I
El chico definitivamente estaba enfermo. Sentado mirando hacia la ventana, pensaba en lo mucho que deseaba correr; el aire en el rostro, el sol , todo hacia parte de un pasado cercano. Podía sentir sobre su piel el agua que corría cuando nadaba en el río, aspiraba de nuevo el aroma de la manzanilla del herbario de su madre, todo se presentaba a través de esa ventana y relampagueaban los recuerdos uno a uno en su mente. Y luego, un ruido, eso lo cambió todo. El sol, el río todo se esfumó. Rápidamente, la enfermera que entraba le hizo volver; entonces sintió nauseas de su asquerosa posición. Hacia tres meses que había llegado al hospital con un ligero peso en la espalda y grandes perdidas anatómicas. Su humanidad echaba de menos varios dedos de las manos, el ojo derecho, la pierna izquierda y un riñón, padecía de sordera aguda, y una jaqueca brutal. Escasamente podía llevarse la comida a la boca. ¿Cómo vivía?....hace tiempo que nadie se preguntaba eso, en ocasiones la gente se muere y no se da cuenta.
Nadie sabía quién era el desgarrado hombre, ni que le había ocurrido, nunca hablaba con ninguna persona en el hospital y solamente un gato grisáceo le acompañaba y conocía su misteriosa voz.
II
Se especulaba que se trataba de un vagabundo al que un ser de otro planeta le había encargado ciertas misiones imposibles; metas frustradas eran siempre su objetivo a alcanzar, cruzadas inútiles su especialidad. Su labor no era otra que probar que lo imposible era posible, y en el intento se desgarró lentamente. Pasaba días enteros planeando estrategias para vencer en distorsionadas empresas queriendo probar la omnipotencia de la voluntad humana y no resignarse ante la resignación…
Eso no tenía nada de particular, los hombres siempre desean cosas, muchas quiméricas, eso lo hacen un par de veces a la semana y algunos durante el resto de su vida. Por eso, algunos se reían de su gran estupidez y de sus alucinógenas campañas: escribir textos sin palabras, derretir el calor, contar los peces del océano, enamorarse de quien no podía amarle, amar sin corazón, crear minutos con más de sesenta segundos, cambiar el futuro, encontrar dolores que no pudiera sentir, besos a distancia, impedir que en otoño lloviera, y otras tantas.
Al parecer luchaba en cualquier parte, repitiendo una y otra vez los mismos enfrentamientos, destruyó mil relojes al menos para crear un minuto de sesenta y un segundos, perdió los dedos en el incendio que trato de derretir el calor, se enamoró de todas aquellas que tenían el corazón comprado, decidió arrancarse un riñón y el corazón con las manos para probar que había dolores que no sentía y finalmente comprobó que ya no podía creer y escucharse a sí mismo así que se hurgó las oídos con un alicate…
III
Sentado en la camilla empezó a sentir que un sudor frío le recorría el cuerpo, la angustia le aceleraba el corazón y de repente, resultó compitiendo con Atlas, demasiado peso en la espalda
Los médicos le suministraban cientos de medicinas y aplicaban comprensas a sus abiertas heridas que supuraban un olor desagradable con el pasar de los días
En el hospital los enfermos y el personal le compadecían, aquella llagas hacían inminente su deceso.
La verdad era que a él no le importaba nada de eso porque aunque ya casi no podía moverse se sentía seguro, podía mirar por la ventana sin ningún riesgo, desde allí el mundo lucia bien, tal como era, un retrato perfecto y estático, sin mayores pretensiones sin desear en vano. El peso y el dolor, si bien no disminuían, al menos no aumentaba. Igual después de la batalla solo queda la retirada…
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