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La foto
Abiam Vega


A menudo me gusta disfrutar un cigarro debajo de los árboles del parque del zócalo, admirar el palacio de gobierno, la iglesia, la plaza de armas donde ondea aquella gran bandera y todos esos edificios vecinos antiguos, me inspiran a escribir cuentos de la colonia, algunas otras veces romances bohemios; eso es inevitable me parece, viendo a aquellos enamorados en las bancas del parque. Más de una vez han criticado mi excesiva afición hacia las historias románticas, tomándolas por poco originales; no los culpo, la verdad. Hoy es un día de esos en los que el bloqueo imaginativo hace su trabajo, ni el jugo de manzana y ni las mentas parecen impedirlo; presumo que también algo de culpa ha de tener aquellos ruidosos niños persiguiendo a las palomas. Por suerte siempre llevo un libro a la mano, para poder disfrutar la inspiración de alguien más.
Entre página y página, encontré aquella foto; no recordaba cuan hermosa era, pensé que había quedado en aquel polvoso portafolio de mis tiempos de estudiante de fotografía, aun recuerdo el titulo “Paseo Urbano de la Av. Cáceres”, seguramente la debí haber puesto en el libro para que un día de esos, como hoy, recordara mi vieja búsqueda. Aquel día, cuando hice la fotografía, no me di cuenta de ella, hasta llegando a casa. No puedo olvidar el sentimiento que me causo la primera vez que la vi, una hermosa muchacha caminando en la acera, de cabello obscuro ondulado, con un vestido de verano que caía a través de su delicado cuerpo, su expresión pensativa era hipnotizante, a un lado de ella, pese a los altos arboles se podía notar el letrero “L' terrasse Blue” que pertenecía a un café de aquella transitada avenida. No sé si fue su belleza, la curiosidad por saber qué había detrás de aquella expresión pensante, o la aventura de poder conocerla y entablar un magnifico recuerdo con cual acompañar a tan preciosa foto, algunos lo tomarían de romántico, para muchos otros de locura; no lo sé, pero algo me hizo ir a ese café por semanas con la esperanza de poder verla otra vez, siempre a la misma hora, en el mismo sitio y la misma orden “Café avec d'cognac, por favor”, vi tantos autos y gente, muchas muchachas, siempre tratando de materializar una figura de tres dimensiones de aquella plana imagen, no era ninguna de ellas. Solía imaginar al compas de la melodía de “Jaques Brel” en “Ne me quitte pas” un cuento en el que ella figuraba como protagonista, recordando un poco esas novelas de amores imposibles, desamores y tragedias, como ese en donde un profesor de historia es perseguido por el ejército enemigo que había ocupado su país; que sin más opción, tuvo que esconderse en un pequeño pueblo donde vivía un amigo de su familia y convertirse en pescador; en el pueblo conocería a una joven de la cual se enamoraría perdidamente, quien también es la nieta del amigo quien le ha ayudado; y después de todo, cuando pasearan en una barca secretamente en el rio, la tarde se tornara tempestuosa, lo que desencadenaría la muerte de la joven y el aprisionamiento del profesor.
Me gustaba también pensar en cuál sería su nombre, tal vez sea Lucia, Estefanía, Carolina… María, Andrea o quizá Laura, pensaba como seria su voz, en sus expresiones, sus pasatiempos, sus alegrías; todo me marcaba una casi obsesiva fantasía que era necesario dejar. Me propuse terminar la última semana de mi travesía, en la que podría o no encontrarme con ella, siempre con la foto en el bolsillo, mirando hacia la calle. Cuando ya me disponía ir, mareado ya de ver tantos rostros, colores y autos pasar, asqueado del café y los cigarros, dando mi reloj las cinco treinta, como un sueño a pie, mire como si el tiempo se volviese lento y mi respiración más rápida, ella pasó por delante de mí.
Ahora necesitaba una buena excusa, resultaba algo tonto de mi parte que con tanto tiempo, no se me ocurrió pensar en ello. La seguí a su paso, intentando que no me viera y también que no creyera que era un loco, aunque yo mismo lo dudara. Detuvo el paso y con cierta pesadez dio vuelta “te puedo ayudar en algo” exclamo, dejando claro que se había dado cuenta de mi acecho, “disculpa, si te moleste, es que no encontraba la forma de decirte que el otro día te tome una foto…. no sé si lo recuerdas, recibí muchas buenas críticas de ella y me gustaría saber si quisieras verla…” una suertuda excusa salida de mi torpe imaginación pensaba, dudando un poco ella acaricio su nuca y con esos hermosos ojos almendrados me miro y sonriendo pregunto “¿así que eres fotógrafo?”.
Atrevidamente la invite al café e intente disfrutar de cada momento, cada expresión, cada palabra… “que les sirvo” llamo el mesero, ella con cierto ímpetu expresó “un té helado para mí”, “¿y para usted?” me pregunto el mesero, con una torcida sonrisa de extrañeza indique “lo mismo que ella, está bien”.
-Por cierto, ¿podría saber tu nombre?
-Me llamo Dolores, pero la verdad es que prefiero que me digan Lola.

Un poco cansado ya de escribir, del jugo de manzana y las mentas; miro fijamente a la foto y no tengo ninguna duda que me hubiera gustado mucho conocer a Lola.

Texto agregado el 27-06-2010, y leído por 142 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-06-2010 Bueno es contar historias románticas. No faltan lectores, porque el romanticismo hace soñar y desear lo hermoso de la vida en cuanto a la emotividad y lo afectos. Graicas! simasima
27-06-2010 Tienes un estilo ciertamente torrencial, aunque quizás estaría bien que pusieras un poco más de esmero a la hora de cuidar la forma. sombrabl
 
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