- ¿Es increíble, verdad?
- ¿El qué?
- Como han progresado los emigrantes azules.
- Bueno… ¿Todos somos otlanas, no?
- Sí, bueno. Pero, aun así, siempre había permanecido una gran mayoría en el continente Aunfhuas, hasta ahora.
- No hay nada que hacer, pero no han tenido problemas en acercarse a nosotros.
- Verde, azul. Lo que sea. No pueden volver a Aunfhuas ahora que los grises la tienen.
- Pero al menos obtuvimos una de sus naves.
- Hasta que sepamos como combatir en el espacio… De seguro que acabamos viviendo solo en algunas islas.
- Como te iba diciendo, las infanterías ya están marchando hacia Aunfhuas y las naves están preparadas. No te imaginas la emoción de ver esas naves.
- ¿Eran como las películas de ciencia ficción?
- Un poco, tienen esa forma triangular clásica pero no tienen alas. Fue difícil reforzarlas, ya sabes… no hay mucho con que construir en este planeta ¡Pero son las primeras naves tripuladas! ¡Y logramos que sean personales! ¡Y van armadas con esas armas de los grises!
- ¿El láser?
- No es un láser, es una partícula de corta vida que destruye toda partícula que se atraviese en su camino, no sabemos muy bien como funcionan, prácticamente solo las montamos ¡Pero es increíble!
- Y pensar que hace dos años solo era teoría… … Gracias… La cuenta.
- Deja, yo pago… Tome.
- Jo, parece que le gustas a la camarera.
- No cambias a pesar de los años, en momentos como estos y diciendo cosas como esas…
- Mira, mira ¿Si o no?
- Claro, mira sus hombros, totalmente horizontales.
- Y su boca… ¿No sería… deliciosa?
- Ni que lo digas… Ya se metió…
- ¡Ahí sale otra!
- A ver, a ver… ¿Qué es eso?
- Su cabello es, ¿marrón? ¿Y tienen ondas?
- Y es bajita.
- ¿Y por que ha recortado así su falda?
- Sí… ¿Qué necesidad de mostrar esas redondas y carnosas piernas?
- Ella es… ¿verdad?
- Sí, es la humana…
- …No se le puede llamar fea… pero paso de estar una noche con ella.
Un año… No los he visto desde la única batalla exitosa en Aunfhuas… si es que eso fue éxito… Escapamos, sí; nada más… A mi hermano lo encontramos entrando al mar; estaba vivo, apenas. Cuando pude conversar con él me di cuenta que había recordado lo pasado en nuestra infancia. Eso parece que lo hizo más hosco de lo que ya era, la frustración no es nada saludable para un carácter como el suyo.
De Alberto y Milagros no supimos nada, he andado buscándolos por mi cuenta… mi hermano no se interesó… cree que están muertos… y si están vivos cree que no son necesarios… “¡La guerra es nuestra!” Dijo cuando se lo mencioné. Parece que ambos fueron salvados, pero el barco de Alberto fue atacado por los grises, no hubo sobrevivientes… Pero el cuerpo de Alberto no se encontró ni en mar adentro ni en las playas… además, hay un oleaje de cuerpos de grises mutilados por cortes finos y precisos. Milagros por otro lado estaría en un pueblo cercano a la capital del continente Nemunfhas, justamente, acabo de llegar… ¡Que viaje!
El ruido de las voces que conversaban se aglomeraba en el ambiente de la estancia; los otlanas, entre dos a cuatro aunque siempre estaban los solitarios, charlaban y comían en mesas alineadas en columnas perfectamente paralelas. Las paredes mostraban suculentos platillos pintados en gran tamaño en las paredes; una de las mas anchas de estas tenía una entrada de la cual salían y entraban las meseras llevando comida. Frente a esta un entrada opuesta se habría hacia el exterior y por el cual la luz entraba fuertemente.
Con un sacó de piel marrón fue avanzando el otlana por el pasillo, se sentó en un asiento vacío y sin acompañantes y esperó que viniese la camarera a pedir su orden.
- Deseo un filete de cuaukhan y un kayhuren.
- Sí, en seg… ¿Tú…?
- Desperté en un barco que se dirigía hacia acá, había pasado tres días desde el incidente, había perdido mucha sangre y me hallaba muy hambrienta y… bastante depresiva…
… …
Alberto… ¿tú?
¿Yo? … yo…
Tengo miedo…
Tengo frío…… ¡Tú…!
