El firmamento


Bella mía,
aún recuerdo los días
en que por las noches,
embriagados por la lozanía
de un pasto cetrino,
las larvas de un desgraciado amor
engullían nuestros corazones.

Un cisne, inmóvil,
hastiado por su ala rota,
soberbio cómo un príncipe
danzaba sobre lo más alto de la bóveda celeste
mientras que la serpiente,
trenzando su cuerpo
sobre aguas mitológicas,
recitaba una exquisita trova
de soles taciturnos
y siempre, antes de eclipsar sus ojos,
llorando susurraba:
“¡Desgraciada vida!”
Un astro
-el más distante-
oculto entre los planetas
acechaba tus prendas
desde muchos siglos atrás;
no se, jamás supe
en que momento
cayó sobre mis hombros
y mordió mi yugular,
pero un día giré mi rostro
y tú fingías resplandecer
en un sombrío azul eterno
dejando en mis manos
únicamente el detritus de tu ropaje.

¡Universo traidor
enemigo de los hombres!
¡El ayuno de unos senos
te ha desquiciado
igual que a los poetas!
¿Por que huiste, bella ilusa,
creyendo que allá, donde los astros
corrompen el universo,
el tedio de tu hermosura
sería inadvertido?

Ahora tu corazón
es cómo el de la estrella.
Navegas por mares de éter
caprichosa e indiferente
a la inmensidad del espacio tácito,
surcando la melancolía
de millones y millones
de años luz.
Cada noche,
cuando las tinieblas
se posan sobre la tierra,
te miro deambular
mientras luces,
por cada uno de los cielos del universo,
tú perfección,
¡tú maldita perfección!.

Cielo mío,
no obstante los hombres han revelado
la penumbra que gira en torno
a la unicidad de tus colores
así cómo a la vejez de tú penuria.
Tú destello,
ostento de tu grandeza,
se emitió en eras muy lejanas;
ahora eres rancia,
-tal vez inexistente-
tus entrañas
podrían ser la hojarasca
de cualquier triste otoño
y peor aún, ni siquiera lo sabes…
¡Pobre de mi amada,
semejante a un punto feo
en el cielo!