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A partir del día de ayer vivo en una tortuosa angustia que me impide rotundamente diferenciar los sabores que discurren por mi hiel. Desde aquel momento, aterrador, mi vida en su totalidad ha quedado sepultada en los escombros de lo más ruin, de lo más miserable; quedando a merced de lo más horroroso que existe sobre la fas de lo no deseado: la incertidumbre.

Estaba, como es habitual en mi, recostado sobre mi ya poco cómodo colchón al momento en que atentamente me disponía a disfrutar uno de mis discos, los cuales, albergo bajo estricta custodia exclusivamente para acompañar mis momentos de melancolía. Escuchaba atento una canción y decidí acompañar la en-tonación con mis ásperas y poco educadas cuerdas vocales cuando, me asuste; me percaté de mis sinsabores, para mi desgracia no sentía nada. Mis labios sólo eran movimiento. Una masa de carne articulando palabras vacías escupiendo al viento más viento, sólo aire. Bien podía haber emitido ladridos, inclusive hasta rebuznar y daba perfectamente lo mismo. Las palabras, esta vez, no llevaban intención alguna… no las pronunciaba el alma.

Con una tristeza que me estremecía hasta los huesos, cada parte de mi cuerpo se fue despojando de todo aquello que le permitiera fuerzas para llevar a cabo cualquier movimiento. Me sentí débil. Me sentí vacío. Estaba muerto. No sentía la música e inmediatamente me embriago el dolor al momento de pensar que existieran más situaciones en las que me fuera imposible sentir algo más que dolor por la ausencia de ese sentimiento. Es más, echando a un lado las sensaciones que pudieran ya haberse diluido me agobiaba otra inquietud: ¿y las que nunca podré sen-tir? Los sentimientos que me faltan por experimentar, ¿esos qué, a donde se van a ir ó, quién se los va a quedar? De cualquier forma por donde lo vea… estoy acabado.

Desde ese momento vivía ahogado en el caudal de mi desdicha y, en la plétora de aquel mal que me zozobraba azas, intentaba remar contra aquella turbulenta corriente que me abatió al momento en que me convertía en presa de otro horroroso sentir. Como tornado me asaltó otra situación que me dejó atónito. El colofón de mi sentir, pensé.
Una persona se acercó a mí con pasos tropezados y me tendió un abrazo. No era cualquier persona, es más, se trataba de una persona demasiado importante en mi vida y a la cual le guardo gran estima, y al parecer, esa estima es bien correspondida. La gravedad de ese acto radica en que ese abrazo envolvía a la nada. Sólo eran brazos cerrándose como tenazas acumulando aire.
Abrazar no es colocar algo entre los brazos y aprisionarlo contra el cuerpo. Eso es más parecido a cargar, y ello no involucra otra cosa más que el acto en sí. El que abraza no carga… siente. Abrazar es acumular en el pecho una masa enorme de sentimientos que se guardan por el receptor y así, en una mezcla uniforme, radiando amor como un sol que resplandece en el pecho, se estrella en la humanidad de la otra persona intercambiando todo ese amor mutuo; retroalimentándose de su sentir. Eso es un abrazo. Por mi parte, sin embargo, ya no tenía nada que dar, ni una gota de esas aguas que ofrecer y, caía en mí la resignación de tener que vivir con ese pesar, de tener que acostumbrarme a ir por la vida sin nada que brindar, sin nada que sentir como flor marchita. ¡Un momento!, la luz surgió en mi mente como resplandor. Sentí que volvía a nacer. Una nueva oportu-nidad. Con que acostumbrarme a no sentir, ¡claro!, eso es. Acostumbrarse a no sentir es exactamente equivalente a acostumbrarse a los sentimientos, es semejante. Acostumbrarse es una forma de poner el cuerpo en reposo. De poner la mente y el corazón en blanco. Es actuar por actuar… es vivir por vivir

Después de todo no estoy acabado. Simplemente dormía con la costumbre arrullando mis ensueños. Me bañaba con ella. Me cobijaba del frio. Me acompa-ñaba en la mesa y, hasta platicaba con ella. La costumbre me impedía sentir y ahora, para evitarlo, tendré que aprender a sentir la costumbre. ¡Qué alegría! No estoy marchito aunque… ¿Qué pasará con los sentimientos que aun no experimento? No lo sé, sin embargo, guardaré un par de abrazos en lo hondo de mis bolsillos por si nunca más volviera a sentir.

Noviembre, 2008

Texto agregado el 16-06-2010, y leído por 104 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-06-2010 Ni estás marchito, ni acabado; estás creciendo. Excelente. SOFIAMA
16-06-2010 interesante, eh? marxtuein
16-06-2010 De verdad, no estás acabado. Tienes mucho que dar. Como esta narración, que te agradezco. simasima
 
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