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Las despedidas son por naturaleza nostálgicas, es el momento de dejar algo atrás: vivencias, lugares, personas, tiempo y casi siempre van acompañadas de viajes preñados de suspiros y sollozos entrecortados, eso caminos que son continuación de despedidas, tienen el sabor peculiar de la congoja pero también de la libertad, la libertad de volver si puedes o quieres o la libertad de guardar ese instante en el baúl de tus recuerdos y atesorarlo para siempre…


Su perfil era como mi recuerdo de amor adolescente, estaba absorta en su oración y su pantalón se veía como lo usaba mi ilusión pasional. Justo en la frontera entre la curva de sus redondas nalgas y sus piernas se formaba un pliegue que me hacía perder la cabeza, un poco más alta que yo; y ahí con sus brazos cruzados comencé a desnudarla y a descubrir aquel maravilloso cuerpo. Al terminar la misa, caminó hacia la pila de agua bendita: posó su dedo en ella e hizo la señal de la cruz sobre su frente. Se estaba purificando para recibirme en su vientre.

Me tomo tímidamente del brazo; salimos hacia el jardín principal y dijo con voz apenas audible: -¡no me he portado muy bien contigo! Cuando voltee a mirarla ya tenía su cara morena con esos pequeños y lindos ojos cerca de la mía: fue inevitable besarla, por primera vez sentí sus labios. Estábamos parados en el pasillo del paseo de la plaza y no le importo que nos observarán, con coquetería tan natural que me hizo sentir enamorado, dijo: -¿y si me invitas a tu habitación?


El camino al hotel era interminable a pesar de ser una cuadra; sentí un calor insoportable que me invadía, mis manos sudaban, trataba de hablar, pero solo salían balbuceos. Pasamos por la recepción de prisa, solo hice una reverencia al recepcionista y nos dirigimos al elevador. Esos momentos previos a un encuentro son extraños: hay tal caudal de sentimientos, emociones, sensaciones, temores, que es agobiante. Por eje ejemplo la voz interna que es casi imposible acallar te dice: -no vayas a fallar, o –relájate la ansiedad te puede jugar una broma, o ¿Cómo debo conducirme? –no quiero que piense que soy un Don Juan…


En fin que los sentimientos, pensamientos y sensaciones se conjugan y viajan de un lado a otro sin freno, a una velocidad vertiginosa y todo se concentra en el estomago, hasta el grado de la nausea.

Oprimí el botón del elevador, se abrió, entramos en el. Igual que ella metiera su dedo en la pila del agua bendita: yo metía el mío en el tablero del elevador para elegir el piso de mi habitación; y ella pregunto: -¿Por qué tan callado? Le dije lo primero que se me vino a la cabeza tratando de ser galante: -aunque no me lo creas deseaba tanto este momento, que ahora que estamos aquí; estoy nervioso y no sé qué decir.
-¿Y si me besas?, ¿tú crees que te calmes? –dijo, repitiendo la misma coquetería fingiendo una inocencia que me enloqueció.


Puse mi mano bajo su hermosa y suave cabellera, la atraje con ternura hacia mí, la bese despacio y disfrutando aquel contacto suave, húmedo y cálido que embriago mis sentidos. La sentí completa dibujar su figura frente a mi cuerpo. Mi otra mano rodeaba su cintura, para entonces ya había una viril respuesta por aquel instante.


Esos momentos son tan extraordinarios que después los magnifico, los desmenuzo en la memoria, incluso los reviso en cámara lenta: detengo la grabación en esos instantes previos a ese beso y me analizo para ver que siento. Me sorprendo que en apenas unos segundos se pueden sentir tantas cosas: es como si el universo se concentrara justo ahí, en ese instante y espacio.

Metí la llave en la cerradura, mientras mis manos temblaban y entonces me dijo: -¡Cálmate, me vas a poner nerviosa!

Dentro de la habitación nos comenzamos a besar apasionadamente, por primera vez y de la forma más delicada: comencé a acariciar sus senos; eso montecitos hermosos, duros que me recibían con orgullo y firmeza para mi deleite. Baje mis labios por su cuello, ella emitió un pequeño gemido de placer, mi respuesta fue la insoportable dureza en mi entrepierna: estaba al límite…

Es esos momentos: ahí en la intimidad, solos, sin poses, cuando hemos decidido arriesgarnos, entregarnos, cuando hemos flanqueado las barreras más elementales: la imaginé como una persona diferente, se transformó: de la mujer que conozco, la que veo, la que trato, a tal vez un ideal creado para la intimidad y la convierto en una diosa, en Cleopatra, en Nefertiti, en la Malinche, en Marilyn…

Me fue a despedir a la central de autobuses, la vi triste y me dijo: -¡no me abandones tanto!

Texto agregado el 18-06-2010, y leído por 140 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-06-2010 Me gustó,creo que si las despedidas tienen esos componentes de los que hablas***** shosha
 
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