CÓMO PASAN LOS PÍCAROS AÑOS.

Hará unos veinte años aún yo me creía la dueña del mundo, reina de mi hogar, la súper capa en mi trabajo etc, etec.
Por ese tiempo se les ocurrió colocar citófonos a la entrada de mi edificio y a los niños no se les pareció nada más entretenido que apretar y apretar botones para llamar a sus amigos.
Suponiendo que si los descomponían, el arreglo nos lo iban a agregar a nuestros Gastos Comunes; se me ocurrió llamarles la atención, y, una niñita como de diez años dijo:
-¡Pucha la vieja!
Ahí, escucharla y pararme en seco, para que no me diera un infarto fue todo uno; me quedé sin habla… Me metí al ascensor y apenas llegué a mi piso, salí más que ligero para introducirme a mi departamento y entrar al baño a contarme las arrugas frente al espejo.
En realidad no tenía tantas…¡En serio!...
¡Pero que dolor tan grande, que me llamaran, “vieja”.

Ahora que estamos en 2010, lo tengo súper asumido y le acepto a mi hijo que al referirse a mí diga:
-Mi vieja.
Tampoco le paro los carros a mi marido cuando me pregunta:
_ ¿Vieja, dónde dejaste el control remoto?

(Hace veinte años si me llamaba vieja le decía:
-Ordinario no me llames “vieja”… Si se te olvidó como me llamo; abre la libreta y lee con quien te casaste…Ahí sale clarito mi nombre).


Bueno ayer veinte de junio celebramos el Día del Padre con mis hijos y nietos y al momento del brindis observé la emoción de mi esposo, vi el brillo de sus ojos, sus “cabellos canos” y me detuve a pensar que a lo mejor ya va siendo la hora que asuma mi realidad y deje de tinturar los míos.

¡Jesús, cómo pasan los pícaros años