Amo el deceso de tu lengua retumbando entre mis fauces como un mar de pensamientos que me inspiran, el acecho a la espera de tus ojos, cual remolino de ansiedad cifrado entre los tiempos. Amo la locura pendiendo de tu piel, el simulacro de morir entre tus manos, la saciedad al borde del orgasmo junto al semblante detonando en mis perfiles. Amo la vida que se derrama cauta ante la tierra de tu esperma, poblada de goces como un sepulcro gobernado entre los sueños. Amo la lentitud de tus suspiros trepando los peldaños de la aurora en un húmedo aquelarre de los Dioses, el paradero de mi vientre, lo intenso y lo fugaz suspendido en un vértice de orgasmos, el aroma como una escala de tu piel, elíptica, furiosa, tendida bajo la sangre, la noche helando los confines de este paradigma echado al tiempo. Amo el soliloquio de mis pechos temblando en tu murmullo, los labios en el vacío que cae abruptamente de las bocas, o esa línea que traspasas dentro y fuera de lo enfático, expirando en más. La tierra desatando sus demonios como un enigma de las capas, rasgando lo sórdido en una espiral de eternas lenguas bajo la obra de tus manos, desafiantes y víctimas de su creación. Amo lo erecto de la piel tejiendo mis confines, descendiendo desde el aire en la copa de un arbusto, profunda y tambaleante. Amo tus párpados como un aliento inscripto en mis entrañas multiplicado en el espejo de los rostros, la plenitud hecha caricia declinando entre mis valles, como una única figura que subyace en lo que siento.
Ana Cecilia.
|