Miércoles, 30 de junio de 2004
Querido Borarje:
Hoy, me ha traído el cartero robotizado un montón de recuerdos, de sentimientos, en forma de Columna, para quien le interesa mirarla, uno de esos miércoles de aquí y de allá….
En mis ojos se ha reflejado una mirada a la correspondencia, a la humanidad de las palabras, que no se pierde ni aunque Bill Gates las controle todas en su gran Universo Procesador del Mundo, que es la tan llamada alta Tecnología.
Nosotros seguimos sabiendo que los latidos y los sentimientos viajan y se escapan a cualquier control mundano. Sabemos que la vida palpita también en las piedras y sabiamente sabemos enrocarnos, o mejor, hacernos rocas humanas palpitantes de vida ante esta invasión de procesadores cibernéticos.
Gracias a ti, Borarje, he recordado la visita puntual de ese cartero que silbaba cuando llegaba y con la carta en la mano decía: eh! Rubita, hoy parece que te llegan buenas noticias, - para hacerme saber que había una misiva para mí-. La carta la guardaba en su mano, y buscaba pliegos y otras, de su gran saca, para distribuirlas a sus otros destinatarios. Yo desaparecía inmediatamente dejándole rebuscar y descargar su valija, y corría hasta llegar a un lugar solitario, tranquilo, y revisaba antes de abrirla todo: el sobre, el sello, la letra, el remite. Conteniendo el deseo de leerla, porque sabía que esa liturgia alargaba mi contento. Después la abría y, como dos o tres veces, mi mirada quedaba clavada en la data de la carta y el encabezamiento, para avanzar despacito por las líneas ¡Primer párrafo! y me reía o hablaba, o tomaba notas, y seguía despacito la lectura de la carta. Si era larga, entonces me permitía la licencia de ir un poquito más rápida con ese rito. Contaba la hojas: ¡son cuatro!, y además escritas por las dos caras. La mañana se había llenado de buenas nuevas, o de quejas del amigo, o de penas de amores, pero de seguro de calor y amistad.
Las cartas, además, solían coincidir con la época veraniega, el estío traía vacaciones, buen tiempo y cartas. Por aquel tiempo, mi hermano se escribía con una chica mexicana, que vivía en Acapulco, y nos reíamos pensando que terminaría casándose con ella.
Al principio, guardé mi correspondencia en una caja de bombones, redonda, de cartón, forrada de terciopelo azul noche, junto con poemas, estampas, cartas postales y pequeños objetos que había ido convirtiendo en amuletos, hasta que no pudiendo cerrar la tapadera, cambié mi cofre de secretos por una caja de zapatos, más espaciosa para poder clasificar mejor mis recuerdos. Guardo aún en mi memoria esa caja, aunque haya perdido todo el contenido que deposité en ella.
Ahora, el cartero sigue llegando, con la misma puntualidad y, a veces, hasta simpatía, pero el contenido del buzón me deja tan fría, que tengo aún sin abrir cartas desde hace varias semanas. Unas veces es publicidad de créditos hipotecarios; otras son facturas que ya conoces su importe; las cuentas del banco (esas de las que no quieres ni enterarte); y las más son las ofertas de los supermercados, que todavía me interesan menos. Me gusta comprar en las Tiendas de ultramarinos”, aquí se llaman “Épicerie”, palabras que pertenecen al mismo campo semántico: lo que viene del otro lado del mar: especias y productos más allá del océano; y si todavía conservan el encanto de antaño, pues más me gusta comprar en esos comercios que la globalización quiere tragarse, para que desaparezcan los pequeños capitales familiares.
Gracias a tus Columnas Borarje, los tiempos no cambian, lo que cambian son las formas, pero no el fondo. Es como si el tiempo extendiera su espacio humano, vibrando con las palabras con la misma intensidad de siempre.
Recibe un abrazo grande y caluroso de esta tu amiga y lectora.
P.D. Esta carta te la envío desde esa otra “forma” en la que han aprendido a viajar las cartas. ¡Qué barbaridad!, como corren las cartas este miércoles, de aquí y de allá, y aprovecho esta carrera para mandarte también besos…
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