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Estoy en el punto exacto en que se encuentran el río Madre de Dios y el Río Beni. A cuatro metros, playa abajo, dos descamisados embadurnan de brea una embarcación de madera. Tiene dos pisos y parece una ballena coqueta recostada en la arena. Baja por el horizonte otra señora similar de madera y río, acompañada por el insistente ronroneo de gasolina y pistones. En sus barandas que no alcanzo a divisar, está seguramente parado un hombre de camisa blanca, con el saco negro colgado del brazo derecho. NO se porqué. Mira la orilla ansioso; vuelve de muchos años.

Un vello espeso y verde cubre la tierra hasta insinuar la infinita planicie del globo terráqueo. Allá, en esa floresta tímida que de reojo mira al extraño, se adivina un intensa vida social de millones de vegetales apoyados unos a otros en una solidaridad absoluta que impide que los gigantes de 70 metros, atropellen ni siquiera los derechos de los más pequeñines líquenes húmedos que habitan confianzudos en sus robustas costillas. Allá está la amazonía y aquí sus dos hijos de agua que maduros se abrazan indisolublemente para seguir convertidos en una inmensa serpiente de agua que quita el sueño al andino; difícil se hace el dormir sabiendo a que a dos cuadras apenas camina suelto y sigiloso semejante monstruo cariñoso de agua y barro.

Camino hacia un bar con barandas de madera antigua. Hace calor y son las cinco de la tarde. Todo está húmedo de selva, hasta los negros ojos de la niña que vende cigarros bajo ese árbol. Tomo una botella de refresco de copoazú mirando hacia el río, que es mirar el mundo de allá lejos hacia abajo. Es casi mirar el mar, porque hacia allá van esas aguas vagabundas. Siento los pasos de los pioneros que llegaron con los ojos afiebrados por la ambición del dinero prometido por el caucho. Escucho las voces lejanas de los guerrilleros peruanos que en 1964 ingresaron a su tierra por este cauce de agua, guiados por la mano del anciano que mece su silla en la penumbra de esa puerta. Escucho las motosierras rabiosas que atacan en el bosque, a dentelladas impunes y cobardes, a los árboles más nobles. Pero también escucho los pasos más claros de los dos dirigentes campesinos de la federación que vienen a recogerme bulliciosos para asistir a una reunión en la que van ha explicar los fundamentos del reclamo de quinientas hectáreas por familia, que le hacen al Gobierno de allá, los que viven acá.

Texto agregado el 01-07-2004, y leído por 290 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
23-04-2009 cuanta añoranza, cuanta admiración por nuestros parajes y que hermoso escrito, amigo cala, un saludo desde nuestra tierra con olores suaves de vid, duraznos y vegeación suave cariños gloria nito
01-02-2006 Me gustó, es fluído con un buen uso de metáforas. ***** fabiangs
02-07-2004 cuanto dolor, pero que texto mas elaborado, realmente merece aplausos...muy bueno, el dolor que se siente es una de las virtudes que tiene el texto...el hacer sentir...besitos y 5* lorenap
01-07-2004 cuanto dolor!!! greta
 
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