- ¡Ah! …
Había un techo azulado delante de mí, sentía como la habitación se movía lentamente, por un momento no aparte la mirada de ese techo hasta que alguien me dirigió la palabra.
- Al fin despiertas, has dormido por tres días… Pensamos que morirías por haber perdido tanto de ese fluido rojo que te salía… Bueno, el medico dijo que eso era “sangre” para tu especie.
Era un otlana, un tanto diferente a como era Solfhon y Sainlafhe: Su rostro era más alargado y sus hombros eran casi perfectamente horizontales, inclusive diría que su tórax era un tanto más ancho y se iba acortado, su cintura y su cadera no presentaban ningún quiebre y su cabello solo le llegaba a los hombros. Sus ropas también eran diferentes, tenía una sola pieza de un vestido largo que cubría hasta media pantorrilla y era bastante pegado al cuerpo; la pieza ornamentaría que usaba sobre los hombros no era tan llamativa y la de la cintura estaba llena de motivos complicados.
- Te tuvimos que cubrir con bastantes pieles por lo expuesta que está tu piel, es bastante suave, tiene un color muy inusual.
No me había percatado… habían gruesas capas marrones sobre mi que cubrían todo mi cuerpo desnudo; no reaccioné ni en ese momento, no…Seguí oyendo con la mirada ida en su figura inusual y la mente en blanco.
- Es bueno que comas ahora que estás despierta, hay un poco de fruta en este tazón – dijo alcanzándome una semiesfera hueca de color azul; llena de fruta azul, verde y morada; principalmente – Si necesitas algo más hazlo saber… Sí, casi me olvido; hay algo de ropa a los pies de la cama, por si deseas salir. Tengo que retirarme.
La vi salir a paso corto por un pasillo, no había una puerta pero si lengüetas que funcionaban como cortinas. Estuve largos minutos sin moverme hasta que vi el tazón; me incorporé y lo cogí del mueble azul que había a mi lado. Lo miré durante unos instantes y finalmente cogí el fruto azul similar a una manzana que había probado en casa de Sainlafhe y Solfhon. Así, pude formular una idea y articular una palabra.
- Delicioso…
El cielo azul siempre me había gustado, especialmente en mar abierto; en este plantea el cielo era incluso más azul pero el agua era verde, verde azulado pero verde, preferiría ver ese cielo azulado; pero no quitaba los ojos de esas aguas: Un poco por el exceso de azul que había visto, otro tanto para ver si Alberto aparecía.
No, no era necesario que alguien me lo dijera; se que Alberto no andaría escondiéndose de mi; especialmente en la situación en la que terminamos; me hubiese buscado.
La ropa que llevaba era una camiseta grande, blanca, que me llegaba hasta las rodillas, me había puesto un cinturón para sujetarlo y llevaba unas botas marrones bastante raídas. Mi otra ropa aun no secaba, ayer había llovido… Felizmente las brisas no eran muy fuertes, por que parece que ellos no usan ropa interior…
- Tú… ¿Qué eres? – me dijo un pequeño otlana.
- ¿Yo? – dije a la vez que me volteaba y me acercaba a él – soy una “humana”.
- ¿”Una”? Entonces… eres mujer.
- Sí – contesté extrañándome de su pregunta – ¿Por qué?
- Por que no lo pareces. – Me sentí algo (muy) ofendida aunque no fuese su intención… Así que luego de mirarlo ofuscadamente durante largos segundos decidí tomármelo por el lado humorístico.
- … ¿Entonces que te parezco; un monstruo del espacio de piel blanda y de apariencia desagradable? – dije riendo un poco.
- Buen…– pero alguien lo interrumpió.
- Sí, en efecto. – Dijo un otlana similar en estatura a Solfhon; que se apareció tras el niño – Disculpa; yo soy Senikfhen y este de aquí es mi hermano menor Soltenfhun, puede ser algo falto de tacto a veces…
- No parece el único.
- Soy un hombre de ciencia, no nos vamos con rodeos, somos explícitos y realistas. Y para la ciencia eras un espécimen curioso… muy curioso. – dijo bromeando.
Resultaba algo molesta ser vista como un animal exótico, tal vez era peor por estar fuera del sentido de su naturaleza.
- He de suponer – continuó – que no tienes a donde ir cuando llegues…
- Supongo, ni Solfhon ni Sainlafhe están en este barco ¿verdad? – contesté.
- No, Solfhon se dirige al continente del norte, a Okonanfhuas; nosotros vamos al sur, a Iutlanfhuas. Supongo que como no podrás estar sola, supongo que sí vas a venir a vivir con nosotros.
