Esos ojos, los he visto antes… esos grandes y negros ojos, los he tenido muy cerca; centenas, millares, millones. Y su piel gris la he sentido pegada a mí, rodeándome completamente. A mí… a Mónica… ¡Déjennos! ¡Déjennos a todos! ¡Apártense, maldición! ¡Desaparezcan! ¡Los mataré, les digo, los mataré si no se van! … Entonces… ¡Entonces mueran! ¡MUÉRANSE…!
- ¡Alberto! – Dijo Sainlafhe despabilando al chico de su largo titubeo – Revisaré la zona más adelante, ustedes esperen aquí.
- …
- ¡Alberto!
- Lo siento, te esperaremos; no te preocupes.
Su mano sudorosa sujetaba fuertemente la empuñadura del sable con aparente temple, sin embargo viendo detenidamente la hoja del arma se podían ver ligeros temblores cada cierto tiempo. Milagros por su parte llevaba la guardia baja sin dejar de mirar un tanto preocupada a Alberto, en la cintura de ambos había un huoyay el cual les resultaba un tanto dificultoso de sujetar.
El silencio se rompió con el sonido de unas pisadas, Milagros cogió firmemente su báculo y se puso en guardia mientras Alberto miró con odio y miedo hacia el tupido pasaje, los pasos fueron acelerando y la cantidad de ellos fue aumentando haciendo que la adrenalina en los jóvenes recorriera su torrente sanguíneo preparándolos para pelear. Los pasos cesaron tan pronto se escucharon al borde del bosque; Los humanos trataban de distinguir alguna forma entre los troncos sin éxito mientras el nuevo silencio carcomía sus nervios.
Los dos disparos fueron repentinos, Milagros a penas si pudo levantar su báculo a tiempo pero Alberto había logrado desviar el rayo rojo con la hoja de su arma. Los grises saltaron de entre los árboles, eran más de una decena y apuntaban sus armas principalmente a Milagros mientras Alberto se abría camino hacia su derecha; ráfagas consecutivas fueron directo al cuerpo de la chica, la cual logró protegerse con su arma mas la fuerza de los ataques terminó por desequilibrarla y cayó de bruces sin posibilidad de cubrirse, los grises al verla reducida se separaron rápidamente y dejaron a uno de ellos vigilando a la humana.
El brillo plateado del arma de los grises resplandecía frente a sus ojos mientras un pequeño agujero, en una redondeada superficie, amenazaba con terminar con su vida; tras la cabeza redondeada, las alas del arma se abrían divergentemente cubriendo la zona del antebrazo de los grises
Mientras la visión de Alberto se anublaba la de Milagros temblaba junto con su cuerpo; el potente disparo del huoyay terminó por despedazar el cuerpo de aquel que vigilaba a Milagros, ella volteó para ver a Alberto rodeado con el huoyay destrozada a un lado.
Presurosa se levantó a tratar de ayudarlo con desesperación; Alberto sumido en el terror había soltado la espada al verse rodeado. Otro grupo salio al encuentro de la chica y por su detrás un rayo le alcanzó la oreja izquierda, perforándosela y produciendo una fuerte hemorragia. Milagros se detuvo en el acto tratando de parar la hemorragia mientras caía de rodillas viendo a Alberto.
- Ha soltado el arma.
(¡Cállense!)
- Hay que matarlo.
(¡Muéranse!)
- Rápido, y luego a ese otro.
(¡¡Déjennos en paz!!)
Durante unos segundos su mente fue olvidando todo recuerdo, fue olvidando su nombre y su especie, fue olvidando como hablar y olvidó a todos los que conocía; sólo le quedó ese enfermizo e iracundo deseo de matar a los grises.
Al borde de las lágrimas la chica cerró los ojos esperando la muerte con tristeza, pasaron los segundos y esta no llegaba y fue entonces que su pena se vio opacada por un silbido, el silbido del sable de Alberto cortando el aire.
Todos los que lo rodeaban salieron volando mientras su sangre verde saltaba hacia el cielo, Alberto rugía mientras saltaba entre la sangre y cercenaba la cabeza de un gris en el aire para luego lanzarla contra otro que le dirigía la mirada.
Por un lado del prado y por otro, la sangre verde salpicaba azulosos árboles y hierbas, mientras la chica oía, sin atreverse a mirar, coma la carne era desgarrada y como los grises discutían.
- Es muy violento y demasiado fuerte para nosotros.
