Caminaba errante por el pueblo, con harapos, pulgas, piojos y olor inundaba el aire a unos dos metros de distancia, su andar sin rumbo ni destino, solo el hambre y la sed lo detienen
en algún lugar del camino, como casa una abandonada cueva donde se refugiaba de la noche y la lluvia una jauría de perros son su compañía y todos duermen acurrucados para
capear el frío invernal y la madrugadora niebla.

Siempre se le vio solo acompañado de uno que otro perro, ya que el resto esperaban en la
cueva estaban expectantes como fieles guardianes de tal morada, camina taciturno impávido rondando la vieja panadería buscando de paso en el basurero algún rastrojo de
alimento. Era parte del paisaje de este pequeño pueblo, la gente le miraba con pena y le regalaban a aquel desdichado hombre anciano una moneda o alguna vestimenta junto con
un trozo de pan fresco y crujiente, era mas bien un viejo que no molestaba a nadie ni siquiera se tomaba la molestia de mendigar.

No era capaz de mirar con esa mirada odiosa de resentimiento o con alguna actitud odiosa
solo estaba ahí y la mayoría de los habitantes de este pueblo le ayudaban con algo, quizás
sus conciencias y culpabilidad auto flagelante les hace ayudarle a este infeliz.

De pronto no se vio mas, comenzaron entonces las viejas vecinas, esas que saben la vida a
medio mundo, a preguntarse donde podría estar aquel personaje, donde estaría este pobre
tan castigado por la vida esas mismas viejas santonas que no tienen quien las acaricie o mire con morbo y libido, donde estará aquel.

Se organizó una comitiva, junto con la policía local para visitar a estas alturas, tan ilustre
personaje y morador de aquella cueva. Al estar a unos metros el olor los recibió como un
golpe en la cara, que deja tambaleando a punto de no sostener alimento alguno en el estomago, no fueron capaces de entrar, dejaron a la policía con sus mascaras entraran a ese
lugar pestilente y nauseabundo.

Estaba tendido entre cartones, diarios y algo parecido a un colchón, las manos empuñadas, quizás de dolor, no había huella de terceros según constataban los expertos peritos. Comenzó entonces la limpieza entre sus mugrosas pertenencias, unos papeles ya amarillentos y borrosos, un tarro, un plato saltado en los bordes, una caja de madera y dentro de esta una bolsa, de esas que botan los felices usuarios de los grandes tiendas de
Supermercados.

Afuera de la cueva las infaltables lloronas y curiosos, el cura, el prefecto y el alcalde del
pequeño pueblo esperando con excitante morbo las ultimas noticias del malogrado indigente, los peritos descubrieron entre las mugrientas ropas su identificación decía muy
borroso AURENIO JUVENAL MINCAO SMITH jubilado de las fuerzas armadas ex marino, vaciaron todas sus pertenencias de aquella bolsa, caían unos viejos papeles, como
muy pegados, llamo la atención los dobleces de estos, con pinzas fueron desdoblando cada
uno y ahí en frente de ellos, ante sus ojos una pequeña fortuna, eran billetes perfectamente
doblados, con el olor intacto cuando salen de la casa de moneda, comenzó la cuenta la cantidad exacta fue, diez y ocho millones cuatrocientos treinta y cinco mil ochocientos veinte
un pesos, el grupo se miro y sin decir palabras embolsaron a este occiso, poniéndole sobre
la plateada bandeja de abollado aluminio, la reacción fue inmediata algunos rieron, otros
estaban furiosos, TACAÑO MUGRIENTO entre algunas frases que se escucharon al viento
junto con el pestilente olor que rondaba el lugar.

Meses mas tarde, ya no había vagos por la calle, nadie ayudaba a nadie y los basureros eran clorados, para evitar que los perros y algún vago escarbaran las sobras, al parecer fueron
vulneradas sus gentiles conciencias rebosantes de religiosidad y amor al prójimo, la pintada
iglesia llama a sus feligreses a misa las campanadas atraen a estos, para golpearse el pecho y lavar sus pensamientos no sin antes ofrendar el dinero de este indigente, idea del señor
alcalde, a la reconstrucción y remozamiento de este santo lugar, iglesia de todos.