Nada es casual en la naturaleza a la que los humanos pertenecemos, aunque a menudo la desafiemos alardeando de nuestro libre albedrío. El amor, uno de los bienes más preciados por el hombre, genéricamente hablando, es un artilugio de ella para inducirnos a la reproducción, a la crianza de la prole y a una eventual convivencia que permita lo anterior.
Pero la naturaleza también ha impuesto en todos sus escaños como motor de desarrollo, aquello que se ha dado en llamar supervivencia del más apto. El hombre tampoco escapa a este mandato y basta abrir cualquier libro de historia universal o el periódico de cada día para comprobarlo. Todas las razas, en todos los continentes y desde el comienzo de la humanidad han guerreado por prevalecer y someter. Y en nuestros días, pese a la expansión de la ciencia y la tecnología y del acceso masivo a la educación y al conocimiento, esto no ha cambiado en absoluto.
TROYA
Y hablando de guerras, quien, alguna vez, no ha escuchado la frase: ¡Se armó la de Troya!
La imagen que sobre esa contienda me ha quedado más grabada es un dibujo del genial dibujante argentino, Quino. Se ve un gigantesco caballo de madera al pie del cual, diminutos, están un comandante griego y un viejecillo carpintero con un martillo en la mano, a quien el primero mira severamente. El viejecillo está diciendo: -Ahhh, usted lo quería hueco…
Humoradas aparte, toda una historia la de esa guerra, con la que sucedió lo que siempre sucede con las guerras. Se olvidan las muertes y el sufrimiento que trajeron aparejadas y se les canta transformándolas en epopeyas o románticas gestas heroicas. Y con esto los artistas, generalmente, tienen mucho que ver porque las loas se originan en la poesía u otro tipo de literatura, la pintura, la escultura y en el último siglo, el cine. El Guernica, de Picasso, tal vez sea una excepción.
Troya o Ilión, ciudad sobre la que hasta fines del siglo IXX se dudó de su existencia real al igual que su guerra ubicada en el tiempo unos mil cien años antes de Cristo, debe su descubrimiento al alemán, Heinrich Schliemann, un self made man, que arrancando de la nada llegó a ser multimillonario y que interesado por antiguas lecturas se recibió de arqueólogo cerca de los cincuenta. En realidad cuando excavó cerca de Hissarlik, en la actual Turquía, nadie creía mucho en él, pero hete aquí que el empeñoso teutón encontró las ruinas de nueve Troyas, una debajo de la otra. Se estima que la que inspiró el drama homérico es la sexta o tal vez la séptima.
Homero poeta ciego, el más grande de los poetas para algunos, vivió unos cuatrocientos o quinientos años después de los sucesos que narra, hacia el año 800 AC. En su relato, mezcla los hechos históricos con la mitología, los mortales, con los dioses y los semidioses compaginando una obra de profunda belleza que perduró a través de los siglos.
El argumento de La Iliada es harto conocido. En apretada síntesis, podríamos recordar que París, (Alejandro para ciertos autores), príncipe de Troya, hijo del rey Príamo, viaja por cuestiones diplomáticas a Esparta, donde es recibido con todos los honores por Menelao, el rey y su bellísima esposa, Helena. Menelao debe partir a las exequias de un rey amigo y confiere el poder a su esposa para que continúe agasajando al prestigioso huésped.
Motivada por la apostura de París, Helena se enamora o es seducida por él y finalmente deciden huir. A su regreso Menelao se hace cargo de la traición y transido de dolor convoca a los reinos griegos a vengar la afrenta recibida. Se arma un ejército de 70.000 hombres y 1100 naves que parten hacia Troya al mando de Agamenón, rey de Mecenas y hermano de Menelao, para recuperar a Helena. Entre ellos viajan los que serán protagonistas de la epopeya y de otras, como Aquiles, Ulises u Odiseo, Ajax, etc.
