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Meto las manos en los bolsillos, el cuello del abrigo lo tengo alzado, el frío se mete entre la ropa y mi nariz enrojece, helada por los pocos grados que hace. Los pies, semiinertes enguatados en los calcetines de lana, me llevan hacia ningún lugar en especial. Me fijo en los otros paseantes, todos con la humedad de esta gélida mañana marcada en su rostro, sus preocupaciones en los ojos, las manos escondidas tras guantes o en bolsillos que carecen de todo. Es la pobreza de nuestro tiempo, el vacío del consumismo, es la Navidad muerta de quien sólo conoce el gasto y ahora no sabe que hacer para cumplir con el rol de parecer lo que realmente no se es. Ahora, en este tiempo de armonía, se ve el hueco que deja el ser creyente de una sociedad marcada por el gasto y ateo de una espiritualidad carente de adeptos.

Entro en un pequeño bar, tiene unas ocho mesas, se respira el aire familiar de esos pequeños negocios que viven de la alegría de quien da el placer de un café con sonrisa, una comida casera con simpatía, un buenos días sincero, y el saber que el cliente volverá por la satisfacción de sentirse en un segundo hogar. Decidí tomarme mi café, leer mi periódico, y dejarme llevar por un rato al libre albedrío de quien se sabe anónimo en casa ajena. Así, de forma ocasional pude observar las risas que se traían la camarera con dos de sus habituales clientes, bromeando sobre cualquier tema, como los clientes llegaban y no pedían, sólo con el buenos días la chica recitaba lo que entendí era la petición de cada mañana. Un café con leche, otro sólo, tostadas o bollería, todo iba circulando con sonrisas de quien sabe que regala el momento de paz de la mañana. Me gustaba este sitio. Así me pude fijar en los menús y decidí volver a la hora de la comida. Me pedí un segundo café, terminé de releer mi Marca, pagué y salí a la invernal calle.

Recorrí el centro de la ciudad sin rumbo fijo. Las calles estrechas, tiendas pequeñas, bares con sus pizarras reclamando la atención, el submundo capitalista en forma de grandes centros de consumismo, todo me hacía volver a la realidad que envolvía un mundo antiguo que un día fue remanso de paz y orgullo de quien hacía de un conjunto de chozas una ciudad elegante para volver a ser un conjunton de chozas con riqueza entrometida. Porque realmente no somos mas que eso, borregos que siguen el paso marcado por una guía invisible que mece nuestra inteligencia, que nos lleva por el camino de su conveniencia, no somos mas que juguetes en un escaparate llamado vida. Es por eso mismo por lo que las luces de La Naivdad me hacen sonreir. No creemos en lo que celebramos, pero sí que regalamos para celebrarlo. Somos simples consumidores de lo que quieren los poderosos.

Entro en una tienda, miro todos esos abalorios que se exponen y pienso en lo que realmente me es útil. Mi sueldo mileurista no me permite comprar caprichos, casi no me llega para poder disfrutar de mucho, y menos aún para gastar lo que me es innecesario. Paseo de nuevo por esa avenida que me ofrece múltiples oportunidades de vaciar mi bolsillo y rellenar la lista de objetos inservibles que colman la felicidad de una Navidad que nos otorga el poder de sentirnos ricos por dar y recibir sin sentido ni practicidad. Me resisto a ser uno más de estos borregos.

He pasado ya casi dos horas de inspección. Sí, decididamente la crisis nos acucia, nos hace gastar más para sentir el espíritu de las fechas. Somos como simples niños que hacen lo que los demás quieren. Gastamos sin saber porqué. Miramos lo que el que está al lado hace para sentirnos más poderosos. Una madre, con sus hijos de la mano, recorre la tienda, mientras sus vástagos la miran con curiosidad y recelo, quieren comprar, como no, pero no allí. Una pareja joven, enamorados, tienen una discusión por la necesidad de un perfume u otro que no tienen, mientras en sus mentes circulará la subida próxima de un euribor prohibitibo. Dos ancianos acompañan a una caprichosa niña que exige por Papa Noel el úlitmo modelo de una consola y por los Reyes el teléfono móvil que sale en no se que serie.

Definitivamente me vuelvo al frío de la calle, el consumismo me puede. Vuelvo a ese pequeño bar que sí me recordaba el espíritu navideño que viví en mi infancia. Unas cuantas bolas de colores, unos colorines y villancicos aflamencados de fondo. La sonrisa de la camarera me hace volver al mundo actual, pido una coca cola y algo de comer. Que más daba, si lo interesante era vivir este momento de verdadera pobreza, el saberse rico de sentimiento, no tener más que para estar en un pequeño bar de menús caseros y no en un restaurante de postín que no tendría nada de alma. Miré a la camarera, que volvía a hablar con unos clientes, le sonreí y decidí que mi mejor regalo era éste, vivir la Navidad de La Sonrisa

Texto agregado el 01-07-2010, y leído por 152 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
01-07-2010 Más allá de la sociedad consumista, del capitalismo, de la explotación y alienación de la sociedad, cosas en las que coincidimos plenamente que son lacras, siento que lo principal de tu cuento es la soledad del personaje. No hay en su mirada e historia nadie con quien compartir, ya sea la navidad o cualquier momento cotidiano, de ahí el refugio en ese pequeño bar que lo lleva a su infancia. Sinceramente; que tengas un lindo día. NeweN
 
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