Qué me llamen necia,
de temeraria imprudencia,
qué me arrojen la realidad,
de su fría veracidad.
Voz suave, de suavidad fuerte,
me mueves sin pensarte,
más dándote sentido y brío
te sigo por fe, intuición y sentido.
Ahí en la sombra de mis entrañas
tienes hueco, ¡tu conciencia!,
llámate fe, o providencia
pero con susurros vías me enseñas.
Y elijo el raro camino a ciegas
por razón, corazón y más
aún por la fé o por quizás
la voz que en mi interior aprieta
En ese recorrido más que incierto
ni premio, ni sentido y qué decir
de motivo supremo ni sino divino,
este alma infima sorda al concierto.
No calla la voz, ni mi oído la amordaza
pero pérdida mi alma se inquieta
no sabe, no ve, no entiende, pero reza
por en sol o en luna encontrar la meta.
Conmueve los sonidos de los violines
la vena más humana de mi corazón
y al cerrar de los ojos ahí vienes
para con sueños dulces apagar la deshazón
Siento la paz, la calma y la amnesia de mi
levita mi alma hasta el infinito, pureza
y por un momento el cielo viene a mi
en pedazos que dan ansía de destreza. |