El sitio de Troya dura diez años, en los que se producen los incidentes que más han trascendido al conocimiento popular. Enemistad entre Aquiles y Agamenón por asuntos de faldas o túnicas, negativa del primero a seguir combatiendo, pedido de Patroclo, amigo íntimo de Aquiles, para luchar en su lugar luciendo la armadura de éste y muerte de aquél a manos de Héctor, hermano mayor de Paris y héroe troyano. Furia de Aquiles que vuelve a la lucha y mata a Héctor unciendo el cadáver a su carro de guerra dando tres veces la vuelta a la ciudad.
Muerte de Aquiles por un flechazo disparado por París que da en su talón, y artilugio de Ulises que hace construir un caballo de madera inmenso en el cual se esconde él mismo y la elite de sus guerreros. El presente griego es regalado a los troyanos en señal de buena voluntad, tras los cual fingen una retirada. Troya organiza una gran fiesta celebrando la victoria y cuando todos caen en el sueño de la bebida, los “comandos” salen de su escondrijo, abren las puertas de la ciudad, ingresa el grueso del ejército griego, la someten, y tras devastarla, recuperan a Helena.
Hasta aquí la poesía, el canto a la guerra.
Herodoto, historiador griego, que vivió unos cuatrocientos años después de Homero, en sus Nueve libros de la historia, nos brinda una versión nada poética y mucho más pegada a la tierra.
Según él, Paris (lo llama Alejandro), era una especie de oveja negra de la familia real troyana, mujeriego y disoluto. Enviado a la corte de Menelao y aprovechando su ausencia, rapta a Helena, y de paso, también carga en su barco cuantiosas riquezas. Ya en el mar, su barco pierde el rumbo y va a parar a Egipto donde es muy bien recibido por el rey de ese país. Los esclavos que lo acompañaban en el viaje, disgustados por el trato que les daba, lo denuncian. El Rey de Egipto lo interroga, París no puede ocultar la verdad y es expulsado bajo pena de muerte, reteniendo el monarca a Helena y el tesoro para reintegrarlo a al rey de Esparta, Menelao.
Obviamente, cuando los emisarios griegos le reclaman al Rey troyano, Príamo, a Helena, éste contesta lo único que podía contestar: -¿Qué Helena? Yo no tengo ninguna Helena…
Hasta aquí la versión de un historiador.
Por último, nos queda la versión que nos da el sentido común y el conocimiento de los motivos de todas las guerras. Troya estaba situada en un punto estratégico controlando el estrecho de Dardanelos. El comercio griego, especialmente el micénico en pleno desarrollo, se veía seriamente afectado por los tributos que cobraba Troya al tránsito marítimo, como así también a las caravanas. Pero para iniciar una guerra siempre se necesita una buena excusa. Recordemos que Ulises u Odiseo, fingió estar loco para no participar de ella y que el valeroso Aquiles se ocultó disfrazado de mujer, con el mismo fin.
También cuesta creer que Menelao, se ausentase de su reino dejando a su bellísima mujer a merced del seductor más famoso de la época. Y eso era así, porque el mitológico juicio por la manzana de la discordia lo tiene a Paris como protagonista. En efecto, la cosa fue por una manzana de oro que debía ser entregada a la diosa más hermosa. Hera, Atenea y Afrodita la reclamaron. Para dirimir el entuerto Zeus nominó juez a Paris, Príncipe de Troya con fama de mujeriego y a quien su padre había alejado del reino por pesar sobre él la profecía de que iba a ser el responsable de la destrucción del reino. Cada una de las diosas trató de sobornarlo ofreciéndole dones relativos a sus respectivos poderes. Afrodita, Diosa del amor, le ofreció a la mujer más hermosa del mundo, Helena, y ganó. Cuesta creer que los hermanitos Menelao y Agamenón se hayan metido en semejante baile por un par de cuernos bien puestos.
El mundo siguió andando y la historia repitió la metáfora de Helena innumerables veces.
Hace muy poco tiempo, Helena se llamó “Armas químicas”, Menelao, George W. Bush y Agamenon, algo así como Rumsfeld.
Seguramente no faltará un Homero que también le cante a esta última guerra.
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