Y él, siempre tan insensible, tan distante que duele.
Tan escaso, tan nulo…
Tan dormido que se le escucha callado, pero no se siente, solo se mece entre la esquiva toxina que le decora la inmensa nada.
Él, tan semejante a lo que quizás aun no somos, se reviste de leve brisa, de aquel aliento perdido. Y nada se percibe; tan solo la mueca sorda que se escapo de su bolsillo… mientras el reflejo se torna viejo, forastero, tan lejano que hiere el dolor, que atraviesa con feroz caricia echa trisas.
Pero él solo silba, mientras los oídos se marchitan entre sonidos falsos y silaba opaca… tan opaca que le lastima, que desgarra la piel casi extinta.
Y aun así no se despierta, continua allí, bebiendo de ese antídoto repleto de solemne inmensidad, de melancolía casera.
Nada cambia la lagrima resbala, palidece, huye… y él continua impenetrable casi palpable, pero tan doloroso y benigno que contamina, que destruye lo que se fue y lo escaso que aun muere.
Y él siempre tan igual… tan insensible, tan escaso, tan nulo!
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