Capítulo 3:
El comienzo.
Al día siguiente.
Un Sam algo somnoliento se presenta a clase de Astrofísica 3. Aquí vamos otra vez, balbucea en su mente mientras se sienta en la silla que lo ha acompañado en el mismo auditorio durante un año y medio seguido. No pudo dormir bien la noche anterior pero, aunque maldice a Leo por ello, decidió sin pensarlo dos veces hacer lo mismo que siempre hace cuando debe entrar a una clase aburrida aún cuando, para él, esta no lo es. Desde su cama en su dormitorio, a tres bloques del auditorio de Astrofísica, comienza el trabajo. Se levanta de golpe y se da pequeñas bofetadas en las mejillas, para despertarse lo más posible. Luego de eso toma un baño con el agua más fría que pudiera conseguir en el baño “mixto” –que ya no es mixto porque el concejo académico detecto la “brillante” maniobra de piratería informática del grupo de Hackers que Leo aun maneja actualmente, bajo la fachada de un sitio web de venta de catálogos de gatos, aunque no pudieron capturar a nadie por el crimen, desde luego-. Luego se acerca a la cafetería más cercana, normalmente en el bloque contiguo, y se toma un café Buendía , el más fuerte y delicioso que ha tomado en su vida, aunque solo hace cuatro meses se dio cuenta de su procedencia. Acto seguido recuerda todo lo que ha aprendido con su profesor, el mismo fanfarrón que ha tenido desde el principio, todo gracias a Leo y su gente, el mismo Sam, y en parte también al mismo profesor, con quien, con el paso de los primeros meses después del incidente que marco su entrada a la universidad, ha venido trabajando en todas las formulas matemáticas y conocimientos científicos que quedaron en su cabeza luego de su contacto constante con EL CUBO. No te distraigas, pensaba Sam, casi completamente despierto, tratando de salirse de sus recuerdos mientras la clase del profesor Colan continuaba exponiendo fenómenos de los cuales Carl Sagan se encuentra enteramente orgulloso, quién sabe dónde. En algún punto de la clase de tres horas el profesor comenta “…y dado este fenómeno y las derivadas direccionales que lo componen, si extrapolamos los nuevos gradientes y ejecutamos estas integrales de línea –hace unas ecuaciones y las transforma de varias formas- entonces llegaremos a nuestra famosa ecuación E = mc2…” . Entonces interrumpe su explicación y dice, en tono burlesco: “¡A menos, claro, que el profesor Witwicky tenga alguna otra teoría que lo refute!”, y entonces suelta una pequeña carcajada seguida de una risa general. Sam entonces contesta, siguiéndole el juego, “Esta en lo correcto, querido profesor, puede usted continuar”, aumentando aun mas las carcajadas colectivas del auditorio. En ese momento, entre las risas y los comentarios entre compañeros, Sam mira a su profesor emanando una agradable tranquilidad, mientras su profesor le responde guiñándole el ojo discretamente y tornándose hacia el tablero. Entonces Sam mira su cuaderno y toma su lápiz. Comienza a escribir en lo que cualquier ser humano de este planeta, salvo dos personas que se encuentran en esa clase, describiría como garabatos de un loco. Luego de unos cuantos minutos Sam termina de resolver su enigmática ecuación y sonríe, entre satisfecho y arrepentido. Después de todo, Einstein tenía razón, pensó. Simplemente se quedó a mitad de camino. De pronto una nota de una mano desconocida saca a Sam de su distracción. No tiene firma y está marcada con un par de labios de un sutil carmesí. Extraño, murmuro Sam para sus adentros y abrió la nota. Solo sus ojos vieron el contenido de ese papel de cuaderno, pero basto una mirada rápida para que Sam se detuviera y comenzara a mirar hacia todas direcciones con evidentes ojos de terror. Colan lo notó, aunque no puso atención. Sabe ser discreto, y mucho más cuando se trata de Samuel James Witwicky.
