Yo soy tu amiga, Ricardo, sabelo. Lo que quiero que me entiendas es que el fumador es un egoísta y un arrogante. Sí, Ricardo. Entendé que para la gente que te quiere es una preocupación extra. Por ejemplo yo me preocupo por tu salud al ver cómo fumás, viste, porque todo el mundo sabe que el cigarrillo hace mal. Esperá, no me interrumpas. Lo de la arrogancia es porque vos, inconscientemente o no, pensás que todos los que mueren de cáncer por el cigarrillo en el mundo son unos boludos o unos debiluchos y que vos sos mejor que ellos, que tenés un organismo indestructible, Ricardo, eso pensás, y entonces creés que sos inmune, que sos una especie de ser superior mejor que los que se joden la salud con el pucho que, a todo esto, son muchos. ¿Me entendés? Es así, querido, no me discutás. Imaginate que la gente que te quiere sabe que te estás envenenando de a poco, que te vas a morir envenenado, Ricardo; inconscientemente los que te apreciamos sufrimos en silencio por tu culpa. Ah, viste, te quedaste calladito. Pará, ¿cómo? No empecés. Largá, dale. Salí. Soy tu amiga, Ricardo, ¿cómo que me querés cojer? Por dios, che, recatate. Además mirá, ahí tenés el cobayo, pobrecito, chupándose el humo que vos largás por toda la casa. Cuando a ese bicho le agarre el asma vas a ver, en ese momento vas a pensar que sos un asesino de cobayos y un insensible. Ay, me tocaste la teta, Ricardo, no creas que no me di cuenta. ¿Me hacés el grandísimo favor de sentarte allá? Andá.
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