Huye, sálvate de mi carne,
soy la trampa que tus oídos necesitan,
el lugar equivocado
que condenará por siempre
a tus manos asesinas.
El árbol de las tentaciones
da sus frutos
y la serpiente trepa
por mis piernas de niña.
Huye, mi alma fugitiva
juega con las tinieblas,
se precipita al verbo.

-He otorgado mi cetro a la tierra seca-

Mis sábanas
se nutren con mi sangre,
mientras mi cuerpo
lentamente se extingue.
Hay una historia escrita
en cada hueso,
indescifrable laberinto de letras,
polvo que el viento arrastrará mañana
sin manos ni sentencias.
Huye, sálvate de mis huellas,
mi ceguera se alimenta de espejos,
que proyectan fantasmas impacientes
y ángeles condenados desde su nacimiento.
Huye, sálvate de mí,
el fuego siempre es fiebre confundida,
naufragio que amarrado en el silencio,
respira en el diluvio su caída…