez en cuando,
a comer migas de pan.
Miran a un lado y a otro,
y después, despacio, despacio,
se dan un paseo,
y enseguida a lo suyo a nadar.

Veo y distingo su forma, su cuerpo,
y los veo tan de cerca,
que los puedo tocar.-

¿Cómo son los PATITOS?
Cuello corto y también los tarsos.
Ahora me explico.
La dificultad que tienen al nadar.

Sus alas, con marcha, de color verde metal,
su plumaje, si es macho, su cabeza es verde,
y el resto de plumas,
blanco y ceniciento.

Si es hembra,
su color es rojizo.

Mojado sale a la hierba.
ve a los niños mayores y ancianos.
Le das pan y, aunque está prohibido,
ellos salen, que es el único regalo,
que el hombre, el niño, el anciano,
le pueden dar.

El patito, no solo sabe nadar,
sino también vuela,
y sobre todo, cuando ve gente,
se pone contento y empieza, cuá cuá.

También vuela.
Su vuelo es corto,
su vuelo, te alcanza,
cuando tu das la vuelta al recinto,
el patito ha llegado,
antes que tú, porque vuela.

Lo principal, su esencia y su vida, es sobre todo,
el agua y en el agua, NADAR, nadar y nadar.
En el agua, recorriendo el recinto,
se oye, con claridad y con fuerza,
cuá cuá cuá.
Todo el día así, llega la noche.
Sus alas no vuelan,
sus patas no corren, no nadan,
cansado, se pone a dormir.

Yo soñé con el cuá, cuá de la Alamedilla,
con el pato de madera, de cristal, que en el Barreño seguirá.
Allí está, allí sigue sin cantar, sin volar y sin nadar.
Tampoco habla,
qué pena me da al verlo,
que no nada, que no canta, que no vuela, no corre…
Sólo sabe nadar.

Pues, me haces gracia, y eso me basta,
que un niño, un viejo, un anciano,
me compre y me lleve a su casa
y los dos seamos felices,
tú en lo tuyo
y yo, en el Barreño,
¡que se ha vuelto de cristal!

En casa, nos vemos, corremos, andamos y volamos,
cantamos el cuá, cuá.
Con qué poco, uno puede ser feliz,
con la mirada, la prosa y el verso.
Antes de dormir, el cuá, cuá bajito,
para que los vecinos no se enfaden,
y puedan dormir como el patito desea.

Un Niño, pregunta:
¿En casa del vecino hay patitos?
¿Cómo has llegado? Nadando no, no hay agua,
caminando tampoco, hay muchos obstáculos.
¡Ah, sí, volando, volando!
llegué a tu casa.

Sabía tu dirección, preparé mis alas,
y volando, volando, sin miedo y sin pausa,
al encontrarte, te ví llorando.
Es que, hacía unos días que no te veía,
y pensé que algo serio hubiera pasado.

¡Qué sorpresa, qué alegría!
Picotea, picotea más,
se rompe un cristal.

Dispuesto a cenar, ¿Dios mío, que ha pasado?

Soy yo, el patito, me he preocupado,
cuá, cuá, más fuerte, cuá,
es que tardabas en abrirme,
pasó por mi cabeza, que estabas enfermo,
es que hace días que no te veo, y te extraño…

Hice, lo que pocas veces,
preparar, a conciencia, mis alas,
venirte a ver y darte un abrazo.


Calmé al patito,
le puse en el agua.
Gracias, Julián.
¡Qué agua más limpia!
más fresca,
su olor a romero,
me encanta.

¿De qué manantial, de qué río, es el agua?
¿Qué planta, qué árboles te han visto,
para darles las gracias?

Nos pusimos a dormir,
hasta mañana patito.
No vueles, no corras, no cantes.
Duerme, duerme, y hasta mañana.

Dormí bien, cerca del patito,
despertamos juntos, los dos juntos, ¡Qué mirada!
de acogida, de alegría, de esperanza.

Buenos días, buenos días por la mañana,
que sea así siempre, no los buenos días
de hoy, sino también los de mañana.

Saqué mi Cesta Blanca,
la que estaba colgada.

Le dije, entra en mi cesta,
dio un brinco allí, se acurrucó,
al poco de un rato, dormido se quedó.

Pasamos por la ciudad, hasta llegar a la Alamedilla.

Allí, la Cesta se abrió,
y, al ver donde estaba,
suspiró y me dijo: Gracias, gracias.

No te doy un beso,
te dejo una pluma, y me dijo el patito,
para que, cuando quieras me escribas y me cuentes:
¡Cómo te va!

Desde ése momento, la pluma para mí, es un tesoro.
Un día, cargué con mi sangre la pluma,
me puse a escribir.

¿Qué me dice la carta?
Gracias patito, patito del alma.

Recuerdo y no olvido,
que cuando yo estaba triste,
tu me alegrabas con tu vuelo, con tu canto, con tu nado,
con tu correr, por la tierra y el agua.

¡No llores, patito! Tú vuela, tú nada, tú corre,
tú canta. Si nos vemos, hasta luego y sino
un abrazo y hasta siempre.


Salamanca, 11 Septiembre, dos mil nueve.

Firmado: Julián López Santolino.

Texto agregado el 05-07-2010, y leído por 369 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
18-07-2010 Corazon a pleno, me encantan tus letras =D mis cariños dulce-quimera
12-07-2010 un cuento increible amigo. se lo leere a mis alumnos, luego te cuento***** fabiandemaza
12-07-2010 Una perla hermosa de literatura, donde de la abundancia del corazón habla la boca, mejor dicho la pluma. Gracias por su generosidad, querido Señor. Que el Dios que nos une y nos abriga le dé mucha salud. Un abrazo y 5* jardinerodelasnubes
08-07-2010 Como siempre tus relatos son magnificos y enganchan al lector. Un placer pasar por tus letras amigo*********** Yosep
07-07-2010 Tu cuento, querido Julián, es la ingenuidad hecha delicadeza.- Una gloria. ***** emiliosalamanca
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