- Deberíamos retirarnos.
- No puedo reaccionar debidamente, es extraño.
- Mi circulación se acelera, no entiendo.
- Nos matará.
- Suéltame.
La chica lentamente abrió los ojos y alzó la cabeza. En su delante; Alberto mantenía a un gris en el suelo, sujetándolo de la cabeza, mientras esté agitaba los brazos y pateaba, sin mucha desesperación, queriendo sacarse a Alberto de encima; Alberto ignorando estos gestos clavó con violencia su sable en el vientre del gris haciendo que su sangre salga expulsada cual chorro de regadera llenando de verde el cuerpo del joven humano.
Alberto miró con fijeza a Milagros y esta no pudo dejar de mirar, con incredulidad, sus ojos embravecidos y perdidos, mirada peor que la de cualquier bestia depredadora, durante largos segundos se miraron sin cambiar de gesto hasta que unas silenciosas lágrimas salieron de los ojos de la chica a la vez que de su boca salía una saliva espumante para caer inconsciente casi al instante.
Las luces rojas de dentro del bosque llamaron a Alberto quien se dirigió presuroso a donde estaban los grises.
Cada vez que veía esa abultada cabeza y esos ojos negros su cuerpo se lanzaba a destrozarla y dejarla sin vida, con lo que fuese; los degollaba con el sable, lanzaba rocas a sus rostros e inclusive atacaba con sus puños y dientes; atravesaba con violencia los estrechos caminos entre un árbol y otro, esperando dejar de encontrárselos.
¡MUÉRANSE!
¡LÁRGUENSE! ¡DESAPAREZCAN!
¡NO…! ¡YA BASTA!
¡SANGRA, SANGRA!
¡MUERE, MUERE Y CÁLLATE!
¡¡DESAPAREZCAN, TODOS!!
La sangre había comenzado a dejar de manar de su herida, tomando conciencia sintió ese particular olor metálico y una capa de líquido cálido sobre el lado izquierdo de su rostro. Trató de incorporarse mas sus fuerzas le flaqueaban y cayó estrepitosamente contra el suelo, manchando sus ropas de sangre. Jadeante, cogió su báculo y lentamente se incorporó; A duras penas se sostenía. Su andar era tambaleante y los mareos le eran constantes, le faltaba el aire y sólo el báculo le sostenía. Y aun así con paso torpe pero decidido, Milagros, fue avanzando por entre los árboles y más adelante por entre los cadáveres grises y los charcos verdes.
*****
Los sentimientos mezclados en su mirada intimidaban a ambos espectadores, miraba a uno tendido en el suelo con su dura piel azulada bastante magullada, rápidamente se centró en el otro que sostenía su brazo partido que no dejaba de sangrar.
Alberto se abalanzó sobre el gris, este logró esquivar el ataque saltando hacia atrás y cayó a de pie sobre el suave césped, el sable de Alberto no tardó en podarlo al volver a intentar rebanar el general gris.
No había tiempo para reflexionar, el extraño ser avanzaba sin darle tregua al gris quien se extrañaba de las habilidades de aquel ente. Utilizaba aquella lámina de metal para tratar de volver a cortarlo y a la vez lanzaba patadas y arañazos, inclusive parecía que quisiera morderlo. Con cada ataque avanzaba buscando acorralarlo, se acercaba cada vez más y ya sentía que el filo de aquella arma le rozaba el abdomen. Trató de coger su arma que llevaba colgada en la parte trasera de su cinto, sólo cogió la mitad; su arma ya había sido cortada antes que su brazo. El miedo es ajeno a estos seres y era eso lo que más aterraba a Alberto, a Jonh Rey.
Sainlafhe apenas podía ponerse en pie; mientras la batalla entre Alberto y el gris se libraba este fue arrastrándose buscando un refugio, logró llegar hasta los árboles y se apoyó en uno de ellos sujetando su pecho abierto con su delicada carnosidad expuesta. Su respiración agitada dejaba entrever su estado de temor mientras se asomaba la cabeza con sumo cuidado para presenciar la pelea pero sin tener que perderla.
Una figura ensangrentada y tambaleante entró en escena, Sainlafhe la vio pasar a su lado, apoyada en su báculo y trató inútilmente de detenerla cogiéndola de la pantorrilla.
