Lo bailado no lo quita nadie
No tengo recuerdos de que mis padres me hayan disfrazado para bailar en el jardín o colegio, que me hayan puesto un ridículo traje de huaso. Se supone que el traje de huaso es vestimenta de trabajo, y el trabajo infantil no debiera existir. Pero no debe haber sido por eso que no aprendí a bailar cueca de niño. Me enseñaron como se enseña las ecuaciones y la geometría, y yo, entre tantas vueltas y medias luna, completaba la luna y ahí me quedaba.
En 1970 cuando salió elegido Salvador Allende yo no sabía bailar cueca, pero bailé una cumbia en plena Alameda. Recuerdo que fue Luisín Landaes el que se presentó en el escenario central. Yo andaba con amigos del barrio, de los muchos que participaban en política tempranamente con 13 o 14 años. No recuerdo con quién volví a casa, y en ese tiempo no era problema andar solo pues la gente se saludaba en las calles, se formaban diálogos y obviamente discusiones de las que uno aprendía a argumentar, y a veces, a reconocer que tal o cual argumento era débil y exigía mayor lectura.
Después, no recuerdo haber bailado en las avenidas, durante el corto gobierno de Allende, estaba del lado del que organiza y asume tareas detrás del escenario, y mi casa era lugar de acogida para artistas y lideres que acudían a los actos culturales o políticos. En los trabajos voluntarios tampoco era lugar y momento para bailar, además que lo del baile no era lo mío, demasiado pequeño para mis 15 años y con cara de niño.
Después, en dictadura, ahí sí se bailó al ritmo del circo en la televisión y la gente conversaba sobre el show y la teleserie. Tuve oportunidad de bailar en una cárcel de menores, pero no como interno, sino debido a que gestioné una presentación del grupo folclórico de mí colegio. En ese momento no sabía que al poco tiempo estaría en una cárcel donde no bailé ni canté (siempre hay miedo de ponerse a cantar).
Y así pasaron años en que tomé clases de baile, preparándome, participé nuevamente de un grupo de folclor, ya como apoderado del colegio de mis hijas. Pero no celebré ni bailé en las calles, ni con la copa libertadores de Colo Colo.
Hasta la muerte del tirano, donde sí salí a celebrar y bailé y bailé por la Alameda como 35 años antes. Luego, bailé una cueca en la plaza constitución conmemorando el natalicio de Salvador Allende. Mi pareja de baile; una mujer que he divisado otras veces y tenemos esa complicidad, de saber bailar cueca y estar donde hay que bailarla con los ojos brillosos, no por la chicha o el festejo de fiestas patrias, sino por la historia que se acumula en nuestros pies.
Y en Chile no siempre se tiene oportunidad de bailar en las calles. Como país forestal, somos tiesos como palo, tiesos y tímidos que ante el baile de un cubano o colombiano hacemos ronda, pero rogando que no nos saquen a bailar. Quizás por mostrar que me siento diferente he sacado a bailar a una cubana en Chile. Claro, hice el ridículo porque aunque bailo salsa, ella era una diosa.
Hace unos días me contaron que salí en una fotografía de un diario, bailando en la Población la Victoria. Bailé salsa y cueca para festejar la elección de 3 diputados comunistas. Los primeros después de 36 años que logran vencer la exclusión de la ley electoral.
Un baile mágico en las grandes avenidas del pueblo, con olor a alcantarilla proveniente de las alcantarillas (no del gobierno) y sudor de quienes trabajaron en esa campaña. Un baile entre sonrisas de gente que no conozco, mis amigos secretos en esta celebración de fin de año.
Claro que después del baile había que volver a casa, feliz por lo que se siente como triunfo, pero no falta quien arruina la celebración. Antes de llegar a casa estaba el mismo hombre que quizás tenga mi edad o algo más, con su barba blanca pidiendo monedas en Avda. San Pablo, a la 1 de la madrugada, seguía trabajando mientras nosotros celebrábamos. Y cómo hacer que ese hombre entienda, perdón. El problema no es de él; ¿cómo hacer que este hombre amanezca distinto después de una elección parlamentaria o presidencial? Ese es mi problema y sé que el de muchos otros.
Pero lo que me llama a escribir esta vez es ese placer por el baile. He bailado con menos soltura en celebraciones mapuches, pero el purrum tiene para mí eso que no sabes y debes respeto, y por más que me haga llamar newen como una identidad mejor que la que tengo, no me autoriza a soltarme a bailar sin mirar a quien está a mi lado. Conociéndome, arriesgo sacar a bailar a la machi o darle un ritmo sincopado al kultrún. Tímido ante algunas cosas, celebro en junio el año nuevo mapuche bailando en ronda como turista, para después, cuando ya no quedan testigos, me desnudo y sumerjo ante la cascada en los junios de la Araucanía. El agua helada golpea mi cabeza mientras miro las nubes y lo que intuyo es la luna oculta. Y eso es el año nuevo, dar gracias a la tierra y no dar gracias a las propiedades, dar gracias por las cosechas y no por los dividendos.
Nunca fui un tipo demostrativo y que diera las gracias, muchas veces se agradece cuando se espera algo del otro.
Y en pareja, obviamente uno espera todo del otro. Como decía mi padre cuando llegaba con un 7 en el colegio “Con su deber no más cumple”. Y no está dentro de los deberes conyugales o de pareja el bailar, no es legítimamente exigible que la pareja ame el baile, si te ama ya es mucho y suficiente. Para la mayoría el baile es una excusa para seducir e ir a la cama, y si ya tienes pareja, ¿para qué bailar? ¿O el tema es seducir a otra? Precisamente, el juego del baile es seducir, es mirada, cercanía, amagues y fintas. Es en cierto modo, hacerse uno con la pareja, un solo pulso, un solo cuerpo. Y claro que ese cuerpo común lleva al deseo y probablemente al sexo.
No niego que me acostaría con algunas, pero dudo que tenga mejor sexo que el que vivo ahora, y no todo es baile. Hay miles de cosas legítimamente exigibles a la pareja que si las tengo y no quiero perder.
El baile es sólo baile; cueca, salsa, tinku, saya, merengue, cumbia, rock, skape, reggaeton, valz o tango, es un juego, un largo juego que todos podemos jugar. Sólo hay que dejarse llevar, no mirarse los pies y clavar la mirada en los ojos de la pareja, cualquiera que sea.
Mal que mal, cuando estemos muriendo podremos decir, lo comido y lo bailado no lo quita nadie.
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