El Inicio
Cuentan una vieja leyenda de Normandía que antes de la época de reyes, y grandes batallas existió un mundo fascinante de criaturas mágicas. Nadie lo conoció o sabía de su existencia, sin embargo nuestros más viejos narradores contaban que este mundo estaba constituido por Unicornios, dragones, hadas, y duendes bromistas que se divertían a costa de los pobres humanos escondiéndoles sus posesiones sin que estos se diesen cuenta.
Todas estas criaturas no se dejaban ver por los humanos y sobre todo los dragones ya que consideraban a los humanos unos seres muy peligrosos con una gran ansiedad de poder y destrucción, así que se escondían en cuevas oscuras con sus otros primos de su especie.
Por su parte, los Unicornios, duendes y hadas habitaban detrás de una montaña enigmática que nadie había osado visitar. Decían que si subías a la cumbre aparecían Águilas y Cóndores de gran fiereza que eran capaces de destrozar a cualquier ser humano, así que nadie se arriesgaba a emprender semejante aventura.
Sin embargo, no todos se dejaban llevar por el miedo y la superstición. Carlos era un joven apuesto que vivía en un pequeño poblado a pocos kilómetros de la montaña. Provenía de una familia de granjeros, y como sus padres y abuelos eran ya mayores, él prácticamente era el sostén de la familia. Menos mal que contaban con Lucía, la vaca de la granja. Gracias a ella tenían leche, mantequilla, y un queso muy rico que hacia la madre de Carlos.
Carlos sentía una gran curiosidad por averiguar que se encontraba detrás de la montaña, y decidió a pesar de la advertencia de sus abuelos ir el fin de semana en una excursión.
-Hijo, no vayas. Es muy peligroso. No sabes que fieras vas a encontrar en el camino- le advirtió su abuelo. Cuentan que los cóndores que habitan en la cumbre destrozan la piel de los humanos, y cruelmente te dejan ciego para que nos pueda orientarte, y de esta manera eres victima de los lobos y otras alimañas que viven en la montaña.
-Esos son supersticiones- replicó Carlos. Estoy seguro de que deben existir animales sorprendentes, y plantas poco usuales, ya que el muchacho sentía gran debilidad por la botánica.
Su familia al darse cuenta de que no había manera de cambiarle la idea a Carlos le entregaron una escopeta en el caso de que la necesitase.
-Toma esta escopeta- Era de un viejo amigo. Nunca hemos necesitado armas, pero es bueno que tengas algo con que defenderte, no sabes con lo que puedas encontrarte en el camino. Solo te pido que seas prudente le dijo su padre.
- y ¿cómo van a sobrevivir tus abuelos? Ellos dependen de la medicina que recoges en el pueblo cuando haces compras. Mis piernas no aguantan la caminata- le replicó su madre buscando una manera de convencerlo.
-María se encargará. Ella siempre ha sido amable y gentil con todos nosotros, y me prometió que se ocuparía de todo en mi ausencia, por lo menos de las necesidades de mis abuelos- le respondió amablemente a su madre
María era una rubia de 15 años, siempre había sido muy amable con la familia de Carlos. Desde pequeños habían sido muy amigos, y ambos cuidaban las necesidades de cada familia. María vivía en la casa de al lado, la familia de María quería mucho a Carlos, lo consideraban un muchacho muy trabajador aunque algo osado y aventurero.
Y fue así que Carlos emprendió su viaje. Al amanecer emprendió su caminata hacia la montaña. Se sentía muy emocionado, y con gran alegría se abrió camino pensando en todas las sorpresas, emociones y anécdotas que tendría que contar cuando terminase su excursión, lo que no sospechaba ni se imaginaba con que le tocaría enfrentarse en esta aventura.
Continuará….
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