Junio de 1949
UN CIRCO EN EL ATRIO DE SAN FRANCISCO
Yo era un artista circense, vivía en una carpa como gitano, mis amigos eran los leones, de mi se rían los niños y las señoritas rezaban por mi.
Era el circo de un chileno de sandalias, me reclutaron en una audición cuando su estrella se escapo con la mujer de los mocochinchis. De día lavaba porquerías ajenas y al atardecer comenzaba el espectáculo. En el primer número de la noche mi actuación era de payaso y recibía una sarta de golpes de un chileno gordo hecho al payaso - el muy pendejo (es que de verdad me daba unos buenos quecasos y yo no podio reaccionar, porque - el espectáculo tenia que continuar).
Después salían unos leones, mas viejos los pobres que hacían lo que podían: saltaban sin su vocación voraz, sin estimulo ni siquiera para rugir; su domador otro chileno - abusivo y cruel con los animales, porque a los hombres nos miraba de reojo, me imagino que si hubieran sido mas jóvenes y feroces la Tina y el Zacarías no se hubiera animado a maltratarlos, el muy cobarde.
Antes que termine el número de los tristes felinos me calzaba una malla bien ajustada, que dibuja todos los detalles de mi humanidad – así me transformaba con la magia del circo de payaso a trapecista, para el acto que mas me gustaba, y el que mas gustaba a la gente, de verdad que era muy peligroso, pero la ansiedad que me provocaba minutos antes de aparecer en medio de la arena circular me estimulaba a hacerlo una ves mas.
Con el de redoble de tambores se descolgaba una soga del techo, las luces solo iluminaban con su rubio circulo a mi valentía y agilidad, el publico expectante con los cuellos doblados seguían mi ascender por la cuerda hasta llegar a una viga delgada ubicada a mas de seis metros del piso, sin protección de redes ni colchonetas, caminaba sin balancín por el madero hasta la plataforma dispuesta en el extremo de la carpa, al llegar levantaba los brazos exigiendo una ovación a mi coraje; esperaba el acallar de los aplausos y cuando el silencio se apoderaba de la carpa: me lanzaba con una expresión teatral al vació negro, el publico curioso murmuraba morbosamente – se ha matado, pero yo estaba sujeto a un columpio oculto en la oscuridad; el reflector me descubría y el publico se paraba a ovacionar – como me gustaba esa parte. En el trapecio realizaba una serie de piruetas arriesgadas: colgando de una sola mano, colgado con solo las puntas de los pies, girando como trompo y otras valentonadas que solo un cochala auque chato como yo podía hacer.
Mayo de 1949
UNA VIUDA Y SUS CUATRO HIJOS EN LA PAZ
El humo del tren se enroscaba entre las columnas metálicas de la estación a las seis de la mañana por el frió y la escarcha, y bien pararon los vagones: bajo Doña Manuelita cargando en cada brazo a las dos menores, y de su mantilla color olvido se colgaba el mayor y de la mano de este: la siguiente. La viuda de treinta y ocho años sin mas atavíos que un bolso que le colgaba de la espalda, se paro al frente de la estación con lo que quedaba de su prole, nunca antes habían estado en La Paz, saco un papel y después de leerlo hizo para un taxi, un Ford del año 40.
Vaya la suerte que le toco vivir a Doña Manuelita: a los catorce años se escapo con su primer y único hombre y por tres años vivieron en una mina escondidos, pero un día su padre los hallo, el agraviado estaba por ajusticiar el honor de su familia cuando vio a su hija cargando a dos niños, auque sabia que eran sus sangre nunca los reconoció como nietos y después del exigido matrimonio por la ley y la iglesia – como Dios y él mandaban, les quito a fuerza a los niños paridos en pecado, y llevaron su apellido, cual fueran sus hijos.
Después de haber procreado a otros nueve hijos, sin descanso ni cuarentena - muere el marido, dejándola en soledad y pobreza. Los niños fueron muriendo y creciendo entre remilgos y desprecios de la familia materna y reojos de la paterna, quedaron ocho vivos. Después de algunos años de tristezas, desazones y hambre los tres mayores decidieron dejar la pobreza y se alejaron sin petate ni vianda. Mientras llegaban las promesas, los dos mayores, los dos ahora hombres de la casa vendían hilos y agujas en la Aroma.
- Mi hijo, el Decico, se vino a La Paz hace unos seis meses
- Y no ha venido a visitarme el muy ingrato, reprochaba la tía
- Ya sabes como son mis hijos, no les gusta molestar
- Si, ya lo se, a José le vi como hace un año por el Prado y me dijo que se iba a Tipuani en busca de oro
- Tenia la esperanza que estuvieran juntos, pero ahora con lo que me cuentas no se que hacer, que será de mi pobre Decico, ¿donde estará?, se tomo la cabeza entre las manos y en un silencio amargo lloro. Las dos menores de dos y tres años dormían de frió; y los siguientes de siete y seis jugaban en el patio, junto a la puerta de calle.
