La bendita es eterna.
La gloria de Newell´s por un lado me la revelaron dos números, el ocho y el cinco, ¿kabalah?, ¿geometría sagrada?, ¿esferas celestes?, algo parecido: Martino y Llop, en un plano; El Tata y El Chocho, en otro plano, otras revelaciones.
Una gloria divina que intento transcribir a partir de esta curiosa anécdota que me contaron alguna vez en la vieja Terminal de Ómnibus de Rosario. El mozo o lustrabotas que me la refirió tenía un acento lejano, cortaba las palabras sin dejar lugar a segundas interpretaciones. Las cortaba de tal forma que las repreguntas crecían con dificultad.
El mozo, el lustrabotas, empezó preguntándome si sabía quién era “la araña negra” Yashin.
—¿Titanes en el ring? —consulté.
—Un ruso, mejor arquero del mundo. Y estuvo acá. Acá: en Rosario. A nadie dijo nada.
—¿Y a qué vino?
—Deuda de honor con Igor, primo de Yashin.
El lustrabotas, el mozo, dijo que Igor, primo segundo de Lev Ivánovich Yashin, tenía afición por la teología ortodoxa rusa. Una afición que despertó en él a temprana edad, inusitadamente. A los siete años Igor predijo la caída del comunismo y que un ignoto Mijaíl Gorbachov sería el último presidente de ese régimen; también dijo que el 20 de julio de 1969 Armstrong sería el primer hombre en pisar la luna. Hacía vaticinios políticos, predecía apariciones de santos y vírgenes y era como un hermano para su primo. Igor, notablemente dotado para realizar las adivinaciones más conmovedoras, apenas diferenciaba su pierna izquierda de la derecha.
Yashin le gastaba bromas. Más de una vez se jactó de ser el primer arquero que ganó el premio al mejor jugador de Europa en el 63, y vuelta a vuelta rememoraba alguno de los 150 penales más penales menos que atajó.
Esa pedantería sulfuraba a Igor. Pero lo quería como un hermano y no podía darle un soplamoco— sakatrucha, en ruso —detalló el mozo, el lustrabotas, y siguió diciendo que la relación entre los primos tuvo su punto crítico una tarde de junio de 1972.
Peloteaban en el patio de la casa de Igor en Moscú y Lev Ivánovich se arrojó como tantas veces antes y después a atajar un shot de su primo. Cuando tuvo la pelota en las manos se la mostró burlonamente.
El lustrabotas, el mozo, argumentó que esa actitud y un par de vodkas que tenía encima influyeron para que Igor reaccionara mal, anunciándole -. Lo que vos quieras primo, pero dentro de dos años va a existir un zurdazo que ni vos podrías atajar.
—¿Qué decís, Igor?
—Sí, primo, el dos de junio de 1974.
Yashin sintió que su honor había sido maculado. Respondió a la ofensiva predicción diciéndole que si sabía dónde sucedería el zurdazo, él pagaba los viajes y el hospedaje con tal de reivindicar su honor de mejor arquero del mundo.
El asunto no se volvió a mencionar hasta la primavera moscovita de 1974. Partieron rumbo a la remota ciudad llamada Rosario diciéndoles a sus esposas que viajaban para saldar una honorable apuesta.
—Igor explicó a la araña que si central ganaba, ñuls no campeón —el lustrabotas, el mozo, hachó las palabras—, si central ganaba, ñuls no campeón. Central local —y contó que cuando central iba ganando dos a cero en el segundo tiempo, en su cancha, frente al clásico rival, Lev Ivánovich miró de reojo al primo como preguntándole dónde estaba el zurdazo.
Capurro descontó para Newell´s pero ese no era el nombre que “la araña negra” recordaba desde aquella tarde del 1972.
—Faltaban menos de diez minutos. Menos de diez. Ganaba central, central —recordó poseído el mozo, el lustrabotas. Entonces dice que Capurro salió jugando para Rebottaro, dice que Rebottaro estiró el pase para Picerni y Picerni tiró al área (por elevación), saltó Magan, dice, y también dice que se la bajó a él, al que su primo había nombrado dos años atrás, en el patio de la casa de Moscú, como el ejecutor de un zurdazo inatajable.
Lev Ivánovich Yashin, “la araña negra” vio cómo el botín izquierdo la agarró de sobre pique, fuera del área, vio cómo se levantó violenta en el aire gris, y cuando quedó colgada del ángulo codeó a Igor y confesó: —. Esa no la atajaba, primo.
—Tenés que ser menos presumido, araña —le dijo para levantarle la autoestima.
Entonces, dificultosamente, el mejor arquero del mundo pronunció:
Mariu Nicasi Zanabra.
El lustrabotas, el mozo, se fue diciendo que todavía no la descolgaron, sigue adentro.
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