Siempre me gustaron las mascotas exóticas, debo reconocerlo. Desde un murciélago con problemas de depresión que escuchaba Deep Purple y odiaba a Ozzy, hasta un mono confianzudo que me tomaba la cerveza, mi amplio catalogo paso por todo tipo de alimañas. Simpáticas raras o repugnantes, a todas les encontraba algún encanto al igual que con las mujeres. Por ejemplo, las babosas me trasmitían compasión. No son más que caracoles indigentes sin techo. Tuve un loro con el que discutíamos largas horas sobre fútbol. Muchos no me creen cuando cuento esto, pero aunque parezca realmente mentira, el tipo me discutía que era mejor jugar sin un enganche, increíble. También crié en una pecera algunos gusanos de seda que me hicieron huelga alentados por un delegado del sindicato gusanil, consecuencia bajó la producción textil y tuve que cerrar la pecera. Luego formaron una cooperativa y la reabrieron por su cuenta. Pero mi mascota mas pero mas… cota, fue una anaconda que crié desde cachorra. Ana -como la bautice- era una pequeña culebra desnutrida y debilucha cuando me la regalo Don Eliseo Guzmán, un camionero que trasportaba mercadería por rutas linderas al Amazonas.
-Toma -me dijo un día que volvió de uno de sus viajes- encontré este bicharraco al costado de la ruta cuando baje a mear. Por un momento pensé que era otra de sus bromas chabacanas pero no.
-Como sé que estas porquerías te gustan -continuo- la metí en esta botella y te la traje.
Con el paso del tiempo, naturalmente mi retoña fue creciendo. Al principio se alimentaba con grillos, cucarachas o saltamontes. Después paso a comer ratones, luego conejos, hasta llegar a deglutirse a todos los perros de barrio, previo abrazo mortal como acostumbran a dar las constrictoras. Antes la sacaba todas las noches a dar un paseo con correa, pero su peculiar andar zigzaguearte me disloco el hombro. Detalles como este y la desaparición de perros en la vecindad me llevaron a mantener a Ana en cautiverio. Un día reconocí la silueta de mi suegra que había venido de visita, dentro de su cuerpo. Decidí darle un tirón de orejas, pero no se las encontré, así que esa noche como castigo, se fue a dormir sin ver su programa favorito de Animal Planet. Al día siguiente visitamos al veterinario que le receto un digestivo. En verdad me costo castigarla prohibiéndole su programa, se que fui duro, pero alguien tenía que poner limites. En fin, el tiempo pasó. Ana siguió creciendo y sensibilizado por películas como La leona de dos mundos o Liberen a Willy, me llevaron a la reflexión. No era justo que Ana este todo el día encerrada y no tenga la oportunidad de formar su propia familia. Acompañe a Don Eliseo en uno de sus viajes y llevamos a Ana a su tierra natal. Fue triste la despedida, pero volví con la sensación de haber hecho lo debido. El tiempo siguió su curso y a los dos años aproximados, la extraño y decido volver a visitarla. Después que la busco con un baqueano de la zona, imagino un rencuentro emotivo. Corro al divisarla en unos pastizales y nos fundimos en un efusivo abrazo. Demasiado efusivo para mi gusto... ¡Ouch! creo que estoy en problemas... |