Faltaban pocas semanas para el inicio del Mundial de Fútbol; toda pantalla en la ciudad dedicaba sus imágenes y píxeles al acontecimiento que habría, supuestamente, de levantar la moral, las ganas y los ímpetus deportivos a todos los chilenos de corazón. Sólo se hablaba de los partidos, en dónde con toda seguridad, la selección golearía a sus adversarios, en un eterno y perseguido sueño de triunfo. ¾Seguro que en este mundial nos va bien ¾decía sonriendo Trimigio y miraba esperanzado y casi con deseo sensual, el trote de los jugadores de la selección nacional, filmados sobre el pasto, escupiendo a diestra y siniestra y acomodándose los testículos, que seguramente, con el bamboleo del ejercicio, se ubicaban en alguna posición incómoda ó inusual. Supo por las noticias que el jugador estrella, promesa de logros en el próximo Mundial, estaba lesionado; había sufrido una rotura fibrilar, ó mejor dicho tuvo un desgarro, güeón, en un músculo de la pierna izquierda, que lo dejaría al menos quince días sin tocar pelota alguna, excepto las propias. Y con toda seguridad se las tocaría mucho, mientras en la clínica se recuperaba, rodeado de los lujos que merecen todos los chilenos cuando están delicados de salud. Llamó a su hijo menor, apuntó con el dedo el televisor y recitó una larga retahíla de nombres y apodos de atrapadores de pelotas; le contó casi con lágrimas en los ojos que gracias a ellos y su dominio del balón, en una suerte de maromas increíbles, engrandecían el olvidado y trasnochado nacionalismo del país, siguiendo y golpeando con furia una esquiva pelota. Abrió los ojos esperanzado al enterarse, en los cincuenta y siete minutos del noticiero dedicado al fútbol, que la dolencia del chuteador maravilla, aparte de toda la tecnología aplicada por los médicos, sería tratada de manera alternativa, holística y espiritual. Serían llamados a sanar la pata mala del saltimbanqui del balón un grupo de acupunturistas chinos, dos chamanes centroamericanos, tres sacerdotes druidas honorarios, y una machi sureña apaleada por los pacos, además se rumoreaba que hasta una psíquica local ayudaría, sin contar con los servicios de un numerólogo que apenas sabía hablar y escribir, pero que sí sabía contar y predecir el futuro cercano y lejano.
Trimigio lloraba su falta de dinero para poder viajar al país sede del Mundial, así es que se endeudó en un televisor gigantesco; elecedé, resolución infinita, alta definición, cuarenta y ocho parlantes, catorce entradas usb y detector de lluvia. Así podría ver a sus ídolos correr en cámara lenta, mirarlos sudar y escupir de forma tan real, que hasta tendría la felicidad casi tangible, de recibir en su cara la saliva expulsada en cada garabato dicho y escuchado en el sistema de sonido cinco punto uno. Pero se sentía conforme, valía la pena el esfuerzo de pagarlo en ciento veinticuatro cuotas; todo por la Selección y su pronto triunfo. Recordó sonriendo las muchas veces que su padre le comentaba los mundiales de años pasados; épocas en que el anhelo y la esperanza de todo un país se iban al tacho de la basura, ante el triunfo avasallador y frontal de equipos más preparados tal vez, más capaces tal vez, más veloces tal vez, o simplemente mejores. Según su viejo, Chile sería campeón del mundo, en el siglo veinticinco ¾he visto muchos mundiales y la mayoría sin nuestro país participando ¾y reía con sabiduría, mientras Trimigio se mordía de rabia, creyendo que su padre estaba viejo y sin esperanza alguna. Aunque la esperanza y la desesperanza son primas de la experiencia y la evidencia. La Selección Nacional ganaría, sino el Mundial, por lo menos un par de partidos y volverían henchidos de orgullo, serían recibidos en el aeropuerto por una masa mucho mayor a la que recibió el Papa, llegarían llenos de alegría, dinero, publicidad, mujeres, televisión, autoestima y sobre todo entrevistas: ¾hicimos todo lo posible, dimos el cien por ciento, mojamos la camiseta, el profe