- ¿Y el porqué…? – pregunté extrañada, siendo yo un ser raro para ellos.
- Bueno… Los otlanas siempre hemos sido seres bastante hospitalarios; pero si hay motivos: primero que nada mi familia y la de Sainlafhe son amigas desde generaciones y además… gracias a ti y a tu compañero estamos vivos, al menos debemos darles un techo como agradecimiento. No te preocupes, vamos a un pueblo tranquilo, cerca de la capital del continente.
- ¿Capital del continente? ¿No tienen países?
- Teníamos, hace cinco siglos surgió la primera confederación continental y ahora los países solo existen como tradiciones culturales. Te dije que éramos hospitalarios. – Me preguntaba que rasgos en sus caracteres permitía llevarse tan bien a diferencia de los humanos, y si tal vez fuesen seres más avanzados… Y recordé un inventó bastante conocido.
- Esperen… ¿Solfhon no tiene teléfono? Podríamos llamarlo.
- ¿El qué? “teléfhono” ¿Qué es eso?
- Olvídalo…
- Parece un nombre… – dijo Soltenfhun – Pero… ¿Cómo que va a vivir ella?
- Supongo que no puede ser una mascota, – ¿mascota? – así que será algo así como una hermana.
- ¿Cómo Cianwan?
- No, ella es mayor que tú, o al menos más alta.
- ¿Familia? – me dijo mirándome fijamente con esa expresión confiada que había tenido todo ese tiempo, un tanto irritante.
- … …Eso supongo…
- Y… ¿Sus padres?
- Bueno nuestra madre hace mucho se fue a Okonanfhuas y mi padre… bueno el es militar y partió durante el primer ataque de los grises a Aunfhuas – me sonrió tristonamente – y bueno…parece que algo lo retraso. – Tomo suavemente a su hermano de la cabeza, acariciándolo y miró a una pequeña figura que se parecía a Soltenfhun que recorría el barco tímidamente, asumí que era Cianwan.
- Ya veo… Entonces nos veremos seguido.
- Muy seguido – me respondió el hermano mayor.
- …
De un momento a otro había obtenido una familia, totalmente diferente a la que tenía en la Tierra. Allí los días se me iban como el caudal de los riachuelos moribundos; tranquilos, mudos, repetitivos, casi secos. Había cierto desgano en el vacío de mi hogar, sin hermanos, con padres ausentes. Para evitarlo era mejor salir con amigas, con alguien. Me he pasado la vida evadiéndome del hogar, casi como si no lo tuviera. Me era difícil pensar en uno.
El viaje duró cuatro días, aunque seguí cruzando palabras con Senikfhen y Soltenfhun durante el viaje, estábamos lejos de una convivencia; había momentos en que sentía una gran apatía, muchas veces me sentía extraña a la realidad de este mundo, y lo peor es que sí lo era. Pasaba las noches con la cabeza bajo una almohada, a solas en mi camarote hasta que el mecer de las olas y mi desánimo me lleven al sueño.
En otros ratos pensaba en Alberto, la inseguridad de no saber su situación me tenía tensa al recordarlo; impaciente, casi con ganas de saltar del barco a buscarlo. No sé el porqué pero pareciera que solo en situaciones extremas, pese al dolor y a las dificultades; solo en esos momentos se le veía totalmente realizado… Lo recuerdo dando puñetazos y patadas a los demonios, cortándolos con su sable; normalmente uno se aterraría teniendo que pelear así pero él parecía sonreír por momentos… Excepto aquí, peleando aquí se veía temeroso, rabioso e incontrolable; nunca había dado esa sensación espantosa y petrificante… Y todo por los grises.
También había momentos en los que pensaba en ellos; se parecían demasiado a los descritos en la Tierra ¿Estaríamos en la misma situación o es que el fin que buscan en Kirslor es distinto al que buscan en la Tierra? ¿Y cuál es ese fin? Esa frialdad tan antinatural, no parecían transmitir emoción alguna, no eran siquiera ralos; sus palabras mientras morían, sus gestos, sus ánimos de vivir… ¡Vacíos! ¡Huecos! Inexistentes… Creo que eso era lo que más horrorizaba a Alberto… ¿Pero por qué desde antes de verlos?
Entre esos y otros pensamientos se consumieron mis cuatro días de viaje; a una semana de separarnos llegamos a Iutlanfhuas, desembarcamos y nos instalamos en un pueblito cercano a la costa luego de atravesar un bosque fácilmente transitable; el pueblo en cuestión era similar al que había dejado. Las casas eran similares e igualmente estaban distribuidas en hileras, solo que la gente parecía estar en más actividad, se veían otlanas azules y verdes caminar por las calles. Era un ambiente acogedor y a la vez se sentía ajeno.
