La última noche
Estaba anocheciendo. Aguardaron conversando distraídamente hasta que el corredor quedó vacío. Se miraron con la encendida complicidad de los amantes lujuriosos. Ingresaron al cuarto, aquel que solo ellos conocían, el único mudo testigo de sus aventuras carnales. Abordados por el desenfreno se arrancaron las ropas, se arrojaron sobre la cama y concretaron lo indecible, de formas impensables, durante horas.
Entrada ya la noche, presas del cansancio, fumaron tomados de la mano y se ducharon juntos, desprendiéndose del cuerpo los lascivos aromas que podrían ser reveladores del motivo de sus ausencias. Se vistieron rápida pero cuidadosamente, a los lados de la cama, espalda contra espalda.
-¿Sabes?- dijo Marcelo apesadumbrado -Yo te amo de una forma que no te imaginas, pero para serte sincero, ya no puedo continuar con estos encuentros. No quisiera dejarte, te juro; pero cada día se me hace más complicado dejar de pensar en ti. Pero, aunque me resulte difícil y me duela, voy a obligarme a olvidarte.
El clima en el cuarto se tornó denso. Ya destrozada la magia de los sudores y del amor, se oyó un llanto apagado como toda respuesta.
-Además ni tú ni yo estamos dispuestos a abandonar la vida que llevamos a cambio de lo nuestro- agregó.
Marcelo esperaba unas palabras, un indicio, aunque fuese tan solo un reproche, pero obtuvo solo silencio.
-Muy bien. Si no tienes nada que decir, me voy. Mi esposa, mis hijos y mi vida me están esperando- terminó.
De pronto el llanto se detuvo, se puso de pie aún abotonándose la camisa, lo miró a los ojos con resentimiento, se dirigió a la puerta y la abrió.
-A mí también- dijo Leonardo, paladeando aún, los sabores de aquella última noche juntos.
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