Supe al chocar con su silencio que el final estaba cerca del beso frío.
Me quedé danzando, frente a un trozo de espejo que deformaba mi cara y mi silueta, en el, pude ver al monstruo que se oculta detrás de la belleza.
La casa sacudió su aburrimiento y un trozo de pintura antigua rebotó sobre mis hombros recordándome; “los años son heridas en el diario gastado de las caderas”.
Una sonrisa se dibujó en mi cara, silbó sobre mi espalda difusa una canción, tan infame como divertida. Me volví humana, (pensé) y clausurando cualquier ilusión, me calcé la armadura y salí a respirar ciudad.
Sin saberlo, la codicia terrestre, me invito a sobrevivir en la dicha de una mentira, que saltaba entre mis piernas, al compás de los desconocidos hambrientos.
Incendios simulados se suicidaban a mis pies, envueltos en cuerdas mentirosas. Después, los lugares desiertos del alma, la nada aumentando el odio en el corazón.
Era el momento de la fuga, de caminar descalza por la realidad incestuosa, de llegar a mi casa derrumbada, de recostarme nuevamente en su silencio, cerca del beso frío…
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