Propuesta soez
¡Déjame, no te niegues! Permíteme hacerlo así, fatal e intempestivamente; pero en penumbras, persiguiéndote con la imaginación para no vislumbrar el inexorable paso del tiempo. Anda, ya no te resistas, déjame pretender que no eres tú y que no soy yo mientras recorro con avidez las inmediaciones de tu enagua, junto a tus muslos. ¡Ya, que tengo prisa y me agobia el pulsado irregular de mi miembro palpitante! ¡Sí, lo sé, eres víctima de lo romántico y yo de lo animal! Pero no puedes negarme que el desenfreno también tiene su halo místico y te hace sudar. ¡Silencio, escucha! Esos son tus latidos desmintiendo tus palabras. Permíteme llamarte Sonia, María, Lidia, Candela; déjame pronunciar los nombres que tantas veces he ocultado bajo el fragor de tus gemidos; nombres que tienen rostro y que fueron tu máscara imperceptible tantas veces. Llámame como desees; no voy a permitirme una derrota de la mente cuando lo único que deseo es una victoria del cuerpo. Insúltame si lo deseas; no imagino mella en mi cuerpo encendido, para cuando esto termine sólo será pasado. ¡Anda! Seamos mil en el lecho en el que nunca hemos sido más de dos y las más de las veces sólo uno. Déjame dar un baño de aliento en aquellos pliegues huérfanos de huellas; donde supe detenerme en antiquísimos exordios, ya a la sombra del olvido su sabor y su fragancia.
No, no enciendas la luz; no apagues este volcán trashumante que se ha encendido. Trae tu mano hasta aquí y tócame, menéame, arrúllame, engúlleme; mientras tanto dibujaré apostillas con mi lengua allí donde merezca la pena, acotaciones que me han de servir si es que en otro tiempo, en otro instante, me enciendo como hoy. Anda, separa tus perniles y déjame aspirarte; no desocupes tu boca agitada y sigue así, deseosa y candente.
¿Dime, quién soy? Sé no soy yo el rostro y el nombre de tu deseo de hoy. No temas lastimarme, no puedes hacerlo. ¿No me has dado nombre, acaso? Lo entiendo, soy el hombre de tus sueños sin nombre ni rostro, sólo un gesto; si así lo prefieres.
Estoy a punto, estás ardiendo. Déjame iniciar la cadenciosa danza de los sexos sobre tu vertiginoso cuerpo, sobre nuestro muerto lecho. Está bien, lo acepto; te prefería debajo pero siento que tu movimiento es inapelable.
Recíbeme, cólmate; así, como me gusta, como te gusta. Yo, el hombre de tus sueños sin rostro; tú, Sonia, María y tantas otras, tan diferentes a ti.
Ahora haré silencio, guardarás tu imagen y tu voz. Permaneceré en silencio para que gocemos de esta aventura de infidelidad sin mi timbre.
…
Así es como te deseaba, extenuada y anónima. En tu orgasmo brutal han estallado mil mujeres, les he confiado mi virilidad y mi esperma. Ahora ven, tú, acurrúcate sobre mi pecho, como siempre ya con tu rostro, ya con tu nombre.
Una vez más las he tenido a todas, lo confieso, como jamás las he tenido, abierta y deliberadamente. Una vez más te he tenido, a ti, a la eterna e inconfundible; a la mujer de las mil máscaras y los mil nombres, la de las mil maneras de amar.
Me quedo contigo, sí; pero no con insatisfacción, porque ellas podrían llevarme al paraíso del placer, tal vez, como tú lo has hecho. Pero tú, amor mío, eres la única capaz de tomar mi mano, como ahora, y aguardar calladamente a que pase la tormenta.
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