El tétrico cuarto blanco cubría de incertidumbre la atormentada impaciencia de Carlos, el miedo, la angustia, los malos y buenos pensamientos taladraban la mente del tembloroso hombre que ya no le importaba que lo observaran en el ir y venir por el pasillo.
Los gritos de su amada lo ponían en un crujir del alma, su impotencia por querer salvarla de su dolor, aunque era necesario, el no quería que pase con su media mitad; tan fina y delicada como una rosa, bella y hermosa como ninguna.
Ella dejo de gritar…
Los segundos se convirtieron en minutos, los minutos se convirtieron en horas, el tiempo estaba en contra de Carlos, sus nervios también, y el caminar lento del doctor que se dirija hacia Carlos, era un infinito instante, ¡nunca llegaba hacia él! Pero el eco de los pasos del doctor paró y sentenciaron con su voz la noticia esperada para él. Él, impaciente, nervioso, con un miedo frio en la nuca que bajaba por todo el cuerpo, y sus manos se convertían en cataratas trémulas. Escuchó su tan fatídica noticia:
Señor Carlos felicidades, es una niña.
una lagrima cayó sobre la sonriza inevitable de carlos.
El mesiaz
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