Las vuvuzelas hacen recordar a un enjambre de abejas. Chile se afianza como un real candidato.
Y por los bocinazos: un panal metido en una avenida importante.
El seleccionado de España no encuentra el rumbo, encima el puntero no afloja y Portugal hizo siete goles.
Sin dudas, por lo menos en lo que va de la primera rueda, América es el continente mejor posicionado en el certamen de Sudáfrica.
Mañana a las quince treinta se han de enfrentar Argentina con los más grandes pensadores que existen.
Mi mente es un torbellino de ideas pero prefiero apagarlas igual que insendio pues no deseo por hoy hacer más nada por nadie.
Voy marchando por las calles y museos de Madrid, mirando cuadros del Goya y mujeres esculturales que ignoran mi presencia por ser yo un hombre pestilente, oliendo al humo que sale de las brasas que calientan mi hogar, dando pasos de soldado que marcha al agónico frente.
Pero alguien me ocasiona la muerte. Vaya frase impronunciable.
Resultando que mi sangre amarillenta como de cucaracha sale a borbotones con sus puntas verdes.
Entonces pasa una mulata corriendo y mi alma que no se rinde se monta sobre su tierna nuca.
Es gracioso pero siento que cabalgo por la vereda montado en una tordilla negra, sonriente, feliz de mi actual presente que amenaza con ser efímero.
Pero a las pocas horas me extirparon como a un quiste quedando tirado en por última vez en una plaza pública.
Soy un toro a punto de desaparece de la faz de la tierra, una alimaña girando en el desague, una hoja ya secada expuesta al sol del tórrido verano en el desierto. Soy como el balón oficial del mundial, dicen hecho con croto de elefante, que a menos que hagas un golazo como lo hiciera Forlán, como aseguran todos los que conocen del tema a fondo, más lo que se puede apreciar por la televisión, a falta de comba por como está fabricada, solo sale para arriba y después viaja para el lado de las tribunas.
Aunque en seguida logré posicionarme de nuevo en la existencia, es decir estoy brotando como una planta, o mejor dicho un simple yuyo silvestre, que seguro cuando vuelva el jardinero habrá de ser nuevamente decapitado.
Pero hasta entonces he de poseer algún buen tiempo de vida como para disfrutar.
Ya mismo está jugando su suerte la propia España contra Hondura, y me averguenza confesarlo pero yo ignoro como van, cuando antes me recitaba los equipos de memoria.
Cuando de pronto un viejo ñañoso que alimenta palomas por su cuenta con un maíz naranjado a punto de estallar, corta un tallo del cantero donde me encuentro y se lo lleva a la oreja izquierda, como cuando en una pausa se calza el grueso lapiz el carpintero.
Pero vaya suerte que éste tipo millonario entrado en años, con dientes postizos que exiben oro, se dirige hacia una vidriera adonde pasan el partido y veo que a los ochenta y tres minutos ganamos dos a cero. Sumado a que luego se atiende la panza y el paladar con una suculenta paella que lleva pollo y gallina. Uelo el azafrán y pienso que es como una droga, que sigo vivo para volverlo a saborear.
A continuación regresa a su hogar, donde de la alegría se desprende de mí poniendo mi cuerpo en un grueso libro del Quijote de la mancha.
Estoy vivo pero muy aplastado, inmerso en la oscuridad, que aquí es fértil, esquivando a los propios personajes de la historia que intrigados me visitan otorgando mucha luz blanca al presente material mezclado con lo espiritual.
Debe de haber pasado largo tiempo sin que me de cuenta un comino. Pero mi nombre sigue siendo Hilario Almada, aunque ya no tenga sentido esgrimir datos del pasado.
Lo cierto es que el libro a cambiado de manos existendo otro dueño, más éste queriendo limpiar su interior, lo samarrea fuertemente cual ladrón que busca un tesoro, por ende otorgándome la sufiente libertad como para continuar mi camino en esta España que hoy renace.
Una hormiga que viene viajando de hace veinte metros me alza en su aspero lomo, continuando el viaje hasta salir por el otro patio.
Más contento no podría estar al ser llevado en andas festejando éste valioso triunfo deportivo de mi nación sobre Hondura.