Encuentro en Guayaquil
26 de Julio de 1822. Los Generalísimos libertarios Simón Bolívar y José de San Martín se habían reunido en Colombia para definir los términos de continuidad de la campaña emancipadora. Ingresaron solos a la pequeña sala; se saludaron escuetamente, sin eufemismos ni estimas fingidas fuera de lo estrictamente protocolar. Un escritorio, dos sillas, una bandera y dos tazas de café eran todo cuanto había en aquel recinto.
-¿Cuál es el motivo que ha apresurado mi convocatoria, general?- preguntó San Martín
-Veo que desea ir directo al punto, sin preámbulos.
-La causa libertaria no se toma descansos, general, y mientras nosotros estamos aquí, nuestros hombres intentan mitigar el avance realista.
-Vea general-comenzó Bolívar poniéndose repentinamente serio-Nuestro común favorecedor, Jorge IV, desea que de este recinto surja un acuerdo definitivo entre nosotros. A partir de hoy solo uno de nosotros habrá de continuar la campaña libertaria.
-En verdad- dijo San Martín turbado por las declaraciones-no creo posible que tan solo uno de nosotros pueda completar la ardua empresa de emancipación de las Américas.
-A decir verdad el rey considera, al menos, motivo de desconfianza su formación militar en Iberia- aseguró Bolívar.
-Entonces lo que se espera en verdad no es un acuerdo sino mi dimisión.
-Entienda usted, general, que aún en las causas nobles surgen dudas e insatisfacciones.
-Así como el pueblo americano considera, por lo menos sospechosa, la emblemática invitación que la delegación de Caracas aceptara por parte del Almirante Cochrane a Londres. Muchos pudieran sospechar que usted, general, está procurando el cambio de blasón de la colonia, mas no la libertad de sus pueblos. Además nunca creí que pudieran presentarse dilemas sobre la rectitud de los hombres por algo tan ínfimamente relevante como el sitio en el que hayan cultivado su conocimiento. Asimismo no encuentro motivos de desconfianza siendo que tanto Inglaterra como España son naciones aliadas- sentenció San Martín.
-No, general. No confunda los términos. La alianza entre aquellas grandes naciones tenía como objetivo a Napoleón, como común enemigo. Acabado Napoleón no existe ya motivo probable de continuidad- hizo una breve pausa -Además usted bien sabe que sin el apoyo económico de Gran Bretaña la continuidad de la lucha no es posible.
-Voy a dimitir, general, si es eso lo que desean usted y nuestro favorecedor.
-Lo noto significativamente disconforme, general. Considere usted que, independientemente de quién de nosotros complete la empresa, ha de triunfar por sobre todas las cosas, el común ideal de reivindicación y emancipación de las sagradas tierras americanas. Usted y yo, general, somos iguales…
-No, señor, existe una insalvable diferencia entre nosotros: yo soy un caudillo y usted un mercenario- expresó San Martín con tono y gesto provocadores.
-Usted me ofende, general. Aunque no he de tomar su desafío como una afrenta porque comprendo su irritación. Entienda que ya nadie le arrebatará la gloria de lo conseguido.
-Algunos no estamos aquí por la Gloria, general- dijo mientras vaciaba de un sorbo la taza de café -No pierda el tiempo ofendiéndose y acabemos este teatro.
Bolívar tomó del escritorio unas hojas de papel.
-Me he tomado la libertad de redactar el acuerdo…- explicó Bolívar.
-Muy bien- lo interrumpió San Martín -voy a firmarlo.
Las hojas que sentenciaban el final de su lucha, como cadáveres inertes, descansaban sobre el tablero. San Martín tomó la pluma, la introdujo en el tintero. Bolívar de pie le dio la espalda al involuntariamente dimitente. San Martín lo observó indiferente, juntó los papeles en ruma sin leer el contenido, separó el último, dejó la pluma sobre la mesa y sonrió, atravesado quizás por alguna idea descabellada. Trepó a la silla, desabrochó su cinturón y bajó sus pantalones hasta las rodillas; se acomodó en cuclillas, volteó el rostro para afinar puntería y, en un solo pujo, soltó sobre el contrato un hermoso trozo de mierda, digno de un glorioso general.
Bolívar volvió su cuerpo y su mirada expectante hacia San Martín y observó la risible escena: el general, aún de pie sobre la silla acicalando su trasero con la hoja última del acuerdo; sobre la mesa, el resto del manifiesto ornado colosalmente con la materia de sus entrañas.
San Martín acomodó sus ropas sin dejar de reír. Abrochó su cinturón, tomó su sombrero y se dirigió, ya con gesto solemne hacia la puerta.
-Pero general- dijo Bolívar -¿qué ha hecho?
-Lo he firmado con el reflejo de su contenido- respondió San Martín y cerró la puerta tras de sí.
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