Existen momentos en mi vida, muy pocos, en los que llego a experimentar un sentimiento sumamente extraño. Es algo entre la felicidad y la tristeza, algo inexplicable, pero que se da.

Este sentimiento aparece normalmente cuando las ansias infinitas de hallar algo en específico y la soberbia al trabajar por ello llegan a su fin.

Parece imposible identificarlo. Es absurdo clasificar algo que me cuesta entender.

Pero me duele y me gusta. Lo sufro y lo disfruto mucho.

Es algo sadomasoquista, es cierto, pero no tan físico. Prefiero llamarlo más bien, como algo sensorial.

En esos momentos mi mente se dispersa, pero lo cubre todo. No piensa nada, pero no se desespera. Tiembla. No se molesta en aferrarse.

Me pregunto si mi cuerpo no está preparado por esta clase de sentimientos confusos. Me pregunto si estos sentimientos no lograron comunicarse debidamente con mi cuerpo.

Creo saber de qué se trata. Tengo dos hipótesis. Nada oficial.

La primera apunta al concepto de “belleza”, que no se espera pero aturde. Sin embargo a veces me parece que eso es en realidad aquello que llaman “estar vivo”.

Sigo confundido. Lloro y a la vez, río.