Noviembre de 1948
EN LA FIESTA DEL HUAYLLUNKA
Mientras me servia en la tutuma, veo que el acartonado, hecho al fino de Tomas estaba conversando con mi Julia, la cholita mas linda del valle alto, con sus trenzas coquetas y su andar de moza. Sin derramar una gota de chicha me acerque a ellos.
- Sírvete chichita amor, le pongo la tutuma entre sus manos, levanta la mirada con aquellos ojos negros como los higos y me dice:
- Él es Tomas, el hijo del Prefecto
- ¿Ah si? le respondo
- Hola, vos eres el chato no ve? me dice mirando de arriba - el desgraciado si que era alto, por algo le decían “el escalera”
- Nadie te invito a esta conversación, le dije mientras con la mano le doy la distancia. Gira y sin decir nada se aleja.
Los papás de Julia eran de Sacaba, pero vivían en Cochabamba y eran dueños de una tienda al frente de la Cancha, y unos de sus mejores clientes era su servidor. Entre hilos azules y rosados le conquiste el corazón. Cuando creía que el romance iba de lo mejor le invite a compartir con mis amigos el feriado de Todo Santo cuqueando manzanas cerca del rió Rocha, pero me dijo que se iba a Sacaba, a su pueblo, a la fiesta del Huayllunka.
“Me han dicho que tienes lagañas/ tanto llorar por mi amor/ pues lávate con de agua de sal/ porque no te hey de dar mi amor” cantaba Mariana, la prima de mi Julia, mientras se contorneaba en el columpio, tratando de coger guirnaldas y amapolas con al punta de los pies descalzos. Marcos unos años mas joven parado bajo el arco de madera y a la sombra de las canastas contestaba: “Ay palomitay/ tus secretos cuando me has de mostrar/ cuando he de olor tu verde flor/ porque estoy seguro…que ya tengo tu corazón”; y en replica a su atrevimiento se hizo decir: “ay mira no mas/ el renacuajo ha hablado/ primero aprende a limpiarte los mocos/ antes de querer oler mi flor”. Cuando logro coger una canasta llena de flores, frutas y dinero, una vos aguardentosa del fondo del canchon grito - que suba la Julia y se takipayanaku con su pretendiente el Tomas, hijo de nuestro Prefecto – era el tío alcahuete, mientras las comedidas y celestinas de las tías la atraparon del brazo- la alejaron de mi, la descalzaron y la montaron sobre el columpio. Empezó a balancearse mostrando los t’usus mientras tomaba mas impulso – “ahyyy de mi/ San Andrés/ dos llocayas me quieren/ uno parece ulupika/ otro flaco/ largo como el pacay”. “El escalera” con un cigarro en la mano parado debajo el arco, le contestaba “viditay/ una flor roja/ te hey de plantar en la cabeza/ yo no seré picoso/ pero te hey de hacer sudar”. Aquella coplita, las cinco tutumas de chicha que me había tomado y la rabia de ver que ese tarambana este mirando los calzones de mi Julia, hicieron efecto: corrí y en un solo salto sin que le de tiempo a reaccionar, le cargue un par de trompadas, en el primer golpe en pleno hocico sentí como el hueso de su nariz se astillaba en mis nudillos; el segundo le llego en pleno ojo, y como tronca cayo hacia atrás - hasta yo me asuste, pero no me dieron tiempo a huir, una tracalada de parientes, vecinos, niños y perros saltaron por mi detrás, quede en el suelo atado como chancho. Le han vaciado el ojo y roto la nariz al hijo del prefecto - gritaba el Alcalde más asustado que yo, ahora si me va matar el doctor.
Llego un camión del ejercito, de los mismos en el que mis tíos se fueron a la guerra del Chaco, los soldados me subieron a golpes y llegue a Cochabamba en la noche, directo a las celdas de la policía. En los días que estuve purgando mi pena con pulgas y garrapatas nadie me visito, pensé que el Prefecto iría a verme y a sacarme la mierda. A la semana el Teniente me hizo sentar en su oficina- El Señor Prefecto no quiere escándalos, no te acusara de intento de asesinato de su hijo, que bien lo podría hacer, solo quiere que te vayas de la ciudad.
- Listo, entonces me voy, le dije con la cabeza en alto, sin desprender mi mirada de sus charreteras baratas, me miro de reojo y al girar de un golpe mi hizo volar un diente y otro me lo tragué.
