¡Ah, porque me cuesta tanto la poesía! 
Debo desgranar uno a uno mis cabellos 
Espantarte, alejarte de estas cadencias 
que tus pies ligeros dispongan olvidarme. 
(Tus ojos todavía apuñalan mis espaldas) 
 
Caminas entre cristales de almendras, 
con paso sostenido, con virtud acabada 
No repares en estos dedos que gimen, 
No pienses tus ojos en otras mujeres, 
Recuerda, que (como hoy) fuiste la razón de las hojas, 
que me extravié borracho de placer en la trinchera de tu piel. 
Recuerda esa aurora inmensa y promiscua que se ciñó a tu cintura 
cómo el viento estelar ¡Oh, amor! empujó tus brazos al abismo 
Venturosos nos deslizamos en los confines del viento, 
escudriñamos la existencia buscando respuestas. 
Cuando creí que pendía olvidado de los bosques 
entre grises, tus palabras magullaron mi ausencia, 
se fue encogiendo hasta entrar en un grano de sal, 
uno mas entre tanta agua, entre tanta desesperación. 
Entre auroras y nanas, 
tu inconstancia, 
impredecible, amable. 
Alondra escampada, muelas de nieve, 
Las palomas calcadas en tu espalda 
el amanecer con millares de mariposas. 
y tu, 
(impaciente) 
colmabas el cuenco de mis manos con escarcha. 
Un niño sonríe en tu recuerdo, 
la humanidad relampaguea estrellas sobre el Valle. 
Me pregunto: 
¿Con qué mieles habrán de ocultarse los bosques 
cuando otro verano huya sin tus pasos? 
¿Quién libará sangre de glaciares 
si tus uñas rasgan otros cuerpos? 
 
Sobre las golondrinas siderales, 
caen pesadas de plomo las mortajas del presente. 
Habrá que incendiarse al volver del hospicio. 
 
Despertaré, 
caerán infinitos proyectiles solares 
sobre el delgado espacio que nos cobija. 
Entraremos escupiendo gorriones al aletear del vendaval. 
Arreciaremos los mares cultivando rosas en los flancos del odio. 
¡Ay, amor! ¡Tanto y tan poco! 
Aceptar la mutilación, el sacrificio último 
liberarnos al mundo dejando una estela de sangre. 
Adiós, amor, Adiós. 
Adiós.  |