El gris vio que un nuevo ser se acercaba lentamente, aunque notó sus heridas también notó su enorme parecido con su rival actual; decidió no arriesgarse más y emprendió retirada, se internó en el bosque alejándose del claro y del poblado. Alberto lo siguió a buen ritmo, a su vez Milagros trató de acelerar su paso aunque cada vez se sentía más mareada.
Alberto… ¿Qué fue eso? ¿¡Que eres!? ¿Hasta donde me arrastrará seguirte? Loco ¿Para que vinimos a este infame mundo azul? Pareciera que quisieras morir… Y a la vez que quisieras matar… ¿Por qué nosotros? Ven… ¡¡ALBERTO!!
Trató de alejarse de su enemigo, de perderlo y agotarlo, pero fue él quien terminó agotado de tantas vueltas. Al final terminó perdiéndose y aunque recorrió muchas curvas no había logrado ni alejarse un kilómetro del claro. Vislumbró la salida del bosque y con presteza salió de entre los árboles. Un gran barranco se abrió frente a él y las torrentosas aguas verdes, en el fondo, le presentaban un peligroso salto aunque el cause era bastante despejado. Su perseguidor salio armado, jadeante y rabioso; al verlo pensó que podría morir y mecánicamente pensó en como matarlo.
Alberto se abalanzó contra su enemigo y clavó su sable en el hombro sano de del gris; este no emitió ningún sonido y se limito a retroceder quedando a al borde del precipicio. Trató de sacar su sable mas el gris presionaba sus músculos tratando de mantener sujeto a su rival mientras iba retrocediendo hacía la enorme caída.
- ¡¡ALBERTO!! – Rompió el silencio una voz femenina.
¿Mi nombre? …Alberto Soler, tengo… no sé si dieciséis o diecisiete. Se suponía que era humano, con una vida normal, aburridos días y una existencia común. Creía que debía hacer algo algún día para remediar esa vida, pero… ahora estoy tratando de acercarme un poco a lo que quería alejarme. Es extraño, yo… yo… ¿Qué hago aquí?
La bestia reaccionó a mal tiempo, Alberto giró su cabeza para ver como los verdes ojos de Milagros resaltaban con la sangre roja que embadurnaba buena parte de su cara; sin entender del todo lo que pasaba, su cuerpo cayó hacia delante jalado por el gris que caía hacía las aguas.
De manera casi instintiva se cogió del borde sin soltar su sable, el gris, sin poder sujetarse, cayó cuando su herida terminó de deslizarse por la hoja del arma.
Especie desconocida, carácter explosivo e irracional, tampoco es instintivo; aunque es capaz de usar su raciocinio y sus instintos. Es como los ótlanas, prima eso a lo que renunciamos, se sugiere indagar sobre esta especie.
Caigo hacía un río, el sangrado es incesante, cero por ciento de probabilidad de supervivencia. Envío final.
Los dedos del humano no aguantaron más que unos segundos y comenzó a caer al vacío. La mano de Milagros logró asirlo durante unos instantes; Alberto se dispuso a hablarle, mas ella caía rendida ante el mareo.
Cae del pico, acelerando; la montaña rusa más vertiginosa. Desde la cola lo veo sonreír en la cabeza del ofidio fulgurante. Vienen las nauseas, la sangre falta y se contraen los pulmones.
Cuando la tarde roja se volvió azul la oscuridad de su ser consumió la realidad. En silencio, en ceguera; me despedazo.
El tercero, Sainlafhe, tomó a Milagros del tobillo, echado sobre el césped no pudo advertir como la tierra del acantilado se deslizaba y resquebrajaba hasta ceder, para que finalmente los tres cayeran cerca de veinte metros hasta las violentas aguas.
Los grises, de haber recordado… de haber recordado antes; espero poder hablar con mi hermano, si vivo… ¡Oh! La nave ha de estar por aquí, tengo que sobrevivir para que la capturen, tengo que… maldición… el dolor…
Mientras el agua invadía sus pulmones y el cauce lo arrastraba hacia el mar, Alberto vio como Milagros, con el báculo amarrado a la cintura, y Sainlafhe caían inconscientes. Lentamente sus cuerpos salían a flote. Recordó lo que había pasado en el bosque, pero poco o nada le perturbaba; más pensaba en el rostro de Milagros cuando lo vio así, el miedo que le había producido. Trató inútilmente de nadar luego de enfundar el sable, más su visión se ennegreció y consumiendo lo poco que le quedaba de aire salió a flote inconsciente.
El cielo se fue oscureciendo mientras llegaban al mar; apenas vivos, un tanto muertos. |