Quien no se refiera al Mundial en estos días, será mirado sospechosamente, se le tildará de insano, resentido y sumamente peligroso para la sociedad. Quien no comente las jugadas más espléndidas ni haga una apología de los goles de Chile, será demonizado y sufrirá el más cruel de los destierros. Todo este ambiente exitista, toda esta euforia, me recuerda, por oposición, los tranquilos días de 1962, cuando casi en esta misma época, un poco fervoroso Presidente de la República, me refiero a don Jorge Alessandri, inauguraba el Mundial de Fútbol de ese año. Nadie ignora que dicho torneo le fue otorgado a Chile mucho antes y que el terremoto de 1960 puso en evidente peligro dicha gesta.

Recuerdo haber visto los partidos en pantallas en blanco y negro, colocadas en el parque Forestal, tan diferentes a los aparatos ultra tecnológicos de hoy. Sin embargo, pese a la precariedad de las imágenes, me resultaba mágico contemplar a nuestra selección participando en tan importante justa. Terminado el encuentro y fuese el resultado que fuese, la gente se desperdigaba en todas las direcciones y nadie protagonizaba desmán alguno. Como es lógico, no existía el despliegue periodístico de hoy, con esos insufribles noteros y la parafernalia desatada.

Hoy, en cambio, la gente se aprovisiona de pinturas y pelucas colorinches, el sándwich de potito dio paso al confeti y las ruidosas trompetas plásticas. Hasta en la más anónima oficina, los empleados se disfrazan de fantoches, esperando el crucial encuentro de la selección. Los payasos circenses debieran reclamar por tan invasiva irrupción y en protesta, sería menester que realizaran sus rutinas, vestidos de cuello y corbata.

Más de algún estudioso aventurará la hipótesis de la insensatez necesaria, de la válvula de escape tan propia de un pueblo rescatado de las garras de la desgracia. Se dirá que lo tribal irrumpe con fuerzas para espantar la mala fortuna, que es necesario el ritual del sacrificio para rubricar tal faena, que el árbitro no cobre un penal ni expulse a uno de los nuestros, que el Niño Maravilla sea la centella tercermundista que haga justicia, que el Mago Valdivia saque todo su talento del sombrero de copa y que nuestro arquero tape hasta el viento. Sólo así y de ningún otro modo, los chilenos recuperarán algo de lo perdido, de lo sufrido y le harán musarañas al destino, a los hados y a tanta inconsecuencia de la naturaleza...