Un hombre sabio.

El viejo Jeremías era un hombre sabio, todos los días se sentaba a leer en su sofá de terciopelo. Leía libro tras libro, como comía turrones.

Una tarde de pleno sol decidió salir a correr por la arteria principal. Le acompañaba uno de sus libros preferidos. Mientras trotaba, más se concentraba en la lectura. Atravesó la hermosa arboleda y el césped reluciente que comunicaba su casa con la calle principal. Los pájaros entonaban sus melodías entre las ramas movedizas.

Un hombre de traje oscuro que estaba sentado en un banco al verlo pasar le preguntó: ¿Cómo puede leer y correr al mismo tiempo?

El viejo Jeremías, sin perder el ritmo del trote, lo miró por el rabillo del ojo y respondió: “En la práctica está el secreto”. Fueron las últimas palabras pronunciadas por el viejo Jeremías, un coche lo aplastó cuando cruzó corriendo la calle.

El hombre de traje oscuro, que hasta ese momento se encontraba fumando un cigarro sentado en la comodidad del banco, se dirigió a paso lento a contemplar el cuerpo del viejo Jeremías que estaba tirado en el suelo con los ojos pegados sobre las páginas del libro y señalando su cuerpo con el dedo índice dijo ante otras personas que se habían acercado al lugar: “He aquí el cuerpo de un hombre al que la sabiduría nunca abandonó”.