- Pero antes de irte de la ciudad te prontuariemos, y a tus manos con las que vaciaste un ojo y destrozaste una nariz las sellaremos, las clasificaremos como “armas mortales”. Si alguna vez te peleas en cualquier parte del país se te acusara de usar armas mortales e inmediatamente entraras a la cárcel.
Mi pobre viejecita que sufría hace una semana, se asusto al verme con el hocico todo hinchado, la bese en la frente, le tome de las manos y pedí perdón. Tome un talego donde metí unas cuantas ropas - Mamita tengo que irme, me voy a La Paz, ahí esta mi hermano José.
Y me fui desterrado en mi propio país.
Mayo de 1949
VIENDO PASAR EL TRANVÍA
- Mira Maria, la puerta esta abierta, seguro si nos paramos en la acera le veremos pasar al “chatito”
Se quedaron paraditos en la puerta de la casa de la tía, y después de esperar un buen tiempo y no hallar al hermano que habían venido a buscar y ver un tranvía pasar, Hernán decidió subir un poco más.
- No Hernán, nos vamos a perder, decía Maria de solo seis años
- No tengas miedo, solo vamos a seguir las rieles del tren, agarrate de mi mano que yo te voy a cuidar.
Subieron por la acera bien pegados a la pared, Hernán a los siete años ya sabia leer bien y memorizaba los nombres de las calles:
- Esta calle se llama 6 de agosto
- Esta calle se llama Avenida Villazon.
La gente los miraba al pasar pero nadie se les acerco – seguían viendo el tranvía pasar.
Llegaron a la Plaza del Estudiante.
- Agarrate fuerte Maria, vamos a cruzar
- No Hernán, me da miedo
- No seas cobarde, solo no te sueltes de mi mano. Y tras esquivar un par de coches aparecieron en medio de la plaza, se sentaron cansados y temerosos en una banca verde, mirando la estatua de José Antonio de Sucre.
- ¿Hasta donde vamos a ir Hernancito?, reclamaba Maria en medio de un pequeño lloriqueo
- No llores imilla, seguro lo vamos a encontrar, sigamos subiendo.
- Esta calle se llama Avenida 16 de julio, ¿hay mucha gente no?
- Pero ninguno es el Decico, me da miedo Hernancito, insistía la niña
- A mi también, pero tenemos que encontrar al Decico, sino que va ser de nuestra mamacitay.
- Señor policía por favor encuentre a mis hijos
- ¿Cuando y donde se perdieron señora?
- Esta mañana, no se a que hora, estaban jugando en el patio y cuando salimos a llamarlos ya no estaban.
La desesperación se le encarnaba en cada palabra entrecortada por los sollozos. No se donde están mis hijos, no se donde esta mi Decico, mi José, y ahora no se donde están mi Hernán y mi Maria, son unas wawas, no conocen la ciudad, no conozco la ciudad, no tengo marido – se ha muerto, no se como encontrarlos, recién esta mañana llegamos de Cochabamba, tiene que ayudarme por favor señor policía.
Caminaron descubriendo, oliendo y memorizando cada paso - cada detalle. Se cruzaron con soldados, beatas, señoritas y caballeros; olieron el humo de los coches, de la alcantarilla y de las flores; vieron una iglesia y casas de piedra y acanto, mientras el tranvía seguía pasando; la luz mortecina de los faroles empezaba a mostrarles las sombras de la gran ciudad. Se pararon al pie del Obelisco y torciendo los cuellos encontraron el final.
- Vamos un poco mas Maria, apúrate
- Estoy cansada, me quiero sentar Hernancito
- No, tenemos que apurarnos, ya se esta haciendo de noche, vamos, apúrate
- Esta calle se llama Avenida Mariscal Santa Cruz
- ¿Has leído la carta que le mando el Decico a la mamitay?, interrogo Maria
- No, pero la mamá la leyó la otra noche en vos alta, todas las noche la lee y después llora
- Yo ya estoy dormida, no ve Hernancito?
- Si Maria - apretó la mano de la hermana con ternura
- Y que dice la carta, siguió preguntando Maria, mientras se esforzaba en seguir los pasos de su hermano para no ser arrastrada
- Que trabaja en un circo, como al que fuimos cuando el Decico se encontró esos veinte pesos, ¿te acuerdas?
- Un circo como ese Hernancito?, con la manito regordeta apuntaba a una carpa de rojo descolorido – estaban en San Francisco.
Agosto de 1958
Por flores colgadas, por manos peligrosas, por circos rojos, por el hambre sin distinción, por otros mil motivos, por otros cien tiranos: llegamos en peregrinajes en tren, a mula y a pie. Sobre las rieles entre adoquines, en las laderas amarillas: encontramos hermanos, tíos, paisanos, y junto a otras manos desconocidas formamos familias, con hijos que ya no vieron el tranvía pasar.
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