Siempre te llevaré en el recuerdo aunque no sé si fuiste el primero, pero de lo que sí estoy segura es que no olvido tus besos.
Hoy te vi caminando a lo largo del paseo marítimo. Muchos años han pasado desde aquél silencioso último encuentro. Si la memoria no falla fue en la boda de Marieta y Alberto, no recuerdo el año, pero sí tu último beso.
¿Recuerdas? En la iglesia me mirabas de reojo; primero por acicalar el pelo de tu hija, más tarde por da la paz al creyente trasero… el caso era mirar dos filas más abajo esperando, imagino, una réplica por mi parte. En el banquete, al fin, supimos hablarnos y recordar con añoranza nuestros primeros encuentros.
¿Recuerdas cuándo me esperabas a orillas del puerto?
¿Recuerdas aquél día en el que, olvidando el reloj, la policía vino a nuestro encuentro? ¿Recuerdas…?
Y recordando se nos pasó el tiempo y los camareros comenzaron con el ir y venir de platos. Tu mujer fue quien nos advirtió del momento. Con pesar por nuestra parte nos acomodamos en nuestros puestos, eso si, lejos el uno del otro. Alguien ya se ocupó de que así fuera.
Este recuerdo momentáneo enterneció mi atormentada alma y un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando viendo tu flemático caminar escuché mi nombre. “Marina, mi dulce Marina”. No pude dominarme y sin preocuparme por quién te acompañaba me abalancé y te abracé. En ese instante percibí tu sufrimiento y entonces te respondí al último beso.
Esta vez mi beso. El silencio se apoderó de nuestros rostros, mis lágrimas se reflejaron en tus ojos y fue entonces que los tres comprendimos nuestro error y ella, con lágrimas también sobre sus mejillas, se alejó dejándonos solos.
Sobraron las palabras en aquél último encuentro. Las manos, los labios, los ojos… el silencio fueron los encargados de escribirnos el último te quiero.
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