Salgo de casa sin rumbo fijo. Mis pies descalzos, abrigados con calcetines rohidos llenos de boquetes y de diferente color. Mis pantalones me cuelgan anchos, descoloridos y grasientos. Los boquetes lo hacen de última moda, quizá como sus años de servicio, esos mismos que compré en una tienda de un callejón sin nombre.
Voy sin camisa, raro en mi. Sólo un jersey que es una oda a las bolitas. El pelo grasiento, despeinado, una rala barba enmarañada por mil historias. Aún conservo restos de café en mis labios.
¿Hacia donde voy? Qué más dará. Sólo el final importa, la soledad de mi ausencia, mi sombra oculta tras mis espalda engarrotada, mis brazos que bailan un son arrítmico, mis ojos entrecerrados sin ganas de ver la luz, sólo mi pensamiento me guía hacia algún lugar cualquiera, pues mi sentidos mueren en cada paso, mis fuerzas me abandonaron junto con el amor a la vida.
Sí, ahora se mi destino. Es el mar, ese que me engullirá para no devolverme más. Zurco por caminos de arena y barro, árboles desflorecidos y marchitos donde me veo reflejado, atrás ciudad sombría de la nada felicidad que me regalaste, voy camino de un onceano de seguridad, de la certeza del no retorno.
Hoy es el día en que las musas me han sonreido, Caronte me habla de un viaje hacia un Edén silencioso y despoblado, ya puedo seguir mi trayecto, ese que marqué en líneas de fuego y lágrimas, de traiciones y desesperanzas, hoy puedo sentir la sangre hirviendo donde la nada recorria su pasaje, hoy se que llegaré a la espuma de mi tumba, llamada mar.
Escribo sobre la arena el sentir de un marinero de tierra, de un jormalero de la desocupación, de un pensador negado a las letras y de un literato que nunca pudo sentir, de un poeta mudo, de un daltónico pintor, de alguien que sólo conoció la alegría en los sueños de los demás, dejo mis últimas letras.
Caminante sin rumbo ni sentir
vuelve a nacer en la espuma
tu sitio no es el vivir
Ciego de esperanza y vida
recoge tu hato
tu vida está redimida.
Sentir ya no es nada
olvida todo el ayer
el mañana está marcado.
EPITAFIO
En las aguas de este océano zurca un hombre que no supo caminar,
nada un hombre que no creyó en el amor,
un hombre que amó sin sentirlo.
Aquí deambula el alma de quien vivió al morir
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