Después de 5 eternos minutos Sam deja de mirar a todas partes. Tenía la esperanza de encontrar ese par de ojos azules profundos que en tanto pánico lo tenía. Solo ella pudo haber escrito esto, pero ¿Cómo?, preguntó Sam a sus recuerdos temblorosos. Pero eso no importaba en ese momento. Lo importante era que había que encontrarla. Pronto el asustado joven se dio cuenta que ella ya estaría demasiado lejos como para pretender hallarla tan fácilmente, así que guardo la nota en un lugar seguro y, acto seguido, decidió tratar de calmarse, dejar de temblar y poner atención de nuevo en la clase.
Al terminar las tres horas de Astrofísica, Sam se queda sentado recogiendo sus cuadernos. Entendió todo lo explicado en el día, pero la nota aun no sale de su mente, sin embargo había que esperar un par de minutos más. El profesor Colan se queda guardando sus cosas al frente del desgastado tablero de acrílico y, al terminar y dar la vuelta, Sam esta frente a él. “Profesor Einstein”, dice el profesor, evidentemente satisfecho por la broma que soltó una hora antes. Dejo de reírse al ver la cara de preocupación del joven estudiante. “¿Qué te pasa? Pareciera que te hubiera arrollado un tren…”. El joven intrigado no musita palabra y saca de su bolsillo la carta que había recibido hacia una hora. La misma carta que había notado desde que Sam la recibió. La mira detenidamente con bastante sorpresa y, más asustado ahora que hace cinco segundos, mira a Sam a los ojos y baja levemente la carta. “No se ha olvidado de ella, ¿verdad?”, pregunta Sam y, acto seguido, el profesor baja la carta. “¿Qué dice?”, pregunta tan consternado como su pupilo mientras en la hoja que sostiene en sus manos se ve escrito lo que cualquier ser humano de este planeta, salvo dos personas que se encuentran en ese auditorio, describiría como garabatos de un loco.
Esa misma tarde.
Al salir de clases, Sam se vería pálido si tan siquiera alguien se hubiera preocupado por notarlo.
Caminaba. No veía a donde iba, aunque llegó a su habitación por lo que él describiría como pura inercia.
La nota que había recibido esa mañana le hizo entrar rápidamente en pánico. No la está leyendo, pero sus palabras, en un idioma que solo él podría entender, no dejan de rondar su cabeza. Como pudo, se armó de valor y continuó su día de manera común y corriente. Mikaela lo noto cuando le llamó en la tarde. “¿Estas bien? Te oigo raro, como preocupado por algo…”, le dijo mientras hablaba con él a eso de las 5, cuando ya no tenia clases, según ella lo había calculado. “No pasa nada, amor, solo que no pude dormir bien y mi día fue un poco pesado”, le respondió Sam, tratando de disimular su estado de ánimo, ya evidente en su tono de voz. La conversación siguió como de costumbre, como suele ser una conversación telefónica entre dos personas que se aman. Aunque Sam tuvo que hacer un considerable esfuerzo para mantenerse en ella. La carta y su contenido no saldrían de su cabeza por tal vez toda la noche. Entonces se incorpora de su camarote y toma rápidamente un viejo cuaderno de su horrible mesa de noche, cierra el cajón, salta de la cama y se va antes de que Leo saliera del cuarto lleno de computadoras y Hackers de al lado a mirar qué es lo que le estaba pasando. En el parqueadero, Sam se monta en un espectacular Camaro Amarillo con franjas de carreras y arranca. Entonces pone la carta en el asiento del copiloto y dice: “Amigo, necesito hablar con Optimus. Es una emergencia, tal vez para todo este planeta”. Entonces el volante gira por sí mismo y el auto acelera rápidamente, cambiando de dirección, mientras la radio se enciente y suena “No hay problema…”. Bumblebee acaba de leer el mensaje contenido en ese trozo de papel blanco firmado con una marca roja de labios. |