Perdona amor por mi retraso.
Sé que fui trueno perezoso.
Me demoré inconsciente
sin advertir tu marcha.
Te convertiste en relámpago,
ansiosa de sentir, de vivir.
Sé que miraste atrás,
pero la inercia no te dejó frenar.
He seguido tus huellas a través del tiempo,
a través de todos los cuerpos que he habitado.
Te he buscado en cada época,
en cada ser que he conocido,
esperando que el roce de la existencia
apaciguara tu avance.
Grité cada mañana tu nombre,
pero la eternidad me devolvía cruel
el eco de mis lamentos.
Cada vez que me hice carne,
grabé a fuego en mi inconsciente humano
tu imagen.
En mis periplos mundanos,
sin saberlo,
te seguí buscando.
Ahora, por fin te he encontrado.
Mi amiga,
mi yo,
mi hermana.
Hablas y oigo mis palabras.
Pienso tus anhelos,
fragmentando el espejo en que te miro;
en que me miro...
Robo el vello de tu cuello con mis dedos
y tu escalofrío me estremece.
Te hago el amor y gozo,
egocéntrico de ti.
Autófago te devoro,
aborigen de tu alma,
fundido,
desleído mi cuerpo
con la miel de tus humores.
Fuera de tus estancias,
el silencio atronador de la nada.
Así que me refugio en ti,
recojo tus lágrimas en el mar de mi pena,
tus risas en mi contento.
Coso nuestras pieles con hilos de certezas,
y agujas de vivencias:
las tuyas,
las mías,
las nuestras...
Altero el fluir de mis venas
para seguir a tus arterias,
sincopando,
desmenuzándome hasta ser polvo
que se cuele por tus poros.
Inspiro y expiro tu aliento,
muriendo brevemente en tu letargo.
Y cuando despiertas,
amanezco,
viendo en tus ojos el sol
que asoma por la ventana que miras.
Piensas y sé,
dudas y desconozco.
Las dos partes separadas
en la nube del tiempo primigenio,
antes incluso de que hubiera cuerpos
que engendraran otros cuerpos,
unidas están de nuevo
en catarsis de cenizas renacidas.
Ya no tú y yo,
al fin,
otra vez,
nosotros. |