Testamento (No te muevas)
No te muevas, hoy quiero componer mi testamento; asirme al inventario de nuestra vida, darte lo que nos pertenece y ya no he de necesitar en el sitio a dónde voy.
No te muevas, déjame conservar este instante así, como una lámina insoluble en mi memoria; tú, tendida en la cama y desnuda, junto a la ventana que da paso al resplandor de la luna, todavía sin lágrimas en los ojos; en franco contraste tu blanca piel sobre el edredón escarlata, con tus pezones anémicos, con tus mejillas levemente sonrosadas, con tus labios, los otros, purpúreos saboreándome aún; con tu cabello desordenado, arremolinándose sobre tus hombros, con tus ojos negros intentándome hablar.
No te muevas, déjame eternizar el momento. Dime sólo con tu boca, sin gestos, si hubo un instante en que has sido feliz. Anda, sin moverte, lanza sobre mí tus reproches y ahógame, envuélveme; hazme ver lo peor de mi, lo mejor de ti, mientras respiro tu fragancia impregnada en mi piel, mareándome con tu luminosidad de mujer. Acéchame, agazapada en el lecho que cobijará mi recuerdo cuando me haya ido, y sea tan sólo una oquedad profunda en tu colchón, en cuya orilla rodarán nuestros sueños.
No te muevas, inmoviliza de ese modo mi felicidad; no me niegues el último deseo, quizás así me comprenda mejor en este, mi día final, y pueda llevarte conmigo. Déjame completar este testamento, de cosas que me llevo y que no he de dejar; este testamento de ilusiones y fracasos, de utopías.
No te muevas, y dime qué cosas prefieres de mí; las dejaré envueltas antes de partir junto a los leños que acabaron de arder, notariadas. Ciertamente lo sé, pero me da miedo enfrentar la verdad; así, tan poca cosa: un puñado de sonrisas y alguna lágrima, palabras insuficientes y un ramo de flores marchitas, huellas borrosas de una caminata en el mar, una pretérita respiración agitada y jadeante, un deseo extinto, mi mejor recuerdo, un amor perecedero, un disgusto, una mano en el hombro y un ojo anegado de llanto, una oración y mi clemencia, una mirada inquietante, la piedad y el último de mis latidos.
No te muevas, dejo contigo este intento fugaz, que ya no es nada aunque todo lo fue. Ya no llores; algunas verdades no deben ser dichas. No me beses, mis labios son fríos y saben a hiel, quizás. No trates de detenerme, mi partida es irrevocable, como todo lo que hubo también me sequé pero he dejado mi testamento lacrado para ti.
No te muevas, que creo que es tarde y hay que ir a dormir; mañana nos espera otro hoy, como ayer. Hazme paso, sin moverte y recíbeme otra vez; seca tu llanto, ya me he ido para siempre pero aquí estoy, sin el peso de lo que he de dejarte. Duérmete, ya no pienses; navega en tu cama vacía con mi cuerpo a tu lado y sueña nuestros recuerdos felices; porque hoy, amada mía, recuerdos y sueños, son todo lo que nos queda.
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