puede responderte eso, no, es mentira, no hubo drogas ni alcohol, no, sólo somos amigos con Miss Silicona, si...compré un auto de doscientos mil dólares, pero sólo porque lo necesito para ir a comprar a la feria, es verdad estoy comprometido con la Señorita Lindas Gomas ¾. Trimigio al ir y venir de su trabajo, en el metro, envuelto en las humanidades de cinco ó séis personas alrededor suyo y escuchando música a todo volumen, a punto de reventar los audífonos, piensa, más bien sueña con conocer a los jugadores; a sus ídolos, a sus héroes, a sus referentes de vida, a sus estrellas guía. Quisiera haber sido cómo uno de ellos, bueno para la pelota, veloz y hábil; más aún, envidiaba la simpatía, elegancia, prestancia y presencia que tenían ¾por algo se agarran las mejores minas ¾ pensaba y fantaseaba con las mujeres aquellas, abundantes de pechos y culo, con cinturas mínimas y labios carnosos. El tipo de mujer, que según su precario sentido del respeto y caballerosidad, sólo podían conseguir algunos ¾los güeones con plata nomás consiguen mujeres lindas ¾y se conformaba con adorar a sus ídolos futboleros, poseedores del secreto del éxito y la masculinidad.
Decidió ir al centro de entrenamiento de la selección nacional, a ver salir los jugadores, verlos aunque fuera un par de segundos, desde lejos, y tal vez ¾por qué no ¾conseguir un autógrafo, para regalárselo a su hijo, y explicarle que ese garrapateo de letras, era la confirmación máxima de haber estado a menos de un metro de sus semidioses, que se dignaban mirar por un instante a un mísero devoto, postrado humildemente ante sus zapatos deportivos de marca. Pidió permiso a su jefe para salir temprano del trabajo ¾déjeme irme a las cuatro por favor, mi señora está enferma, le dio un ataque de halitosis esta mañana ¾. La muchedumbre atronaba afuera del recinto; hombres vestidos de toda forma y pelaje gritaban su amor incondicional, las mujeres levantaban a sus pequeños hijos, vestidos con diminutas camisetas rojas, que semejaban pequeñas rosas ofrecidas en sacrificio y ofrenda. Hasta rebosaban las lágrimas en muchos ojos. Ni la salida de Jesús desde el templo hubiera causado tanto revuelo y emoción. No parecían deportistas; sino soldados destinados a batallar en las fronteras del fanatismo y la obsesión, yendo pronto a una guerra mundial, sin bajas, pero sí con millones de espectadores muertos en su orgullo y pasión, si no vencían al adversario. Finalmente logró la ansiada firma sobre la hoja arrugada de una pequeña libreta de apuntes, en la cual apenas tenía anotados los números telefónicos de una decena de personas. Sonrió y dio las gracias, pero no fue escuchado; el jugador miraba de manera interesada y calentona a un par de adolescentes, enfundadas en apretadísimos jeans, que agitaban una bandera y cantaban con destemplada voz guaca guaca.
Volvió feliz a su casa, abrazó a su hijo, besó a su mujer, gritó chi chi chi le le le, y encendió el televisor ultramoderno, ultraplano, ultraliviano, ultratecnológico, sin sentirse ultraendeudado, y sintonizó las noticias ¾falta poco para la fiesta mundialera, empresas se preparan para ver los partidos, ni otro terremoto impedirá celebrar nuestro triunfo, jugador lesionado está siendo sanado a la fuerza, más de un millón de personas en peregrinación a la Virgen de Lo Vásquez, de rodillas, y si nuestra selección llega a la semi final, todos nuevamente al santuario, de guata. Y esta fueron las noticias. Trimigio estaba radiante, había logrado conocer a los héroes del fútbol, conseguir un autógrafo, tenían una pantalla plana para ver los encuentros, sus jefes le permitirían ver los partidos en horario de trabajo, su mujer miraba entusiasmada los preparativos, y el desgarro del líder estaba en proceso de curación. Y si Chile no ganaba este campeonato, por lo menos le quedaba el consuelo que había sido tercero en el Mundial del año sesenta y dos.
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