TODOS TENEMOS GUARDADO UN MUERTO EN EL ARMARIO
Lo que voy a contar a continuación me ocurrió cuando tenía 17 años y estudiaba Bachillerato. Ella se llamaba Irene, tenía una forma muy graciosa de andar, una mirada penetrante y cuando se reía unos hoyuelos se formaban a ambos lados de su boca. No es que fuera una belleza, pero a mí todo en ella me encantaba. Nos fuimos tratando. Poco a poco, la naturaleza siguió su ritmo, enamorándonos. Éramos la envidia de la clase, perfecta pareja que iban juntos a todos lados, pero nadie sabía lo que yo sufría en silencio con mi novia, el martirio al que estaba expuesto era el siguiente: nada de sexo, únicamente tomarse de las manitas y un beso de vez en cuando, a las 10 de la noche todo lo más, en casa. Yo la quería, no deseaba hacerle daño bajo ningún concepto, así que hacía de tripas corazón aguantándome lo que podía. Un día se lo planteé de manera que no le importunase, le dije lo siguiente:
—Si no quieres que hagamos el amor, por lo menos déjame que te vea desnuda —a lo que ella contestó afirmativamente, pero con la condición de que le jurase y perjurase que la respetaría. Así lo hice, quedamos en ir a mi casa el sábado por la tarde ya que mis padres salían al cine volviendo tarde. Lo que pasó ese sábado y muchos otros que siguieron fue sencillamente que hubo de todo, menos hacer el amor.
El día en que Irene me presentó a su prima Claudia sabía que con esa chica me acostaría y ella también lo quería. Fue como una descarga eléctrica que recorrió todo mi ser. Cuando llegó al celebro, estalló dejando mi espíritu maltrecho, abandonándolo sin voluntad propia. Yo diría que no fue amor, ni flechazo, ni nada que se le pareciese, solamente pura y feroz atracción animal. Con una excusa pueril, quedamos ella y yo en vernos uno de estos días de la semana siguiente.
Los encuentros con Claudia fueron de los más salvajes que recuerdo en mi vida. Sólo sexo y nada más que sexo, copulábamos con pasión animal, nada de conversaciones. Hasta tal punto llegó la cosa que el glande de mi pene se enrojeció tanto que tuvimos que parar durante unos pocos días para recuperarme. Los dos sabíamos que aquello durara lo que durara no nos importaba nada más que vivir el momento, disfrutando como si fuera la última vez que nos viéramos. Ese momento llegó sin que ninguno de los dos pudiera imaginarse las consecuencias catastróficas que después pasaría.
Irene, de tanto sospechar debido a mis ausencias cada vez más frecuentes en el tiempo, nos pilló a los dos juntos en la cama. No me preguntéis cómo entró en el piso. Lo más seguro fue que siendo su prima y amiga de las compañeras del piso de la misma tuviera ella también una llave. Allí estaba de pie, delante de nosotros, con las manos entrelazadas por debajo de sus pechos como una madre iracunda que ha pillado a su hijo en una travesura. Su prima se levantó tranquilamente. Yo, que podía haberle dicho esa frase tan socorrida “Cariño, no es lo que tú piensas”, no dije nada. Como un cobarde agaché la cabeza esperando lo peor. Solo se acercó a mí y me dijo señalándome con el dedo.
—¡¡Nunca te perdonaré esto!!
Intenté por todos los medios dar con ella. Explicarle que aquello no era amor sólo un magnetismo al que yo irremediablemente no podía resistirme. Ella hizo caso omiso a mis suplicas, no contestó a ninguna de mis llamadas.
El tiempo fue pasando, la vida siguió irremediablemente su curso.
En la actualidad, soy relativamente feliz. Estoy casado, trabajo y tengo hijos. Pero mi corazón sangra al recordar a Irene, es una espina que de vez en cuando se mueve haciéndome mucho daño. Es cuando quiero buscarla, llamarla, decirle que fue un error, que me perdone. Le hice daño y también a mí mismo. La verdad soy un cobarde, tengo miedo de que me rechace, de que se burle de mí.
Todo esto acaba. Hace algún tiempo recibí una carta; en el sobre sólo ponía mi nombre, nada más. No tenía sello, por lo que deduje que lo trajo algún mensajero o persona directamente a mi buzón. Abrí con curiosidad infantil, casi rompo el sobre. Dentro del mismo solo había un recorte de un periódico local en el cual decía:
”En un trágico accidente de automóvil, una mujer que correspondía al nombre de Claudia P.M. murió trágicamente. Después de estar los bomberos varias horas sin poder rescatarla del amasijo de metal”.
Como un rayo que me partió el alma me vino a la memoria el recuerdo de la prima de Irene. Su olor corporal, su suave piel, su pelo liso, de color caoba, sus senos duros y turgentes, su monte de Venus, esas pierna largas maravillosas. Todos esos recuerdos se agolparon en mi cabeza. Estaba claro, en este mundo alguien no olvidaba, no perdonaba. Irene seguía viva y nunca, nunca, me perdonaría.
FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS.
Todas las obras están registradas.
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