Poco a poco esos sujetos con quienes convivía se fueron convirtiendo en una especie de familia para mí. Senikfhen resultó ser bastante irritante muchas veces… pero era oportuno a la hora de hacerte enfadar. Soltenfhun nos tenía a mí y a Cianwan jugando con él, juegos similares a los terrestres, así mismo los juegos con Cianwan; la forma de tratarme de los tres y su forma de pensar aunque un tanto diferentes, me hicieron llegar a concluir que psicológicamente eran similares a los humanos… a pesar de que la biología nos distinguió notoriamente. Fue un particular momento de calidez, una de esas pocas cosas que no voy a querer olvidar de este planeta.
Pese a que Senikfhen quiso correr con todos los gastos me busqué un empleo para pagar parte de las necesidades del hogar; si aquí también se maneja dinero, aunque los otlanas no parecen tener mucho apego a los lujos. Como decía conseguí trabajo, en el restaurante del pueblo; recuerdo que el uniforme me quedaba demasiado grande, aprendiendo a usar aguas, hilos y unas herramientas un tanto raras logré reducir el tamaño del traje y lo modifiqué un poco… Creo que llegaron a tildarme de vulgar por recortar el largo de la falda y hacerla más suelta, pero no podía caminar con la falda ajustada hasta los tobillos, como ellas gustaban de usar. Con el dinero extra juntamos materiales y con ayuda de Senikfhen y algunos amigos lograron hacer un baño para humanos… ¡Al fin!, no me gustaba nada improvisar.
Se hizo un año pacífico, muy pacifico… y como tal, llegó el momento de acabar el año.
Era de noche en el último mes (de catorce) del año, casi todos dormíamos pero el grito de una otlana de avanzada edad irrumpió en los sueños de cada habitante del pueblo. Varios hombres y mujeres salieron a ver que le sucedía a la señora, bastó con salir y alzar un poco la cabeza para verlo, también yo lo vi desde mi ventana y fue una visión que heló cada célula de mi ser… Las luces rojas se acercaban a través del bosque.
Me invadió un enorme pánico y no tuve tiempo siquiera de reflexionar o reaccionar, me desmayé; recobré la conciencia los pocos minutos, me habían recogido y tendido sobre mi cama, un sudor frío brotaba de mis poros. Cogí el baúl de toscos acabados que había manufacturado, rebusqué entre las ropas que había hecho yo misma y al fondo encontré, doblada cuidadosamente, las ropas que me dieron en Aunfhuas y apoyado en un rincón oscuro de la libación, ya lleno de polvo, el báculo de sombras, irónicamente, aun reluciente.
Vistiendo el traje y portando el báculo salí apresurada; las luces rojas habían cesado y la noticia del acercamiento de los grises se había corrido, la gente corría, no en tumultos desesperados, sino en grupos organizados llevando objetos que puedan ser útiles para el combate o para tratar a los heridos, aunque ante esas armas no había mucha oportunidad de hacer alguna de las dos cosas. Un grupo que se había adelantado al bosque confirmó que era un grupo pequeño y que no había general que los comandase; quizá solo fuesen un grupo de exploración, pero iban muy bien armados.
Un conjunto de hombres se juntó con sus huoyayes en mano, frente al bosque; llegué y tomé posición con el resto. Tampoco éramos un grupo numeroso, a penas una veintena y aunque los grises eran menos que la mitad de nosotros todos sabían que eran muy rápidos y que ante sus armas, los huoyayes eran juguetes. Esperamos durante largas horas y como aquella vez sentimos sus pasos, como aquella vez hubo un silencio escalofriante que carcomía mis nervios, como aquella vez no vi venir las luces rojas.
Ninguna me buscaba pero ya había perdido ante su sola presencia, dos otlanas cayeron con el pecho atravesado, algunos ligeramente heridos y unos pocos ilesos. Los grises saltaron de su escondite y avanzaron sin temor, sin ardor, sin animo y sin desanimo. Yo estaba pasmada, mi cuerpo no podía ni temblar; no había más que un sudor frío, unos ojos vidriosos y esas imágenes… ¡Esas malditas imágenes que se repitan en mi cabeza con un poder hipnótico! ¡Esa imagen bestial de Alberto, esas frías suplicas una y otra ves, la sangre verde una y otra vez, con un grito arrancado violentamente su tiempo! Y el miedo… ¡El miedo a la bestia que consumió a Alberto! No… ¡El miedo a encontrar esa imagen monstruosa en mí también!
