Sorprendía a su amante con crepúsculos y dosis de ternura. Atrapaba luciérnagas y se las obsequiaba a cuenta gotas.
Un día le trajo esencia de aves y tiritas de napalpí. Ella comenzó a volar por toda la casa: pasaba las tardes haciendo piruetas en el aire. Para hacerla bajar le acercaba racimos de uvas. Cuando las tiritas de napalpí se secaron, ella dejó de volar y se tornó taciturna.
Aquel día, llegó con tiritas frescas y los ojos de su mujer brillaron al tiempo que comenzaba a levitar. Para cuando reaccionó, ella había salido por la ventana y se encaramaba en las nubes. Corrió tras ella con uvas en las manos para hacerla bajar. La miró elevarse sobre los cirros y, luego de hacer algunos giros en el aire, ascender aún más, hasta ser un punto en el cielo.
+Cronopio+
Texto agregado el 30-06-2010, y leído por 601
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El amor hay que cuidarlo todos los días, si le hubiera llevado tiritas de napalpí todos los días y no los hubiera dejado secar, seguro que aún estaría levitando alrededor suyo. Muy chulo. Un saludote. currilla-