Era una de esas tardes frías de otoño en que nada interesante sucede en este pueblo.
Sandy, como todas las tardes, tomaba su taza de café preparándose para ver una de sus películas favoritas. Estaba obsesionada con los vampiros. “Todo el romanticismo del siglo XVIII personificado en unos seres tan perfectos” – se repetía constantemente.
Aquél no había sido uno de los mejores días para Sandy. Había tenido un sinnúmero de problemas y dilemas en la universidad. Problemas que vagaron durante todo el día por la ya copada mente de Sandy. Si bien, no se sentía miserable por defecto, le provocaba un desequilibrio moral y social.
Presionó el botón “Play” en el reproductor y se acomodó con el café en su mano. Antes de fijar su vista en la pantalla, observó a través de la ventana, un cielo anubarrado apenas iluminado por el astro solar.
Muy concentrada en el film, Sandy yacía cómodamente sentada sin ocupar sus sentidos más que en los vampiros.
“…No tengas miedo! … No te haré daño… sólo me alimento de animales y jamás, jamás te haría daño…” – se oía desde el jardín bajo un ya tenue firmamento.
Desde afuera, se podía observar los cambios de luces y la silueta una muchacha plasmada en el ventanal cubierto por un anaranjado cortinaje. El viento ululaba silenciosamente.
“…Quiero permanecer contigo por toda la eternidad…” - hablaba la doncella mientras a Sandy, agónicamente, le corrían las lágrimas. En ese momento, un estruendo se oyó en los cielos provocando histeria y terror que recorrió la espalda de Sandy.
Rápidamente apagó las luces y corrió desenfrenadamente a su habitación tropezándose en un escalón. El intento por apoyar sus manos para amortiguar el golpe fue inútil, perdió la consciencia tras golpearse la cabeza.
Sandy permaneció alrededor de dos horas tirada allí en el suelo. Cuando despertó al fin, sintió un fuerte dolor en los brazos y sobretodo en la nuca.
Recuperándose del desmayo, trató de ponerse en pie con la vista distorsionada y con nauseas. Tenía manos y pies tan gélidos como una roca; la garganta árida y molestos ardores en los codos y rodillas.
Notó que las luces de abajo estaban encendidas. Sintió una sensación muy extraña, como un deja vu, al recordar haberlas apagado antes de subir, muy nítidamente.
La tormenta continuaba desatándose afuera con tan brutalidad que parecía un diluvio. De alguna manera, hacía que la situación tornara mucho más tétrica.
Se quedó inmóvil durante unos segundos tratando decidir si bajar o no pero la curiosidad predominó y se armó de valor. Comenzó a bajar lentamente, peldaño por peldaño, procurando no caer y asegurándose al mismo tiempo de que no había nadie más allí.
No podía creer lo que veía. Una ola de horror se apoderó del cuerpo de Sandy mientras su mente hacía su mayor esfuerzo para encontrar alguna lógica, pero no estaba funcionando. La escena era lúgubre, incoherente y enloquecedora al mismo tiempo.
Todo estaba tirado en el piso, como si alguien hubiese estado hurgando tratando de encontrar algo. Sandy pensó en un ladrón, pero se dio cuenta en detalles ilógicos que un delincuente jamás haría. Las cortinas estaban rasgadas con furia, convertidas en hilachas. Las lámparas quebradas sin compasión, y la televisión estaba hecha pedacitos en toda la sala. Pero nada de eso era tan demencial como lo que observó en la cocina.
Había muchas fotografías pegadas en la muralla sin un orden lógico. Estaban todas marcadas con una X en aquellas que salía su rostro.
La escena era macabra y grotesca, sobre todo cuando Sandy miró hacia el cielo de la cocina donde estaban escritas las palabras “Muere Puta” con un rojo sanguinario que se clavó como una lanza en el cerebro de Sandy. Empalideció y sus manos comenzaron a temblar.
“Esto no está pasando. Imposible, imposible” gritó sin voz para sí misma.
De repente, comenzó a percibir esa tan familiar sensación de estar siendo observado desde algún lugar.
Parte 2, pronto.... |