Perros los días y reverdecen.
Rabiosa el alba despunta un amanecer que obliga, amanecer que lleva invariablemente a la fila: nadie se esta haciendo más joven. ¿Salir es necesario? Si, hay que buscar el par de manos que den el aplauso mortal del mosquito. A veces los gritos de la noche saltan pero todos los gritos que terminan en llanto crean silencios grises, silencios de hormiga. Luego los gritos cada vez más cortos y los silencios cada vez más largos: así nace el acto de pensar.
Allá en el monte había una muchacha con forma de árbol (es natural, en todas las buenas historias hay una muchacha aunque no siempre con forma de árbol). Bajaba y subía en su fijeza y casi siempre sus ojos pero también a veces sus hojas mecían el viento (así está bien dicho y no al revés cómo lo piensa el que cuida esta edición). Un tronco y una corteza y unos insectos rarísimos descubría en sus pliegues, su sabor era inconfundible.
Seguían las noches y los silencios grises en círculo… nadie escapa de la fiera mirada del abandono, no el real sino el creado (por eso la cama es más importante que el refrigerador). El llanto hace germinar en las almohadas sabiduría (por eso la cama es más importante que el comedor). La dura sombra traspasa sábanas almas telitas de cebolla (por eso la cama es más importante que…). Pero la cama sola no basta, es necesaria la compañía.
Esa mujer me hacía compañía y entablaba largas murmuraciones conmigo. Apenas sentía la brisa de sus palabras cortas pero constantes llegar a mis manos cuando la saludaba. Nunca hubo términos medios en sus ideas, cada expresión era total, universos enteros y números definitivos me contaba. Siento (no pienso) que su secreto estaba en la raíz: si se escarba desde cualquier punto de la tierra se puede llegar al nucléolo exacto de la célula Tierra, dónde secretos primigenios protegen el ADN del planeta y se podría clonar el mundo.
De nuevo el mundo oscuro y la lucha blanco digital de los hombres: pastillas que enclaustran paradigmas y contradicen la estupidez. Píldoras para tener quietos a los niños, píldoras para no comer, píldoras para mejor sentir, píldoras para no sentir, píldoras para dormir… en la cama. Cada píldora un nuevo mundo y cada mundo un nuevo problema a tratar. Pero todo esto importa casi nada cuando cama y árbol (finalmente maderas) cantan a la par del rechinido de la unión, es decir, la verdadera unión, la que consiste en desaparecer, abandonar el lugar que ocupamos en el mundo para crear otro nuevo, más completo sí, pero también mas frágil.
Así era mi unión con ella. No se había casado conmigo pero era mi esposa, no me había dicho que si pero estaba comprometida conmigo y ni siquiera estuve el día de su nacimiento pero era mi hija. ¿Quién te sembró? ¿Quién te instaló tan lejana? A veces me parece increíble como pude llegar a entenderme con tu presencia. Recuerdo que tuve que aprender a quedarme quieto hasta despegarme de mi sombra y volver a ser niño como Peter (¿Qué aguas de qué lluvias de qué nubes te alimentaron?). No creas, el fenómeno de tu presencia embriagaba y no cualquiera era capaz de Verte (así con mayúscula). Para llegar a ti con toda mi furia tuve que raspar las calles y aprender a comer perro. Ya hombre entonces tu/mi/nuestra llegada se hizo.
¿Te has fijado estatua? Quieta estás lo sé pero ¿te has (¿has visto?) fijado? Los hombres (y ahora las mujeres también) siguen buscando los porqués y los cómos… sin saber que lo fundamental es el con quién. No llorar este vaso de agua sino poder compartir un hombro. No es triste el dolor, triste es no tener con quién compartirlo pero más triste es tener a quién y aún así no poder dividirlo. Sólo por eso el dolor es triste, no por su causa y origen, pues el dolor es equiparable a la felicidad en su intensidad y goce y aquellos que buscan únicamente amor en almíbar rápidamente se dan cuenta que están siguiendo un ardid de TV.
