A mi amigo El Cone
A Alejandro Hapo
La historia que te voy a contar sucedió hace varios años, en su momento no me resultó algo divertido, pero según va pasando el tiempo lo voy tomando distinto.
En un viaje a Buenos Aires, me invitaron a ver un River -Ñuls. Yo soy de boca y lo sabían. No me considero de los más fanáticos pero me gusta seguir a mi equipo. Y para alguien del interior encontrarse en el monumental teniendo la posibilidad de verlo jugar… no había mucho que pensar. Se decía que sería el último partido de Maradona, como ahora.
Engañado o sin intención, subí la torre que une las tres bandejas para terminar en lo más alto del estadio, ¡no sabés la cantidad de gallinas que había !. Era lógico estaban punteros.
Los táblones de madera temblaban con las danzas de la hinchada local. El humo, los gritos, los cánticos eran capaces de seducir a cualquiera, menos a mí que tenía el corazoncito en otro barrio.
Nos sentamos media hora antes de comenzar el partido, qué te puedo decir a unos...cinco metros de la barra brava. Los que estaban a nuestro costado tampoco parecían buenitos. Ya estaba jugado, sólo tenía que relajarme y disfrutar del espectáculo, abstrayéndome en lugar donde me encontraba y sentir que estaba en el cine. Y relajarme con la función.
Ya me habían hecho gritar dos goles, una cosa es hacerse el oso y no cantar sus himnos de lucha y otra no festejar los tantos. La simulación consistía en hacer una circunferencia con los labios, soplar fuerte y levantar las manos. Se lo creyeron, será que en ese momento a nadie se le da por mirar al que tenés al lado.
Pegado a mi codo, me acompañaba una mole, un mongol, una torre humana, un guerrero zulú con una cruz tatuada del cuello a la cintura, pantalón de cuero y cinturón con tachas. Y a mi me da por quemarlo con el cigarrillo,¿ Qué querés?. No había un mísero lugar y todos saltando, le podría haber pasado a otro pero no, me toco a mí.
- ¿Qué hacés pibe?- Disparó sin demostrar dolor alguno por la herida, dejando en claro que le dolía pero que a mi me iba a doler aún más.
No podía contestarle absolutamente nada, las palabras estaban empecinadas en chocar entre sí, sin permitirme ofrecerle una disculpa.
-¡Qué querés, si es bostero!- Saltó mi amigo encargándose de buscar su complicidad mientras yo sudaba como una regadera.
Los dos sonrieron, gesticularon, dejando en claro que era un día de festejo. Al ratito hubo que gritar otro gol y ese sí que lo grité, entre el miedo y la adrenalina fue como la descarga de una tormenta.
Y después de todo…¿Sábes qué fue lo peor?. Esa tarde tan graciosa para mis amigos no lo pude ver jugar.
el que lee y no deja su comentario es puto |