I

La luna fue tan solo un enorme foco espía de miradas tenues. Y vos, en la sombra de mis manos, dejaste el mundo apenas un segundo para volverlo eterno. Cambiando de vía en un teatro de formas y colores que nunca supiste explicar. Esta noche estamos solos. Pero, sin vernos a los ojos, supimos que somos realmente los de atrás: aquellos invisibles o visibles a ojo ciego. Siendo imposible acertar con palabras este enredo de formas. Mis ojos se abrieron infinitamente; hasta tocarse mis párpados bajo esta primera luna nueva. Nada es real, contigo en mí, cayendo lentamente hasta volverte nada más que un inmenso placer en mi centro. Hoy espero que vuelvas. Sin tener que buscarte a través de tormentosos caminos y agujeros decadentes y engañosos.

"Ven a mí, claridad" suena como súplica en mis adentros a manera de una vieja canción, sin saber de donde vino ni de donde llegó. Y en mi memoria la imagen de una playa: Pensacola, un pequeño bosquejo que me mostraste alguna vez por aquella ventana de cristal verde, rojo, azul y tantos más.

Una vez refugiado en tu planeta, reflejas en ventanas a ese mismo personaje que no nos deja pasar a su manera tergiversada de ver las cosas. Mano contra mano en una ventana hacia lo mismo, hacia vos. Un beso sería puro egocentrismo. Y pensar que sólo vidrio nos separa.

Me preguntaste como viví nuestro encuentro. Y yo suelo sólo responder que la amnesia es mi mejor compañera. Ya que aquel contacto que hicieran tus ángeles con mi cuerpo, es mejor contarlo como un simple abecedario de ruidos móviles. Algunas veces tan peligroso como tu mirada cotidiana. Otras veces menos hermoso que el frío de tus besos en mi universo.

Antes, y como siempre, odié la pérfida manera que tuviste para mostrarte a mí. Filtraste tus ojos mortuorios a través de mi casco tan lleno de lo cotidiano. Y lo ofreciste sin mas ni menos. Te convertiste en mi más cercana enemiga siendo tan sólo una figura hermosa. ¡Y de qué manera te amo!

Dime ahora como hiciste para eliminar el miedo. Esa primera parte de lo que yo llamo el estruendo de amar solo. Bebiendo ríos de agua helada, sentado en una pequeña silla de madera. Esperando superarlo, hablo del temblor. Ese superable predecesor del reino de lo nuevo, para luego dejarse llevar como nunca; y entrar en vos, sabiéndote distinto el otro lado.