“Una caminata por la playa”
Caminaba por la orilla del mar, sus pies apenas tocando el agua fría y salada que iba y regresaba mientras los diminutos granos de arena se pegaban a las plantas de sus pies.
Su paso era dudoso, lento, pensativo, y aun así paso tras paso no se detenía.
Sobre sus hombros el sol de medio día calentaba la arena blanca, el mar tan infinito bajo sus pies, con un azul oscuro, pero a la vez con la trasparencia del cristal y a lo lejos el suave pero claro cantar de las gaviotas sobre el océano.
Camino por unas horas contemplando el paisaje que la rodeaba, camino sola sin llegar a ninguna parte, sin que un alma la acompañase, o siquiera supiese en la terrible agonía y dolor en que se encontraba.
“lo he perdido todo” se repetía una y otra vez a sí misma en suspiros, con la voz tan baja, casi nula, temiendo que alguien la pudiese escuchar, temiendo que si lo decía en voz alta se hiciera más real.
Había visto, impotente y miedosa, como perdía lentamente su felicidad que se esfumaba de su cuerpo como si pedazo a pedazo le hubiesen arrancado el corazón y junto con él, sus ganas de vivir, sus razones para amar y sus fuerzas para continuar.
Pronto olvido cuanto tiempo llevaba caminando, sus piernas no las sentía más, como si en algún momento hubiese comenzado a flotar. El sonido de las olas del mar parecía lejano, casi imperceptible, los rayos del sol, abrazando su cuerpo empezaban a ser solo un recuerdo de lo que solía ser el calor que un día calentó su interior. Estaba completamente ida, inconsciente, muerta en vida.
Camino por la arena mojada preguntándose si algún día se dejaría de sentir ese dolor punzante en el corazón y volvería a ser la misma de antes, más sus lágrimas respondían que no, nada sería igual jamás y aquellas lágrimas la marcarían por siempre.
De repente, después de caminar por horas sola en aquella inmensa e infinita playa, frente a sus ojos encontró unos ojos negros, enormes, hermosos.
Era un hombre que caminaba en la dirección contraria a ella, su mirar preocupado al ver la terrible pena por la que pasaba.
Tomo con sus manos su pequeño rostro, y lo acerco a su pecho, lentamente puso sus brazos alrededor de su cuerpo, y sus manos sobre sus cabellos negros.
Ella lo abrazo fuertemente cubriendo cada centímetro de su piel entre sus brazos y recorriendo con sus dedos su enorme espalda desnuda.
Lo abrazo y el la abrazo a ella. Después de unos segundos sus cuerpos juntos eran uno solo, creando una lagrima, uniéndose en un suspiro, viviendo por un latido.
La sostuvo entre sus fuertes brazos por minutos que parecían horas, la sostuvo ahí, bajo la puesta de sol, sobre la blanca arena con la brisa de mar y el azul del océano. Sostuvo entre Sus manos cada gota que ella derramo de sus ojos y las seco de su rostro.
Aparto su cara por una fracción de segundo, el la veía fijamente, con aquellos ojos negros penetrantes e infinitos, casi tanto como el océano mismo. Sonrió dulcemente a ella, acaricio sus cabellos largos y sedosos, con las yemas de sus dedos sostuvo su rostro que descansaba plácidamente sobre la palma de su mano y beso su frente suspirando.
“no te preocupes por mí amor, estoy bien” le dijo a ella al oído.
Al oír su voz soltó una lagrima mas, recordaba perfectamente su hermosa y viril voz, tan fuerte y a la vez tan dulce y tierna, solo él, solo esa voz, solo esos ojos , ese cuerpo, esas manos, sus dedos, su mirar, su tacto, su aroma, y su respirar la habían enamorado una vez hacia ya tanto tiempo.
Lo abrazo una vez más, oliendo una última vez sus cabellos, recorriendo una última vez su cuerpo, susurrando un último adiós.
Y de entre sus brazos, con la brisa del mar, mientras rápidamente caía la noche, el se desvaneció dejando en su mente el recuerdo de sus fijos ojos negros y su ultimo te quiero.
Ella continuo caminando por la orilla, con sus pies apenas tocando el agua del mar, sobre sus hombros la luna alumbraba su camino, mientras dejaba la blanca arena enfriar. El océano bajo sus pies seguía tan infinito, con su azul oscuro y su trasparencia del cristal y a lo lejos el suave pero claro cantar de las gaviotas sobre el agua bajo el manto de la noche.
Caminaba sola, sonriéndose entre lagrimas, una tan sincera como la otra, porque sabía, que no importase cuan sola pudiese estar, el siempre estaría con ella.
Ella siempre estaría con él.
Fin
Stephania Ortiz de Castro y Romero
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