Tropecé con esta verdad y caí. Caí con un estilo único y espantosamente vertiginoso; generoso conmigo mismo: solitario. En mi caída libre no me agarré de nadie, yo solito me dejé seguir cayendo y ese fue mi error pero también mi regodeo. Descubrí que no es solitario el apartado, no es lejanía el recuerdo cuando ardiente. Aprendí a comer tus frutos y esa fue mi hazaña; aprendí a dejar de comerte y eso fue un milagro (sólo el que muere de hambre entiende el milagro de la vida). Entendí que estar vivo es tener algo pendiente que hacer, llámese comer, llámese olvidar y hasta que no te coma o no te olvide de verdad no me voy a morir y sobre todo no tienes derecho a morirte.
Resiento los cuidados que no supe darte. No me arrepiento de la sombra que me diste, me arrepiento de nunca haber planeado colgar un columpio de tu rama para que jugaran los niños… nuestros niños. Tu fertilidad estaba en duda pero luego se confirmó: madre joven cómo siempre quisiste serlo. Te aseguro que no me sorprendí cuándo supe que el retoño respondía a las mismas letras que yo respondo. Hice las cuentas del patán y las matemáticas me dijeron que no pero hay veces en que siento que si (o quisiera que si, sobre todo al verte así toda…). ¡Qué simple el lienzo de tu dorso plano sin escorzos! No tienes debajo de la lengua áspides y confieso que tus dientes desalineados siempre me conmovieron. Fue tu virginidad un baúl y un cerrojo y mi cuerpo hacía las veces de llave. Tu curiosidad fue al mismo tiempo morbo hecho mujer: manos, caricia, saliva, abrazo húmedo, abrazo de pinza con tus piernas. Aprendiste a disfrutar del momento porque no te daba más que eso: momentos.
Dicen que esos tubos conectados a tu sangre te mantienen viva y pienso: qué desperdicio de pechos estos que toca tu madre cada vez que te ve demasiado inmóvil. Algún afortunado debería saber que la parte más sensible de tu cuerpo son los pechos… pero también tu espalda. Aquí tu mejor acertijo corporal: aquel que sea capaz de besarte la espalda y los pechos al mismo tiempo encontrará la piedra filosofal más dura y lubricada del placer carnal o, al menos, se reirá toda la noche en los intentos (y como quiera disfrutará enormemente porqué habrá deshecho tus tabúes y entonces no habrá más que gozo).
¿No se supone que los hospitales son blancos? Aquí lo más blanco que veo es tu piel. ¿Eres tú el hospital dónde di de alta a mi tristeza? Doctora corazón no lo creo porque nunca fuiste tan lista pero si: ¡Hola enfermera! Enfermera blancuzca pero colorida. Colorida porque cada dos meses le cambiabas el color a tu cabello. Recuerdo que te decía que eras más regular para eso que para tu ciclo y te daba risa… reías con tanta franqueza, a veces tanto que te dolía. Luego la antología dicha cien veces de todo lo que nos hizo reír juntos y a pesar de que los dos sabíamos exactamente como habían sucedido las cosas, exagerábamos los detalles, agregábamos inconsistencias y hasta añadíamos personajes a las obras sin corregirnos nunca… ¡qué genial complicidad!
Dicen tus papás que a veces ríes en las noches porque sueñas pero les digo que eso no es posible. Lo que pasa es que son muy devotos y creen en los milagros sólo porque los han visto. Yo también he visto milagros cotidianos. Me vi a mí mismo consiguiendo una flor para ti, una vez te inventé un día célebre y casi un semestre completo te esperé todos los días para irme contigo a pesar del hambre que me cargaba.
No tengo fe pero voy a ir a la iglesia a rezar una oración vacía por ti. A rezar para que te levantes y uses tus magníficos pechos para alimentar a la hija que sé que ansías. Para que abrases a este niño hijo tuyo que se abraza de mi pierna cuándo me tengo que ir. Para que le quites la máscara de viejito a tu hermano mayor. Para que vuelvas al rancho dónde todos te conocen y te saludan y te quieren y te regalen los churros en la plaza nada más por chula y buena niña. Y sobre todo para que levantes mi mirada que caerá al piso si no te levantas.
|