Desplomándose a mi lado izquierdo cayó Senikfhen con un hueco en el hombro, y por primera vez mis ojos siguieron algo, su sangre azul brotaba lentamente mientras el gris se cercaba sin titubeos sin siquiera verme con esos ojos negros; se acercó a pocos metros de Senikfhen, el cual temblaba y trataba de retroceder torpemente.
El arma apuntó a su cabeza… y volaron sesos por el aire… pero sesos con sangre verde. Fue como un simple reflejo, una reacción inconsciente; el báculo giró entre mis dedos mientras mi cuerpo giró ligeramente hacia él gris, por primera vez me miró mientras mi brazo se estiraba con violencia. Tres cuartos de su cabeza salieron volando, su cuerpo se desplazó medio metro antes de caer, los fragmentos de su cráneo y partes de su cerebro llegaron mucho más lejos y en más de una dirección, y yo seguía con la misma expresión pávida con la que los vi llegar.
Parecía que la batalla se hubiese paralizado, ambos bandos me miraron como esperando algo. Quise sentir asco, quise querer gritar, quise quebrarme pero… nada; tal como con los demonios, nada. No le encontraba problema al matar… Y eso sí me espantó.
Un par de lágrimas quiso escaparse de mis ojos pero el zumbido de la luz roja rozando mi oído me distrajo de mi congoja. Fui a matar al gris que disparó el arma… y lo hice, al igual que con los grises restantes. El ver cubierto de verde mi traje me recordó a Alberto. Me di cuenta que él era pasional en las peleas; ya sea por miedo, odio, honor, orgullo diversión… pero yo… no tengo el más leve cosquilleo, no… yo…
- Gracias – me dijo Senikfhen mientras se lo llevaban al hospital y una brisa fresca se alzó por mi espalda y vi como atendían a los heridos, como recogían y cargaban a sus muertos, pero sobre todo vi sus rostros alegres por vivir un día más y dolido por aquellos que no podrán vivir más.
Rompí a llorar y me derrumbé en el suelo, durante largos minutos mis lágrimas recorrieron mi rostro, un poco frustrada, un poco enojada pero más que nada fueron lágrimas de alivio porque, al fin y al cabo, tenía un buen motivo para pelear, para matar… finalmente, quería protegerlos. Y sonreí.
- Y… bueno, llegaron otras naves pero me encargué yo sola, creo que el problema sería si viene un general o una horda de ellos.
- Parece que no has descansado tanto como pensé…pero ¿Para que es ese aro en tu oreja? – le preguntó extrañado el otlana a la humana.
- ¡Ah! ¿Esto? Es que como el rayo me dejó un hueco en la oreja y se me veía mal me hice un aro para llenar el vació… Creo que me queda bien.
- Bueno… Nunca había visto un adorno como e…
El grito de una otlana rompió el hilo de la conversación entre Solfhon y Milagros.
- Odio cuando esa señora grita… - dijo la humana a regañadientes.
- ¿Por qué?
- Por que solo lo hace cuando hay indicio de los grises.
Salieron a afuera con prisa; tres naves sobrevolaban sus cabezas y se internaban en el bosque, a desembarcar. Un escalofrío sacudió a Milagros y a todo otlana que viese el cielo.
Nuevamente se había preparado un grupo ante el bosque, Milagros y Solfhon se hallaban entre ellos, preparados para recibir su ataque y sin embargo quedaron sorprendidos: tres explosiones se sucedieron unas tras otra, asumieron que se trataban de las naves; sin demora las luces rojas volaron por el cielo y algunas llegaban a salir del bosque, todos fueron a resguardarse tras rocas, árboles o muros. Poco a poco el número de luces rojas fue disminuyendo hasta que cesaron. Milagros fue la primera en salir de su refugio, y también en ver el espectáculo que sorprendió a todos.
Salió un general gris, con prisa, con el cuerpo lastimado y sin un brazo, a poco de haber salido una figura tras él le cercenó la cabeza, el cuerpo cayó sin hacer mucho ruido, el ser tras él era de pie blanda y algo trigueña, con los brazos con algunas cicatrices, la musculatura más desarrollada de la que Milagros recordaba al igual que la longitud del cabello. En la diestra el sable de luz y en zurda un arma de los grises. Alberto subió su mirada y esbozó una leve sonrisa. |