El hombre arrastraba su cansancio.
Largas noches de insomnio lo depositaron en ese pueblo de sombras, donde no había rastros de nada.
A lo lejos, un perro moribundo ladraba por última vez.
Llevaba su historia en las manos, ásperas, inquietas, un cigarrillo apagado entre los dedos índice y mayor.
Estaba oscureciendo.
Su corazón, que guardaba su desdén con orgullo, se dejó caer pesadamente contra un árbol seco.
Acomodó los cuatro trapos sucios, que eran su equipaje, debajo de la nuca y se fue quedando dormido.
Una vez más, el sueño repetido: la extensa llanura y el paso lento del elefante sobre ella, como una hormiga gris sobre una mesa de billar. La interminable
travesía del paquidermo.
En su frente, fechas gastadas se refugiaban en sus arrugas gruesas, su boca, apenas entreabierta, dejaba al descubierto unos pocos dientes amarillos.
Como un animal repudiado, él sabía que ese era su lugar, era todo lo que había ganado, un pedazo de tierra y un árbol seco.
Un gusto agrio en la boca le recordó que había pasado muchos días sin comer.
Con absurdo pudor orinó mirando el camino.
El sendero se recortaba contra el cielo bruscamente, como si el pueblo jugara a las escondidas.
Rascándose la cabeza dijo:
-¿Qué opinaría el Dr. Vergara si me viera? Seguramente, desde su gran sillón, sin mirarme y con la pipa en la mano, con tono enérgico y moviendo la cabeza diría:
-Deberíamos preguntarnos qué mensaje nos quiere dar el elefante ¿No le parece?
-Seguramente, yo saldría más confundido que antes, sin entender cómo, un psiquiatra de renombre mundial, piensa que un elefante puede querer decirme
algo. Pero eso fue en otros tiempos, otra vida, cuando el despertar estaba rodeado de platos, tazas, mermeladas y café irlandés.
Si el Dr. Vergara me viera hoy, me tiraría una moneda y se alejaría lo más rápido posible de mis ojos de elefante.
Bostezó en la brisa de la mañana.
¿Por qué había tomado ese desvío?
¿Qué esperaba encontrar en ese pueblo?
Pensó en sus hijos pequeños jugando tras los ligustros, pensó en las manos suaves de su mujer, en el pecho de su mujer alimentando a sus hijos, pensó en la mirada de ella fundiéndose para siempre en sus retinas, cuando la rueda de aquel camión le robaba la vida, la de ella, la de sus hijos, la de él…
A 500 metros, una brusca pendiente permitía ver el pueblo desde la loma; 10 minutos después, parado en lo que debió haber sido la calle principal, observó un espectral silencio.
El pueblo no tenía señales de vida, parecía estar habitado sólo por fantasmas.
Carteles rotos colgaban de los negocios, las puertas de las casas estaban abiertas, perros muertos se habían convertido en el manjar de las moscas que
rondaban la carne putrefacta.
Nada ni nadie respiraba allí.
Se detuvo largamente frente a lo que debió ser un caballo, sólo sus huesos, como una escultura perfecta de la caída, quedaron prolijamente
desparramados en la tierra seca.
Lo imaginó corriendo salvaje en una tierra menos vil, no supo bien por que, pero sus ojos se humedecieron. Junto al animal, una soga descansaba ajena al paso del tiempo. La imaginó alrededor de su cuello, cuando ese esqueleto tenía carne, pelos, vida. Se imaginó galopándolo.
Sonrió, y mirando el cielo dijo:
-Maldito sea Dios o el Diablo que me anclaron aquí:
Luego, una carcajada, logró ganarle a la música de los insectos fermentados en el cuerpo de aquel pobre animal.
Dejo sus trapos sucios en el piso
-Ni agua hay en este maldito lugar
Recordó su sueño, vio acercarse al elefante mirándolo directamente a los ojos, que como espejos, lo reflejaban.
Entonces comprendió
Se había convertido en elefante, y había llegado al lugar…

Dos semanas después, unos niños que jugaban en la ruta, descubrieron un cuerpo, colgaba de un árbol seco a la entrada del pueblo. Un millón de moscas bebían de su sangre.
Sólo un puñado de polvo y pálidos agujeros, donde antes había un corazón…