La danza de las calacas

Randdy Jordán Almaraz.

Una vela agoniza en calor y existencia al centro de una habitación. El cirio casi completamente extinto, hace espacios infinitamente pequeños de sombra intermitente. Luz maldita que ciega y envenena. Manos frías y rostro amargo.
Tres esqueletos grises postrados en un rincón se han adueñado de los últimos reflejos tenues de la amarilla esencia del fuego.
El dinamismo de aquel juego de tonos sobre los viejos huesos hace suponer tétricos temblores, hace suponer vida en muerte, crea movimiento.
Se me antoja escuchar lejanos gritos y estertores, y un amago de resoplidos débiles que hacen ahora un concierto fúnebre.
Me despierta un sonido sordo. Acaso un intento vago de tintineo en las calacas o débil parpadeo de existencia marcada en fríos huesos...
Un cansado resuello acaba por extinguir el fuego y unos segundos de completa oscuridad se apoderan de todo, mas no de la ahora inerte osamenta forzada a su descanso perenne.
El frío invade centímetro a centímetro todo el espacio inundándolo de gélida niebla blanquecina.
El temblor se acentúa ahora en mi cuerpo y nubla mi vista sin perder el cuadro de muerte que va tomando formas difusas. Renace el intento de movimiento en una imaginaria y grotesca danza en las calacas. Veo con asombro que sus calaveras han desafiado sin más la fuerza de gravedad y flotan impasibles en el aire cargado de vapores y humos densos color púrpura.
Han iniciado un desesperado viaje al centro de la habitación, y en segundos se ha consumado en infinitos giros en torno al cirio que ahora, muy lentamente, renace erigiéndose, acopiando el cebo derramado a manera de racimo de gotas nacaradas, gotas que suben en una carrera sin prisa para fundirse una con otra hasta formarse nuevamente en aquel cilindro perfecto.
Un destello casi imperceptible de luz se deja ver en la punta y crece en
vigor transformándose en fuego.
Nieblas vapores y humos giran también en torno a ella y hacen un remolino cuya base va consumiéndose al besar la llama, hasta ahogarse.
Las calaveras han dado su último giro y viajan nuevamente a su rincón, se posan delicadas sobre sus huesos blancos mientras el silencio se ha hecho absoluto y el cirio ya ha dejado caer su primera lágrima…